Para muchos, la Ilíada, a pesar de que es un poema sobre la guerra de Troya que se puso por escrito hace aproximadamente dos mil ochocientos años, continúa ayudándonos a comprender nuestros tiempos actuales. La grandeza de los clásicos es que nos hablan hoy sobre los humanos. El poema de Homero comienza en realidad con una peste: ya son nueve años que los griegos asedian la portentosa y amurallada ciudad de Ilión, sin lograr arrasarla y rescatar a Helena, cuando se “propagó por el ejército una plaga espantosa, haciendo que perecieran las tropas”. El mismísimo Aquiles se pregunta si serán diezmados por la peste.
La Ilíada cuenta los pormenores de los furiosos combates entre griegos y troyanos ocasionados, una vez más, por la insensatez de los hombres: sabiendo que Helena –la más bella de las mortales– está casada con Menelao, el impulsivo Paris (ciertamente aupado por la diosa Afrodita) la seduce y la rapta. Es inconcebible que la mujer de un rey sea secuestrada por un troyano y por eso los griegos emprenden la guerra. Pero la disputa en el suelo tiene su contraparte en el cielo griego, pues los dioses, alineados también en bandos, estimulan que los hombres se maten entre sí, pues saben que así es más fácil dominarlos.
La Ilíada nos enseña cómo se comportan el sitiador y el sitiado, comprendiendo que, a veces, uno es el sitiador y, a veces, el sitiado. Además nos muestra un mundo en el que no disponemos de nuestras vidas, sino que otros –los caprichosos e inestables dioses, en ese caso– hacen con nosotros lo que quieren. ¿Pero disponemos realmente de nuestras vidas? ¿Podemos ser libres para tomar nuestras propias decisiones o siempre lo que hagamos estará sometido a un libreto –lo escrito, el destino– que se ha decidido en otra parte? La Ilíada nos enseña dolorosamente estas y otras cuestiones para las cuales no hay una sola comprensión.
El desastre que se narra en el poema homérico es ocasionado por la hibris, ese complejo concepto que alude a la pérdida de cualquier medida y compostura. Las rivalidades internas ocasionan que el invencible Aquiles haya decidido no pelear porque está reconcomido de cólera, emperrado porque su honor (un concepto que ya no funciona como antes) ha sido ofendido. En el fondo, todos hemos vivido esa ira que nos nubla. En la Ilíada la violencia es ultraviolencia y, con todo detalle, se describe cómo se muere en el campo de batalla: destripados, decapitados, deslenguados, asfixiados, con los sesos reventados…
En la Ilíada se trastoca peligrosamente el orden entre los hombres, los animales, los dioses, el agua, el fuego. Todo equilibrio se rompe. ¿No hemos roto hoy el balance con la naturaleza? ¿Ha cambiado el hombre desde Homero? El escritor Sylvain Tesson, en el libro Un verano con Homero (2018), responde: “El poema homérico es imperecedero porque el hombre, si acaso, cambió de vestimenta, pero sigue siendo el mismo personaje, igual de miserable o de grandioso, igual de mediocre o de sublime, ya vaya ataviado como un guerrero en la llanura de Troya o espere el autobús bajo una marquesina del siglo XXI”.
Texto original publicado en Diario El Universo
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