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Casitagua: en Quito se aplica la regla ecológica 30, 30, 30 que genera los incendios

Esteban Suárez
Universidad San Francisco de Quito
domingo, enero 19, 2020
Antes era poco probable que se registre un incendio en enero, pero ahora ya lo estamos experimentando. Por ello, es importante reflexionar, porque estas alteraciones inusuales de clima son producto del cambio climático en el mundo y estamos comenzando a vivir los efectos de un clima cambiante y cada vez más extremo.
Tiempo de lectura: 5 minutos

El fuego en el cerro Casitagua, ubicado en San Antonio de Pichincha, al noroccidente de Quito, comenzó cerca de las 11:00 del martes 14 de enero.  Si bien el incendio forestal, no ha reportado heridos ni daños materiales, -según lo han indicado la autoridades locales-, si  causa un efecto nocivo sobre los ecosistemas de la zona.

En algunos casos la gente supone que los incendios se inician por pedazos de botellas rotas que son abandonados en el campo y que funcionarían como una lupa. Sin embargo, las condiciones que se deberían dar simultáneamente para que esto suceda son tan específicas, que resulta improbable que esta sea una causa importante para provocar estos incendios. Por otro lado, las tormentas eléctricas, que también podrían encender el fuego, son muy poco comunes en los meses de verano en los que la vegetación está suficientemente seca como para encenderse.

En nuestro país la mayor parte de los incendios se originan por descuidos de la gente al quemar basura o maleza como parte de prácticas agrícolas, por travesura o mala intención. Es  importantes aclarar que en ecosistemas como los nuestros, especialmente en la Sierra, prácticamente no hay incendios que se originen por causas naturales como sí ocurre en otros. En el caso específico del Casitagua la vegetación natural es característica de ecosistemas un poco áridos, y ha sido muy alterada por actividades humanas, lo que hace a esta zona muy propensa a incendios como el que ya ocurrió.

El cerro Casitagua se compone de un sistema seco con aves e insectos muy particulares. Se estima existen unos 75 tipos de plantas, respecto a la fauna hay especies que habitan en los bosques que circundan el sector, como el  Puerco Espín Quichua, el Murciélago rostro de fantasma, el Murciélago nectarívoro y el Lobo de Páramo. Es también, una zona importante de transición de los ecosistemas más áridos de la zona de San Antonio y Pomasqui, hacia los ecosistemas un poco más húmedos que se encuentran en el Pululahua y en general la vertiente occidental de los Andes.

Más allá del incendio del Casitagua, hay muchos otros incendios que afectan a los ecosistemas naturales de páramo o a los bosques introducidos de eucaliptos, que son abundantes en la Sierra. Los eucaliptos no son nativos de nuestro país, sino que fueron introducidos desde Australia en el siglo XIX. Al remplazar la vegetación nativa, que tiende a retener más humedad, por plantaciones de eucalipto, aumenta el peligro de incendios porque estos árboles están adaptados para sobrevivir al fuego y crean condiciones que favorecen los incendios. Por ejemplo, los eucaliptos botan la corteza de sus troncos cada año y producen hojas difíciles de descomponer que, al caer al suelo, sirven como combustible durante los incendios.

En Australia, los incendios en bosques de eucalipto se inician de forma natural por la caída de rayos, y la estructura y funcionamiento del árbol crean las condiciones propicias para que el fuego se propague. El problema en nuestro país es que nuestros ecosistemas no son adaptados al fuego y los incendios acaban con los remanentes de vegetación nativa o con las especies que podrían estar recuperándose. Quito está rodeada de bosques llamados protectores, pero son plantaciones de eucalipto y tarde o temprano se van a incendiar, lo cual implica un peligro latente porque la ciudad está literalmente cercada por ellos.

En este contexto, lo más apropiado sería reemplazar progresivamente las plantaciones de eucalipto y restaurar en esas zonas la vegetación nativa. Las laderas del Pichincha, por ejemplo, deberían estar cubiertas de matorrales y bosques alto-Andinos que tienen mucha diversidad y gran capacidad de estabilizar el suelo y son ideales para el hábitat de la fauna. Para lograrlo se requiere una política municipal fuerte y una decisión de invertir en un programa de protección a largo plazo con vegetación nativa.

La recuperación de una zona con vegetación nativa afectada por un incendio depende de las condiciones que le rodean. Si existen cerca buenos remanentes de bosque estos ayudarán a recuperar la vegetación en plazos más cortos. Pero, posiblemente se necesitarán entre 5 y 10 años para generar buena cobertura vegetal, si no ocurren más flagelos, ni existen otros factores que afecten a la vegetación nativa.  Son procesos activos más o menos largos que necesitarán voluntad política, recursos y personal para plantar y cuidar los árboles. Hace falta una participación mucho más activa de parte de la ciudad.

Las laderas del Pichincha, por ejemplo, deberían estar cubiertas de matorrales y bosques alto-Andinos que tienen mucha diversidad y gran capacidad de estabilizar el suelo y son ideales para el hábitat de la fauna. Para lograrlo se requiere una política municipal fuerte y una decisión de invertir en un programa de protección a largo plazo con vegetación nativa.

Estructuralmente se debe tratar de reducir las condiciones que facilitan los incendios, con la reducción de la vegetación introducida propensa al fuego. Pero además se requiere educación y control. Educación para que la gente entienda los posibles impactos del fuego sobre la vida, la propiedad, los ecosistemas, la calidad del aire, la salud, la economía y más. La educación sobre los incendios y sus impactos en el medio natural debería ser parte del pensum del sistema educativo para desde un inicio concienciar a la gente sobre estos impactos y sus efectos.

Con las condiciones climáticas que se experimentan en el país y en otros lugares del mundo, toda la vegetación que nos rodea es vulnerable a flagelos. En el ecología de incendios se habla de la regla 30, 30, 30, que se refiere a que las condiciones críticas para iniciar un incendio son tener al menos de 30 grados de temperatura, 30% de humedad en el aire y velocidad de los vientos de 30 km/h. En estas condiciones, la probabilidad de incendios es altísima y justamente esas condiciones son las que se están experimentando en estos días en la ciudad. Lo único que se necesita es un factor para desencadenarlo y lamentablemente esto ocurre por falta de educación de la gente, por malicia, o a veces por falta de cuidado en el manejo de fuego para quemar basura o para limpiar malezas.

Es interesante notar que uno de los pronósticos de los modelos de cambio climático es la exacerbación de las condiciones que favorecen los incendios y en épocas en las que no se los esperaba. Antes era poco probable que se registre un incendio en enero, pero ahora ya lo estamos experimentando. Por ello, es importante reflexionar, porque estas alteraciones inusuales de clima son producto del cambio climático en el mundo y estamos comenzando a vivir los efectos de un clima cambiante y cada vez más extremo.

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