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El trabajo en el campo pasa de lo muscular a lo cerebral

John Franco Rodríguez
Universidad Católica de Santiago de Guayaquil
lunes, enero 20, 2020
El trabajo en el campo está dejando de ser una labor muscular, de impresión de fuerza y desgaste físico, para convertirse en un trabajo más cerebral, automatizado, digitalizado y que da paso a otra forma de generar o concebir los productos alimenticios que se llevan a la mesa.
Tiempo de lectura: 6 minutos

Cada día en una de las llamadas “fábricas de verduras” (hortalizas) automatizadas (agricultura vertical) de Japón se producen 30 mil lechugas. Y todo ese trabajo lo realizan solo 25 empleados quienes de encargan del manejo de las instalaciones de cultivo; en dicho país, hoy se cuenta con unas 220 fábricas de lechugas con luz artificial, la mayoría son pequeñas. Según la empresa de estudios especializada Innopex, habrá 400 emprendimientos similares hasta el año 2025, ello quiere decir que progresivamente se irán concentrando en las zonas periurbanas y urbanas, nuevos emplazamientos de trabajo para la “agricultura protegida y/o controlada”.

El concepto de agricultura protegida surge para disminuir la presión sobre las zonas tradicionales de agroproducción, las que han sido impactadas por la salinización de los suelos, desertificación, pérdida de su potencial agrológico y azote por repetidas catástrofes naturales. Casi en todos los países del Asia existe una gran sobrepoblación alrededor de las grandes ciudades y por ende, se presenta una alta demanda por los alimentos, en especial si se tienen zonas rurales impactadas, deterioradas, afectadas y degradadas por diversas acciones antropogénicas y fenómenos ambientales recurrentes y en especial en la mayoría de las zonas de cultivo que se emplean para plantaciones de gramíneas (arroz – maíz).

La técnica de agricultura protegida que se utiliza en Japón, con estas fábricas automatizadas de hortalizas, les permite generar vegetales de consumo fresco como tomate, pimiento, lechuga y rábanos que tienen un ciclo de cultivo relativamente corto. Las producciones se obtienen entre 30 a 80 días como máximo. Y tienen ventajas, ya que no emplean agroquímicos de alto impacto y tampoco contaminantes al ambiente, porque no se cultiva en tierra, sino en sustratos inertes que facilitan el manejo y control de las condiciones de cultivo. Asimismo, al evitarse el ataque de plagas y enfermedades, los costos de producción se reducen, trayendo con ello, mayores ingresos al productor.

Cuando se trabaja con estrategias de agricultura protegida (controlada) en la zona urbana y periurbana (Agricultura Urbana/Periurbana), la productividad por metro cuadrado de capacidad instalada es mucho mayor que por unidad de superficie a campo abierto; por ejemplo, el tomate se puede sembrar tanto a campo abierto como bajo cubierta (cultivo protegido), es hasta 10 veces más productivo en éstas condiciones. A campo abierto no se puede controlar la lluvia, el exceso de sol, las plagas y enfermedades y al aplicar mecanismos de control químico se atomiza las plantas y no se puede controlar el viento, afectando por deriva a las fuentes de agua, a otros cultivos o a las personas. Con los cultivos protegidos (controlados) se evita éste inconveniente.

El concepto de la agricultura urbana se encuentra en auge en el mundo contemporáneo. En Ecuador, por ejemplo, el 90% de las hortalizas son producidas en tierra y se las traslada en camiones desde los sitios de producción hasta los centros de consumo en las ciudades. Este transporte le genera al producto un costo mayor. Con la agricultura urbana los cultivos están cerca de la ciudad y del mercado demandante con la consecuente reducción en su logística de transporte al evitarse recorrer largos distancias con el producto.

Desde el año 2005, según la FAO, el mundo moderno vive un proceso de urbanización acelerado, es decir, más personas viven en las grandes ciudades y menos en las zonas rurales y en los campos de cultivo. Frente a esta escasez de mano de obra debe haber una etapa de transición entre las antiguas capacidades y nuevas competencias; es decir, nuevas experiencias o situaciones posibles de producción. Para lograrlo es indispensable que el habitante de las zonas rurales se capacite en esas nuevas competencias y acceda a estos sistemas emergentes: “El trabajo en el campo pasa de lo muscular a lo cerebral”.

Inicialmente podría pensarse en una reducción de espacio de trabajo para la gente en las zonas rurales y/o en el campo, sin embargo, esas personas tienen que aprender nuevas competencias y formarse de otra manera, para convertirse en mano de obra calificada. El manejo de la agricultura protegida, de la horticultura bajo cubierta y los diversos emprendimientos de tipo industrial hortícola como las “fábricas automatizadas de vegetales” en Japón, están sistematizados por un software de computadora, pero se requiere de mano de obra especializada que los programe, maneje y/o ponga a punto. El trabajo en el campo está dejando de ser una labor muscular, de impresión de fuerza y desgaste físico, para convertirse en un trabajo más cerebral, automatizado, digitalizado y que da paso a otra forma de generar o concebir los productos alimenticios que se llevan a la mesa.

La mano de obra que deja de trabajar alrededor del sistema de producción convencional, debe adaptarse a los nuevos escenarios y buscar la posibilidad de formar parte de los demás eslabones de la cadena agroproductiva como los mecanismos de manejo poscosecha, comercialización, agroindustrialización y su diversificación de materias primas. No todos los cultivos, ni los productos agrícolas, ni alimentos son susceptibles de ser trabajados a través de la agricultura protegida. Muchos necesitarán seguir siendo cultivados en grandes extensiones que continuarán empleado a la mano de obra de forma tradicional y convencional.

Cuando se habla de cultivo de arroz, maíz, trigo y otros al igual que los granos como soya, fréjol, lenteja, necesitan grandes superficies de tierra para su producción, debido a que se mantienen con alta demanda en la cultura alimentaria. Otros casos que se mantendrán son los sistemas agrosilvopastoriles y el cultivo de árboles para frutas y maderas, mismos que necesariamente tendrán que seguir produciéndose en extensos territorios en los campos.

Lo que se está ocurriendo en el mundo contemporáneo es una diversificación, despolarización y reposicionamiento de la producción, para reducir la presión en las zonas rurales y lograr que ciertos cultivos se desplacen hacia la zona urbanas y periurbanas, en donde son trabajados con otra estrategia más eficiente y que acerca los alimentos a la población, brindando productos más sanos, inocuos a precios razonables.

Los cultivos en las fábricas de verduras automatizadas de Japón, tienen otra ventaja y es el uso eficiente del agua. El 98% se reutiliza en circuito cerrado y el volumen consumido es mínimo comparada a los cultivos tradicionales a campo abierto, porque se suministra la cantidad exacta que la planta necesita, de acuerdo a su etapa fenológica. Además, se puede recoger el exceso junto con los fertilizantes diluidos y reutilizarlos; anteriormente, escapaban al suelo con alta posibilidad de llegar a las capas subterráneas, a los acuíferos y contaminarlos. Con la agricultura protegida el agua se usa sosteniblemente, se canaliza, reutiliza (previo análisis) e incluso luego de un proceso de limpieza y recuperación de minerales, se la puede emplear en otros procesos de cultivo.

Al utilizar criterios de agricultura protegida y agricultura vertical se evita la incorporación de nuevas áreas de cultivo en desmedro de selvas y bosques que se deforestan para expandir la frontera agrícola para la producción de alimentos. Es decir, ya no depredamos nuestra belleza escénica (selvas y bosques), porque se cuenta con un espacio alterno para la agroproducción con una consecuencia directa de protección al ambiente, la biodiversidad y las personas.

En Ecuador el agro tiene que cambiar su estrategia de trabajo y adaptarse a las nuevas condiciones. En las universidades se imparten otros métodos de cultivo y sus estrategias de adaptación al cambio climático, modelos de agricultura sostenible, agroecológica, que resultan muy bien articulados al criterio de agricultura protegida. También se induce a ser más eficientes en el uso de recursos como tal y disminuir la posibilidad de que existan agentes que contaminen el agua y el suelo, así como la depredación de las áreas naturales.

El futuro del agro dependerá de la velocidad de adaptación y de adopción de la transición productiva, entre pasar de la agricultura convencional a una agricultura más adecuada y adaptada al cambio climático y a las tendencias del entorno, a la posibilidad de adaptar nuestras condiciones a esas inclemencias del tiempo.

En las zonas rurales y en los campos se dará este cambio y las personas tendrán que adquirir nuevos conocimientos y competencias; ya no se necesita solo trabajar “a machete”, sino que paulatinamente vaya ambientándose a la calibración de equipos, mantenimiento de maquinaria, actualización de software y operación de sistemas automatizados o robots (dron). Además, cada vez surgen más rubros productivos de cultivo, pasando de aprovechar entre 45 a 50 especies vegetales para su beneficio a integrar nuevas especies vegetales de los que va descubriendo aplicaciones, haciendo que la biodiversidad de Ecuador sea aprovechada sosteniblemente en su máxima expresión.

En el Ecuador el sistema de agroproducción necesita una inversión inteligente de los recursos, para facilitar y garantizar al agricultor el acceso a los medios de producción para que sea parte de esta transformación. Para lograrlo, se requiere un trabajo en conjunto entre el Gobierno, la empresa privada, la academia, los gobiernos autónomos descentralizados y los gremios de productores. Son nuevas realidades, nuevas ruralidades, nuevos retos y nuevas competencias que se logran concretar solamente con un trabajo en equipo. El llamado está planteado. La tendencia está marcada. Es hora de enfrentar el reto, comprometernos y desarrollarnos.

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