“Dale un abrazo a tu abuelo”, “Deja que te carguen, no seas malcriado” o “permite que tu tío te dé un beso”, son frases comunes en cualquier ambiente familiar. Cuántas veces hemos escuchado estas frases y peor aún, cuantas veces los padres las han mencionado, pese a que solo querían ser cordiales con la familia o amigos.
Estas situaciones suelen generar sentimientos incómodos en los niños, sobre todo si se niegan a entrar en contacto físico con un adulto del entorno familiar. Esto ocurre porque los padres se enojan y les obligan a mostrar un cariño fingido. A esto se lo conoce como afecto forzado.
Es probable que la mayoría de padres no tengan conciencia de la importancia de respetar los espacios y conductas de los niños, porque son como esponjas, absorben todo lo que ven, sobre todo las conductas y comportamientos dentro de su entorno familiar.
Para los niños es fundamental aprender sobre sus preferencias y sus límites. Esto no solo es para el cuidado y autocuidado durante la niñez, sino que es la base para todo el ejercicio del consentimiento y la libertad en sus años de la juventud y ya como adulto.
El proceso de aprendizaje sobre cómo vincularse con los demás, no es muy distinto a aprender a caminar o comer. Por lo tanto, los niños tienen derecho a que sus ritmos sean respetados y a saber que pueden expresarse, elegir de qué forma prefieren vincularse con los adultos y también con otros niños.
Cuando los padres insisten en que sus hijos muestren afecto a terceros sin su consentimiento, podrían estar, sin tener plena conciencia de ello, dejando en la indefensión a los niños ante posibles casos de abusos sexuales posteriores. Este no es un tema para tomarse a la ligera.
El desconocimiento de nuestra sociedad hace que miles de niños sean violados dentro del entorno familiar. En Ecuador, según cifras de Unicef 1 de cada 4 niñas y 1 de cada 6 niños son abusados sexualmente antes de cumplir 18 años y el 65% de los casos es cometido por familiares y personas cercanas a la víctima. Es claro, los padres confunden a sus hijos, debilitan su personalidad y propician problemas de inestabilidad emocional en su adolescencia. Los niños al crecer pueden mostrar afectos fingidos.
Por un lado, son padres los que repiten frases como “este es tu cuerpo”, “nadie puede ni debe tocarte”, pero por otro, en una reunión familiar obligan a los niños a besar y abrazar a “desconocidos”. Un desconocido para un niño puede ser un familiar al que vea cada año o de vez en cuando. El niño en esta confusión asimila que no tiene derechos, que debe someterse, que no puede elegir, que su cuerpo no es suyo y debe hacer lo que los adultos ordenen sin posibilidad de cuestionarlos.
Como sociedad hemos normalizado lo usual. Por ejemplo, lo usual de las personas en esta pseudocultura es apretar los cachetes del niño, besarlo – algunos hasta en la boca-, darle una nalgada “de cariño”. Todo es visto como simple “amor” y hemos aceptado estas formas de afecto como lo usual; sin embargo, no es lo normal y ningún padre lo debería permitir.
Los padres deberían decir: tú eres mi familiar, pero no es correcto que tengas ese tipo de afectos con mi hijo. Ellos deben creer y apoyar siempre al niño, jamás dudar del pequeño.
Como adultos es necesario comprender que si un niño no quiere besos y abrazos no es sinónimo de que no los aprecie.
A los niños se les debe criar desde el cariño y respeto a sus cuerpos, permitiéndoles explorar sus límites y preferencias. Deben saber que tienen derecho a decir “no”, a preguntar, a expresar su bienestar o malestar. Esto es una gran ayuda para desarrollar su autoestima y confianza hasta llegar a adultos.
Es importante también pedir al entorno compuesto por la familia, educadores y conocidos que participen de esas dinámicas.
Padres, deben acostumbrarse a preguntar a los niños: ¿cómo prefieren saludar en la reunión familiar a la que vamos? Es perfecto si su decisión para ese día sea estrechar la mano, siempre con respeto y educación. Respetemos tanto los ‘sí’ como los ‘no’. Este en el contexto del respeto mutuo de grandes a pequeños y viceversa. El respeto jamás será equivalente a sometimiento u obligación.
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