Cargados de esperanza en febrero de 2021 nos encontraremos ante las urnas para consignar nuestra decisión soberana y política al elegir un nuevo Gobierno capaz de enfrentar los retos y urgencias de un país que requiere cambios profundos.
Inevitablemente, el clima político se calentará en pocas semanas, nos sofocará, pero con cabeza fría tendremos que valorar las mejores opciones.
Algunas previsiones deberíamos tomar si no queremos equivocarnos al elegir nuevos gobernantes; como sabemos, a propósito de los comicios próximos, en las campañas suelen suscitarse eventos sui géneris, propios de una especie de realismo mágico político, pero capaces de confundir incluso a ciudadanos medianamente informados y preocupados por el porvenir.
Cambios de camiseta, aparecimiento de oportunistas, acercamientos y pactos de conveniencia, ofertas típicamente clientelares, proselitismo sucio, mal uso de fondos para promoción, serán bocado del día. Pero hay otros elementos presentes, que lejos de generar tranquilidad nos preocupan; consideremos en este sentido la debilidad evidente de instituciones como el Consejo Nacional Electoral, responsable de generar la mayor certeza y transparencia posibles en los procesos electorales; fraccionamiento de las fuerzas políticas, lo que puede ocasionar dispersión del voto; alto nivel de apatía e indecisión ciudadana frente a una opción política, lo que ciertamente puede variar conforme se vayan decantando las candidaturas.
Las mejores recetas se hacen con ingredientes de calidad, por esto, en las elecciones siguientes no se puede prescindir de certeza y respeto a las reglas del juego; transparencia en los procesos; candidaturas y equipos de trabajo de gente limpia, preparada y comprometida primero con Ecuador; planes de Gobierno viables para superar los agobiantes problemas sociales y económicos que tenemos.
La política debería ser como un coctel correctamente ejecutado, para dicha de todos los comensales. (O)
Texto original publicado en El Telégrafo
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