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Crisis en el Líbano, una región inestable y un país en pedazos

Andrea Balda
Universidad Casa Grande
jueves, agosto 6, 2020
Beirut y sus políticos tienen ahora la difícil tarea de pararse de los escombros, en medio de una pandemia y faltos de recursos, pero con suficiente voluntad internacional de apoyo como para aprovechar el contexto y crear lazos de cooperación para quizás ayudarlos a resolver “dos pájaros de un tiro”
Tiempo de lectura: 3 minutos

El martes 4 de agosto redes y chats personales alrededor del mundo se llenaron de imágenes y vídeos verdaderamente impresionantes de una explosión en el puerto de Beirut. Muchos las compararon con Hiroshima por el hongo blanco que se ve en las imágenes y el impacto de la onda expansiva, y como no podía ser de otra manera, las especulaciones sobre la causa de la explosión no demoraron en llegar.

Con lo volátil que es la región y lo sensible del aparataje internacional en la coyuntura actual, resulta aún más importante hoy remitirnos a los hechos para lograr entender qué sucedió en Líbano.

Aproximadamente a las 6 de la tarde (hora local) del 4 de agosto, explotó un almacén de explosivos en el puerto de Beirut. Inicialmente se dijo que podrían ser fuegos artificiales debido a las luces que se dejaban ver en algunas imágenes pero fuentes oficiales han desmentido esa versión, en primera instancia, ya que aseguran la explosión se debe a la negligencia de funcionarios del puerto marítimo quienes conocían del almacenamiento de 2 750 toneladas de nitrato de amonio en este punto desde el 2013.

¿De dónde salía este nitrato de amonio? Las primeras versiones relacionaron al químico con armamento requisado a Hezbollah, luego se dijo que habían sido decomisadas a una embarcación proveniente de Turquía. Sin embargo, fuentes oficiales anunciaron seguidamente que el nitrato de amonio provenía de una embarcación rusa con bandera moldova y que estas fueron decomisadas en 2013, año desde el cual reposan en ese punto. Resulta curioso sin embargo, que no se haya hecho nada al respecto, ya que el nitrato de amonio, por su bajo precio y disponibilidad en el mercado resulta un atractivo componente para la fabricación de explosivos caseros, tanto así que cuando Timothy McVeigh planificó su atentado en Oklahoma en 1995 no logró obtener la hidracina que quería y decidió reemplazarla por nitrato de amonio.

Por otro lado, varios decidieron ignorar la versión oficial y aseguraban que se trataba de un posible ataque israelí ya que la cuenta oficial de Twitter del primer ministro del país, Binyamin Netanyahu, contenía declaraciones sobre el uso de la fuerza por parte del estado israelí y mencionaba directamente a Hezbollah. Sin embargo, la cadena de tweets, publicados varias horas antes de la explosión se referían a una operación en los Altos de Golán ocurrida el día anterior. Estas referencias infundadas a Israel y Hezbollah resultan peligrosas ya que la región no necesita más pólvora en el candelero dadas la situación en Siria, las recientes declaraciones sobre la posible anexión de Cisjordania por parte de Israel y la animosidad entre Irán y Estados Unidos.

Es importante mencionar también que este viernes se anunciaba el veredicto de la Corte Especial para el Líbano en el caso del asesinato del primer ministro Rafik Hariri en 2005. En este caso, distintas facciones adjudicaban responsabilidad del asesinato a simpatizantes sirios y miembros de Hezbollah. Luego del ataque, la Corte anunció que pospondría su anuncio de este viernes, aunque no se prevé una relación directa entre la decisión de la Corte y la explosión.

Ahora, la explosión deja alrededor de cien víctimas mortales y miles de heridos, y estas no serán las últimas cifras. Las mismas se actualizan lentamente a medida que equipos médicos y de rescate trabajan en la ciudad convertida en zona de desastre. Lo verdaderamente preocupante es que Líbano ya estaba lidiando con una crisis antes de esto, y no la del COVID-19.

Al igual que Ecuador, Chile y otros países alrededor del mundo, los meses de septiembre y octubre vieron protestas esparcirse por las calles de Beirut. Las mismas reclamaban medidas gubernamentales puntuales, pero a medida que el apoyo a las protestas crecían también lo hicieron las quejas sobre el gobierno en sí, la corrupción y falta de transparencia de este, la falta de accountability de sus políticos, el desempleo y las pocas oportunidades disponibles para los jóvenes. La crisis política y el mal manejo económico del país resultaron en un cambio de primer ministro, de Saad al-Hariri a Hassan Diab, que se dio hacia fines del pasado diciembre. Diab asume entonces previo a la pandemia, un gobierno deslegitimado y en severa crisis económica. La crisis del COVID-19 ciertamente no ha ayudado a mejorar la percepción popular del gobierno y la acusación de negligencia y anuncio de sanciones y arresto domiciliario a funcionarios del puerto, desde luego tampoco contribuyen a la imagen de un gobierno en control.

Beirut y sus políticos tienen ahora la difícil tarea de pararse de los escombros, en medio de una pandemia y faltos de recursos, pero con suficiente voluntad internacional de apoyo como para aprovechar el contexto y crear lazos de cooperación para quizás ayudarlos a resolver “dos pájaros de un tiro”.

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