A futuro, la más golpeada por el aislamiento, el distanciamiento y la crisis económica provocadas por las medidas que los gobiernos han debido adoptar será la salud mental. La advertencia viene de la Organización Mundial de la Salud. En Ecuador es un tema sobre el que pusieron atención primero las universidades con la apertura de líneas de ayuda. La atención psicológica existente, sin embargo, resulta insuficiente porque no todos pueden aceptar la necesidad de esa ayuda.
Uno de los casos más alarmantes reportados en el país fue el ocurrido el 9 de mayo en el sector La Tebaida, al suroccidente de la ciudad de Loja, donde una menor de nueve años fue encontrada colgada de una viga. Ella y sus dos hermanos pasaban la mayor parte del tiempo solos, mientras su mamá, dedicada al comercio informal, se enfrentaba a la realidad de la falta de ingresos. Sus vecinos aseguraron, según reportes de prensa, que los últimos días ni siquiera tenían para comer.
En Guamote, en la provincia del Chimborazo, otro niño de nueve años fue hallado colgado de un árbol, con su camiseta, afuera de su casa. En la provincia de Los Ríos, en Buena Fe, un hombre con síntomas de Covid-19 que permanecía aislado, había decidido colgarse en su habitación. Una escena similar se repitió en Vinces, Babahoyo, Tena, donde una mujer de 22 años usó el cable de una extensión para colgarse en una habitación. Todos ocurridos la semana pasada.
Los casos no son exclusivos de Ecuador. Ocurren en todo el mundo. En Italia, Daniela Trezzi, una enfermera de 34 años en la sala de terapia intensiva del hospital San Gerardo, en la ciudad de Monza, Lombardía, se suicidó desquiciada por el estrés. Había quedado contagiada por el virus y temía haber contagiado a otros.
Silvia Luchetta, del hospital de Jesolo, en Véneto, era una de las enfermeras más activas en la ayuda emocional a los pacientes. “Estás bien?”, “Llamó tu hijo”, “Estás mejor, te mandamos a otro sector”, eran los mensajes escritos en carteles que les mostraba a los pacientes en terapia intensiva, sus amigos. Finalmente, solo se arrojó al mar.
El aislamiento, el miedo, la incertidumbre y la crisis económica ha causado trastornos psicológicos que podrían empeorar a futuro, según Dévora Kestel, directora del Departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias de la OMS. El sufrimiento de cientos de millones de personas y los costes económicos y sociales a largo plazo provocados por la pandemia dejan un panorama aterrador sobre la salud mental de las personas.
Pero mientras esto ocurre en el Ecuador y en el mundo, la política local se ha dedicado a una especie de harakiri en busca de culpables para allanar el camino a las elecciones del 2021. Un camino plagado de espinas, que les puede pasar una costosa factura. Es como si la disputa política se hubiera abierto en todos los frentes. Todos son ejemplos de virtud. Todos saben cómo harían las cosas. Todos saben qué se debe hacer. Todos son ministros de Economía, ministros de Gobierno, ministros de Salud, ciudadanos ejemplares…
Todos se creen ejemplos de rectitud y solvencia moral para poner hojas de ruta desde sus casas gracias a Zoom o múltiples plataformas digitales donde la realidad hasta parece virtual, el sueño de los gigantes de la tecnología; el sueño de El mundo feliz de Aldous Huxley, donde el posthumanismo desnuda sus debilidades y la postverdad desnuda todavía más su miseria.
El coronavirus y las denuncias de corrupción evidentes en la contratación de compras públicas ha sido el pretexto para que hasta instituciones ineficientes de Estado, que solo tratan de justificar su presencia en el escenario político como todas las creadas en Montecristi, quieran convertirse ahora en guardianes de la moral y la ética pública.
No hay receta ni en la economía ni en la salud para enfrentar esta inédita crisis en tiempos de interconexiones instantáneas. El mundo va aprendiendo en el camino. Ecuador, igual. Solo está claro que hacen falta menos gurús y más manos que se enloden un poco para ayudar, no para mirar la luz al final del túnel. Porque jabón todavía hay.
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