“He sido poeta, sacerdote y revolucionario”, dijo en 2012 Ernesto Cardenal, el icónico sacerdote nicaragüense fallecido a los 95 años en Managua el domingo pasado. Esos tres aspectos de su vida -los versos, la fe y el compromiso político- fueron también inseparables en su obra literaria, que abarcó casi seis décadas.
De acuerdo con el portal BBC, fue considerado por muchos como uno de los grandes poetas nicaragüenses, entre sus escritos se destacan “Salmos”, “Oración por Marilyn Monroe”, “Oráculo sobre Managua”, “Cántico Cósmico”, “Telescopio en la noche oscura”, “La hora cero” e “Hijos de las estrellas”.
Fue, sin embargo, con “Epigramas” cuando se dio a conocer como poeta; un compendio de versos cortos, escritos entre 1950 y 1957, antes de que ingresara en el monasterio trapense de Gethsemaní, en Estados Unidos.
La poesía ya había hecho de Ernesto Cardenal una figura de renombre internacional cuando una fotografía cimentó el estatus icónico del sacerdote nicaragüense. En la imagen se lo ve con su inconfundible barba y cotona blancas, arrodillado ante el papa Juan Pablo II y esbozando una leve sonrisa, su eterna boina negra reposando humildemente en una de sus rodillas.
El papa, con gesto adusto y un dedo acusador, lo amonesta públicamente frente a sus colegas del gobierno de Nicaragua, congregados ese 4 de marzo de 1983 en el aeropuerto de Managua para recibir al pontífice. “Usted debe regularizar su situación”, fue el regaño público de Juan Pablo II durante su primera visita a tierras centroamericanas.
“Como no contesté nada, volvió a repetir la brusca admonición. Mientras, enfocaban todas las cámaras del mundo”, contaría luego el poeta y sacerdote en su autobiografía.
La escena fue la manifestación más pública del conflicto entre Cardenal y la jerarquía católica por causa de su compromiso con la Revolución Sandinista (1979-1990), durante la que se desempeñó como ministro de Cultura.
Como uno de los más reconocidos exponentes de la Teología de la Liberación, el autor de El evangelio de Solentiname era una figura destacada de la feroz batalla entre el movimiento y Juan Pablo II, quien prohibió que los sacerdotes ejercieran puestos de gobierno.
Pocos meses después, el papa polaco ordenaría la suspensión a divinis de Cardenal, lo que le impidió el ejercicio del sacerdocio por casi 35 años, hasta su revocación, en febrero de 2019, por el papa Francisco.
La noticia de esa revocación le llegó mientras convalecía en un hospital de Managua, cada vez más alejado del partido sandinista y de su líder, Daniel Ortega, el hombre de gafas vestido de militar que aparece al lado de Juan Pablo II en la célebre fotografía.
Cardenal recibió la noticia tal como había vivido: con la serenidad de haberse mantenido fiel a los valores que lo llevaron a renunciar a los privilegios que le garantizaba su cuna para abrazar el sacerdocio, la causa revolucionaria y la poesía.
Nacido el 20 de enero de 1925 en Granada, en el seno de “una de las familias más respetables del país”, el futuro sacerdote creció en una de las casonas más emblemáticas de la capital conservadora de Nicaragua.
El 17 de febrero de 2019, ya plenamente readmitido al sacerdocio, finalmente volvió a impartir misa, asistido por el nuncio papal en Nicaragua que le comunicó el perdón del Vaticano. Un perdón que le permitió morir como lo que él siempre quiso ser: poeta, sacerdote y revolucionario.
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