La Virgen de Guadalupe, es parte de la vida personal, familiar y colectiva de la nación mexicana. Es un ídolo nacional, no local, que en parte identifica a los ciudadanos bajo esa creencia. El Estado mexicano es laico, no se identifica con ninguna creencia religiosa, sin embargo, es republicano democrático, lo cual implica que todos tienen el derecho a creer en lo que deseen y hay libertad de cultos. Los guadalupanos no son necesariamente católicos y creyentes en alguna religión. En ese sentido, la Virgen de Guadalupe es una diosa criolla, en parte de origen católico y en parte una diosa pagana. Llama la atención que su reconocida imagen pintada en una tela no carga un niño –a diferencia de las de siglos anteriores– como sucede con muchas vírgenes modernas, más feminizadas. En todo caso, sería interesante conversar alrededor de lo que significa para cada creyente esta adoración a la Virgen de Guadalupe.
Como prefacio aclaratorio, quisiera señalar que el psicoanálisis no pretende erigirse como crítico de las religiones, ni como alternativa de ningún tipo y menos entrar en competencia. Tanto Sigmund Freud como Jacques Lacan le dan su lugar a la religión desde el inconsciente. Ambos hicieron uso de muchas referencias de algunas religiones y creencias míticas, extrayendo la savia que contenían para su uso en el psicoanálisis, aparte de establecer como elemento compartido la función de socialización que la religión implica.
Freud pensó que la ciencia iba a desplazar a las religiones, pero Jacques Lacan consideró lo contrario, al señalar que las ciencias introducirán “montones de cosas perturbadoras en la vida de cada uno”, lo que hará que la gente busque sentido a su vida sobre lo que no anda –lo real–, y la religión posee recursos inimaginables para fabricar esos sentidos. En medio de un mundo de incertidumbres, ya que el goce o las satisfacciones de cada uno se imponen sobre las identificaciones colectivas, las religiones se ofrecen al rescate con sus interpretaciones para que el sujeto hipermoderno goce con ellas en comunidad. Tal es así que, aunque las iglesias se vean afectadas por escándalos de perversión y económicos, eso sólo producirá, de parte de los sacerdotes y feligreses, la creación de nuevas significaciones para aplacar las angustias.
Lacan, incluso, denominó al catolicismo como la “religión verdadera”, no solamente porque proclama que toda la humanidad debería inscribirse en ella, por autodenominarse la única verdadera, sino que es la que mejor produce efectos de verdad con la multiplicidad de sentidos inagotables para tranquilidad de los creyentes.
Con relación a la clínica, las creencias religiosas de cualquier tipo de los pacientes no son cuestionados por el analista. Si el paciente decide interrogarse al respecto, es de su responsabilidad, y el analista escucha no buscando sustituir unas creencias por otras, sino que su intervención apunta a agujerear el inconsciente real, es decir, a lo que no puede decirse y hace de obstáculo, para que intente hablar sobre ello. El amor de transferencia implica invitar al paciente que hable lo que quiera. En algunos sujetos, cuya subjetividad está desanudada, puede ser que decidan que una creencia religiosa constituya una manera de reparar la falla en el nudo, de lo cual se toma nota para que adquiera consistencia. Es más, Lacan habló de los místicos cristianos como un vínculo muy singular con el inconsciente y comparó a los analistas como santos, ya que se abstienen de su propio goce cuando atienden a un paciente.
No entraré en la discusión sobre la llamada aparición de la virgen y sus milagros, o si el cuadro que se encuentra en la Basílica de la Virgen de Guadalupe es el original o no, o si las historias del indio Juan Diego son verídicas o no. De eso se encargan los historiadores, especialistas, científicos y doctos sacerdotes. Pero lo que es un hecho es que el proceso de evangelización de las Indias occidentales implicó varias estrategias utilizadas, desde la extirpación de idolatrías hasta el uso de la palabra persuasiva, pasando por la incorporación y sustitución de símbolos sagrados étnicos al cristianismo. Uno de los métodos más comunes era la construcción de templos católicos encima de los lugares de adoración de los seres sagrados étnicos.
Como muchos cerros, el cerro Tepeyac, al norte de Tenochitlán, era un lugar sagrado de mucho prestigio de los mexicas, donde se rendía culto a Tonantzin, también llamada Coatlalicue, una de las diosas aztecas más importantes, que los cronistas la consideraron la madre de los dioses. Una de las supuestas estatuas de Tonantzin encontradas, imponente, por cierto, muestra un ser hecho de serpientes, que en nuestra cultura podría parecernos un monstruo horroroso, digno de una película de Hollywood. La cabeza, formada por dos cabezas de serpiente, enfrentadas, parece también una sola cara. No solo como representación de la dualidad extendida en la civilización americana, sino que podría interpretarse como la dualidad entre mujer y madre.
La serpiente, así como el dragón o el cocodrilo, es un símbolo de muchas culturas y creencias sagradas, que por lo general significa la vida, la creación, la feminidad y la maternidad. Esos reptiles tienen la peculiaridad que se tragan enteras a sus víctimas. Lacan ya había señalado en el Seminario XVII: “El deseo de la madre no es algo que puede soportarse tal cual, que pueda resultar indiferente, siempre produce estragos. Es estar dentro de la boca del cocodrilo” y añade que la única manera de que la madre no se trague a su hijo es colocándole un palo en la boca, es decir, el significante fálico ordenador.
El psicoanálisis sostiene que detrás de una madre hay una mujer, que en el mundo azteca se representaba con diferentes seres sagrados que tenían que ver con los astros y la agricultura. Según los estudios de mitología azteca, Cihuacóalt era divinidad de la tierra, la fertilidad y los partos. Se le opone Tlaltecuhtli, madre que da vida a seres de la tierra, pero también las devora. Coyolxauhqui, una mujer descoyuntada –que no logra manejar su propio goce femenino que le es extraño–, considerada divinidad de la luna, hija de Coatlicue, que intentó matar a su madre por celos de estar embarazada de un padre desconocido, pero su hermano Huitzilopochtli defendió a la madre, decapitó a su hermana, y la envió al cielo como la luna. Una mujer loca, y sabemos que todos tenemos algo de locura femenina. Pero estas diosas también muestran esta división de la feminidad, entre lo fálico y el goce indefinido femenino, una mujer como no-toda ordenada por el falo, que podría ser o no madre.
Los primeros destellos de que las mujeres se consideraran como sujetos de deseo y de derecho en Occidente se produjeron durante el Renacimiento y recién lograron el reconocimiento generalizado a partir de la segunda mitad del siglo XX. Anteriormente, una mujer era ubicada culturalmente como esposa muda, objeto de satisfacción sexual, recluida en un convento o madre de los hijos del varón, nada más. Sin embargo, a inicios del cristianismo, Eva era la principal mujer venerada como madre, después de Lilith, de origen más antiguo, como aquella mujer mítica libre que encarnaba la sexualidad femenina y el deseo propio de cada mujer, que también podría incluir la maternidad. Las diosas griegas y romanas eran una identificación de madre-mujer.
Durante el Renacimiento y el barroco, el catolicismo calificaba a las mujeres y su feminidad como agentes del demonio, mientras se ensalzaba la imagen de la Virgen María madre. Particularmente, el culto a la Virgen María comienza su apogeo alrededor del siglo XV, dejando por fuera a Eva, la madre terrenal mítica que sedujo a Adán por medio de la serpiente, y al hacerlo perdieron la eternidad y pasaron al mundo del trabajo, la responsabilidad, y la muerte. A María se la considera solo como madre, y concebida por el espíritu santo, para dar a luz al hijo de Dios, Jesús. Se excluye completamente su sexualidad, es una mujer toda madre, o madre absoluta. Ella es fecundada por Dios, que es su propio padre, y como Cristo es Dios, es esposa y madre de Dios. Esta circularidad implica una completud fálica donde no hay falta alguna, es una topología esférica, sin agujero. Cristo muere, resucita y asciende al Cielo. María no muere, pero sí asciende, es eterna dentro del tiempo, también circular. No hay muerte, no hay castración, no hay falta, no hay agujero.
La idealización fálica conduce a la condena del cuerpo femenino gozante, sin sexualidad, sin deseo que la ligue al otro sexo, y a una paternidad simbólica. Es un Otro materno totalizante, sin necesidad de la metáfora paterna, y esta imagen idealizada de perfección resulta de gran fascinación imaginaria contemplativa para muchos en el mundo cristiano, con el efecto de aplacar el dolor de existir, pero que no provoca ningún deseo ni interrogación en el creyente.
Freud planteó su teoría edípica sobre el rol de la función paterna y Lacan fue más allá en su precisión con la metáfora paterna. La madre está inscrita en la estructura familiar de parentesco, que se funda en la prohibición del incesto y en la transmisión de la cultura. El nombre del padre sustituye al deseo de la madre, el cual es la boca del cocodrilo o la serpiente que devora a los hijos. El padre dice a la hija que no puede tener relaciones con él y le dice a la madre que no puede reintegrar su producto, y al hijo que no pueden tener relaciones entre los dos. Esta función paterna hace que los hijos se vayan separando de la madre haciendo su propia vida, porque con esa ley instaura el deseo en los propios hijos. Se juega con la prohibición del “esto no puedes hacer”, con la permisión de “esta otra cosa sí puedes hacer”. Ya tendrás tu pareja en el futuro, para eso tendrás que educarte, formarte, cumplir con las reglas, trabajar, etc. Por otro lado, el deseo de la madre por el padre, que es un deseo femenino, en base a su castración, o su falta, indica que su deseo no puede ser colmado por el hijo/a. Al final, el niño encontrará una significación fálica que lo marcará en su propio modo de goce y ordenará la relación con el Otro.
Como señalaba Lacan: “un padre merece respeto en tanto hace de la mujer la causa de su deseo, mientras ella se ocupa por su lado de sus objetos a (los hijos)”.
A las diosas vírgenes se les demanda muchas soluciones, pero no pueden dar nada, ni amor, porque para eso tendrían que reconocerse en falta. El amor, es intercambio de faltas. Las canciones repiten “Me haces falta tú”. Y la falta por excelencia es la femenina, porque una mujer es particularmente sensible a las palabras de amor. Una madre absoluta es impenetrable, y en el mejor de los casos, tendrá la ilusión de estar completa con el hijo, pero a condición que sea reintegrado el producto mediante, hablando alegóricamente, la devoración de su vástago. ¿No tiene consecuencias cuando una madre “sobreprotege” al hijo no permitiéndole que asuma su responsabilidad de sujeto?
Los creyentes aman las diosas vírgenes al estilo de un amor platónico irrealizable, demandándole milagros para que elimine sus sufrimientos terrenales. Aquí puede surgir la pregunta: ¿Habría que apostar por la “mala madre” en la cultura? Esa, la demoníaca, puede ser mejor ya que sus hijos se quejan de ella porque está detrás formándolos, educándolos, día a día, para que salgan adelante, introduciendo la ley del padre porque ella también está castrada simbólicamente, siendo mujer y madre.
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