En tiempos de emergencia, más una emergencia sanitaria que recorre el mundo a pasos agigantados, con la velocidad de la Internet, corresponde a todos cumplir las exigencias más que recomendaciones de las autoridades nacionales y locales, más si ya existe una primera víctima mortal y el número de contagiados va en aumento pese a que el caso cero fue identificado y aislado inmediatamente. La primera muerte por coronavirus COVID-19 ya fue confirmada.
El jueves, la ministra de Gobierno, María Paula Romo, anunció una serie de medidas para evitar la propagación del coronavirus. Medidas obligatorias. Y pidió a la Conferencia Episcopal Ecuatoriana reconsiderar los actos religiosos que requieren aglomeración de personas, entre ellos los de la Semana Santa que convocan a miles de personas, como el Arrastre de Caudas, una tradición de siglos en Quito que rememora una ceremonia de tiempos del Imperio Romano, en la que el ejército rendía homenaje a Jesús.
Las universidades, escuelas y colegios cumplieron la suspensión de clases. Los partidos de fútbol se juegan sin público. Los centros de diversión nocturna, discotecas, bares con determinadas características cerraron sus puertas. La gente anda en las calles con mascarillas. Los conciertos fueron suspendidos. Los viajeros provenientes o que pasaron por determinados países, ahora incluido Estados Unidos, guardan una cuarentena de 14 días. Una medida de cumplimiento obligatorio, no opcional. Las audiencias de juzgamiento se realizan sin público.
En una carta dirigida a Giorgio Agamben, quien escribe sobre una de las tantas teorías conspirativas o de experimentos sociales que circulan sobre el coronavirus en todo el mundo, Jean-Luc Nancy le responde: “Giorgio dice que los gobiernos toman todo tipo de pretextos para establecer estados continuos de excepción. Pero no se da cuenta de que la excepción se convierte, en realidad, en la regla en un mundo en el que las interconexiones técnicas de todas las especies (movimientos, traslados de todo tipo, exposición o difusión de sustancias, etc.) alcanzan una intensidad hasta ahora desconocida y que crece con la población. La multiplicación de esta última también conduce en los países ricos a una prolongación de la vida y a un aumento del número de personas de avanzada edad y, en general, de personas en situación de riesgo”.
El coronavirus es una realidad y hay decenas de miles de médicos, enfermeras, equipos de contingencia tratando de salvar a otras decenas de miles de personas en todo el mundo. De ahí que resulta incomprensible, después de todas las advertencias de las autoridades no solo nacionales sino del mundo en materia de salud, que la iglesia ecuatoriana insista en intentar mantener la celebración de actos masivos durante la la Semana Santa.
Actos masivos que pueden llevar a un colapso del sistema de salud ecuatoriano, porque es lo que está en juego. ¿Quién garantiza que personas que están con orden de aislamiento no violen la restricción por su fe religiosa? Ya hubo un caso de una persona que decidió no acatar la orden y asistir a un sitio con alta circulación de personas para hacer un trámite personal.
La religiosidad es un acto íntimo, una comunión personal. No necesita el espectáculo. Nadie pide a la iglesia que cancele sus ceremonias, solo evitar las convocatorias a concentraciones masivas para que un problema sanitario que puede ser controlado con las medidas adecuadas no se convierta en una pesadilla.
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