El modelo monetario de la dolarización, basado en la vigencia de una moneda prestada -el dólar norteamericano-, ha permitido dar estabilidad a la economía del Ecuador en medio de un conjunto de limitaciones positivas y negativas, efectos favorables y desfavorables; y una serie de desafíos que todavía están en el tintero y que, para lograr la sostenibilidad en el tiempo de la dolarización, se requiere, de forma prioritaria, ponerlos en acción con la participación sistémica de todos los sectores que integran la sociedad ecuatoriana.
Uno de los desafíos principales -sobre el cual se ha hablado mucho, pero poco se ha hecho- es el de la mejora de la competitividad organizacional, sectorial y nacional; entendida esta como el desarrollo de capacidades que, promovido desde adentro y desde afuera de las empresas, les permita mantenerse y crecer en el mercado nacional y, sobre todo, en el internacional. En esa mejora de la competitividad juega un rol clave la función interactiva de los distintos actores que, desde los ámbitos “económicos y extra económicos”, contribuyen a crear las condiciones propicias para que en una nación prevalezcan criterios y formas de actuación sustentadas en los principios de la calidad, productividad e innovación.
Cuando se propone el impulso de la mejora competitiva desde adentro y desde afuera de las empresas, lo que se está diciendo es que, para lograr un tejido productivo más competitivo en las ligas nacionales y, principalmente, internacionales -como lo reconoce el profesor Michael Porter en su obra canónica “La Ventaja Competitiva de las Naciones”-, la responsabilidad es compartida; no depende solo de lo que haga el Estado -con énfasis en el gobierno central-, como tampoco solo de lo que haga el sector empresarial; va más allá, pues, se requiere de la interacción de los demás actores locales, nacionales e internacionales: Gobiernos Autónomos Descentralizados (GAD), sistema educativo -escuela, colegio y universidad-, sector financiero, medios de comunicación, organismos internacionales.
Entre las acciones que, desde adentro de las empresas, sus propietarios deben impulsar están las siguientes: inversiones en reinvención tecnológica blanda -procesos, por ejemplo- y dura -casos como: máquinas y equipos e infraestructura física-; capacitación de los trabajadores de acuerdo a necesidades identificadas en los ámbitos aptitudinal y actitudinal; uso de asistencia técnica financiera y no financiera especializada en las características propias de la actividad productiva que realizan; promoción de espacios y acciones que les permita crear e innovar productos adaptados permanente a las demandas de un mercado consumidor que cambia continuamente a pasos agigantados; búsqueda de nuevas formas de financiamiento para la mejora y el crecimiento empresarial, una de ellas puede ser la preparación de la organización para encontrar recursos en el mercado de valores; impulso de procesos asociativos sustentados en el enfoque y alcance del trabajo colaborativo, cooperativo y colectivo.
De ahí, pensando a nivel macro, será importante generar colectivamente una agenda de competitividad, en donde la distribución de responsabilidades esté cargada de forma balanceada entre los diferentes actores: gobierno, empresarios, académicos, sector financiero y, por supuesto, los propios consumidores. En el caso de estos últimos, se debe resaltar, juegan un rol clave en la mejora competitiva de una nación, ya que con su exigencia firme -como diría Edward Deming: “pro búsqueda de hacer bien las cosas desde el inicio”- y, debidamente, argumentada ayudaría a contrarrestar la actitud mediocre que ciertos negocios tienden a practicar y, en varios de los casos, les lleva a incrementar sus costos y a disminuir sus ventas; afectando, como es de esperarse, directamente, a sus niveles de productividad organizacional debido a que, con estas formas de operar, les convierte en los candidatos perfectos para inscribirse en dos deportes nacionales que, lamentablemente, en el país están vigentes: “los reprocesos -más costos-” y “el pésimo servicio al cliente -menos ventas-“.
En cambio, cuando se revisa -vale la pena consultar, nuevamente, el libro que ya se sugirió “La Ventaja Competitiva de las Naciones” del profesor Michael Porter- los casos de naciones consideradas como exitosas se puede observar que son los compradores nacionales los que, en gran medida -como una de las causas principales de su mejora competitiva-, han incidido en la consolidación de tejidos productivos capaces de competir en las ligas mayores que están presentes, principalmente, en el mercado internacional. Es decir, son países que muestran altos índices de internacionalización de sus empresas que les permite traer cantidades significativas de divisas producto de la mayor exportación de sus propios bienes y servicios.
De ahí, para ser competitivos a nivel internacional, hay que empezar siendo excelentes casa adentro -que se resume en “hacer bien las cosas, disminuyendo, al máximo la presencia de errores”. Apareciendo, así, la necesidad -como una de las acciones prioritarias- de trabajar en la formación de la gente que, al final, a la hora de poner a funcionar una empresa, es vital su participación para lograr los sugeridos, permanentemente, mayores niveles de calidad, productividad e innovación organizacional; para lo cual, algo que hemos venido repitiendo decenas de veces -desde 1997 cuando empezamos a trabajar con el sector de la micro, pequeña y mediana empresa (MIPYME) y lo seguiremos repitiendo-, es importante promover -desde el accionar público, privado y del sistema educativo- espacios de capacitación y formación de los trabajadores que, como paso final, “certifiquen sus habilidades laborales en una determinada rama industrial” y, así, sean capaces de hacer bien su trabajo y, sobre todo, de desarrollar capacidades aptitudinales y actitudinales que les permitan adaptarse con mayor facilidad a un mundo laboral más complejo, en donde la constante son los grandes y continuos cambios que obligan a una actualización permanente.
Complementando, todo lo anterior, en el caso de acciones pro mejora competitiva del Ecuador, desde afuera de las empresas, es prioritario que se trabaje -para hacer del país un territorio favorable y atractivo para las buenas inversiones y los buenos negocios productivos- en campos como: potenciación hacia el uso productivo de la infraestructura física construida en los últimos años; derogación progresiva de impuestos y otras trabas legales que, más que impedir la salida de capitales, impidieron su ingreso; reinvención de la tramitología que evite desanimar al emprendedor y al inversionista; fortalecer las bases para el funcionamiento estable, eficiente y, sobre todo, ético del marco institucional; potenciación del sistema educativo para que funcione como un verdadero sistema -interrelación urgente entre los niveles básico, medio y superior de la educación nacional-; promoción de fuentes de información orientadora para la inversión en función de las potencialidades territoriales -aquí los Consejos Provinciales, como responsables del fomento productivo, puede jugar un rol clave-; las universidades mediante sus funciones misionales: docencia, investigación y vinculación con la sociedad, también pueden ayudar a desarrollar programas que contribuyan a la mejora de la creatividad e innovación del país; acuerdos comerciales para exportar; promoción de sustitución inteligente de importaciones; productos especializados para emprender -fondos de capital de riegos, como caso referente- o para internacionalizar -créditos para exportar-; incentivos tributarios en zonas que tienen potencialidades productivas especializadas -un referente, puede ser el turismo-. Estos son algunos ejemplos de acciones que, junto a lo que hagan -desde el interior de sus negocios- los propietarios de las empresas, contribuirían de forma directa a la consolidación del proceso de mejora competitiva sistémica del Ecuador -reto difícil, pero no imposible-.
Finalmente, queda claro, para que la dolarización se pueda mantener en el largo plazo, es clave la mejora competitiva del país -tema que ha estado en el discurso más que en la acción, un indicador es el “Reporte Global de Competitividad del Foro Económico Mundial” en donde el Ecuador obtiene apenas 55,7 sobre 100 puntos- para, así, atraer dólares vía fuentes idóneas como: exportaciones e inversión directa extranjera con fines productivos; ya que el modelo monetario vigente en el Ecuador se mantendrá, solamente, si hay dólares frescos ingresando y circulando en la economía y evitando -en lo posible- que su sostenimiento sea -con tendencia a su énfasis- a través de dos vías -verdaderos salvavidas de la dolarización- que son las menos recomendables por los costos sociales y financieros que se tienden, respectivamente, a generar; la una tiene que ver con las remesas de los migrantes -alrededor, desde 1999, de 2 mil cuatrocientos sesenta millones de dólares anuales, a cambio, sobre todo, del costo de la desintegración familiar y las situaciones de exclusión y privaciones de comodidad que tiende a vivir un migrante- y, la otra, tiene relación al endeudamiento público externo -en 2019 la deuda pública externa se situó en alrededor de 39 mil millones de dólares- que, como se sabe, la economía de un país, difícilmente, se podrá sostener en el largo plazo sobre la base de una política de deuda permanente.
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Muchas gracias por participar este artículo en el aniversario número 20 de la dolarización de nuestro país. ¡Excelente!
Es nuestro deber mantenerlo a futuro, y para ello ataquemos desde las aulas de nuestro sistema educativo nacional, en especial la educación superior y generando simultáneamente un ambiente propicio legal y jurídico, como política de estado.
Gracias.
Excelente artículo.