Los epitalamios bíblicos del Cantar de los Cantares eran poca cosa al lado de los de la reunión del Grupo de Puebla, la extensión del Foro de Sao Paulo. Estaban en Buenos Aires, con el México de Andrés Manuel López Obrador que liberó al hijo del Chapo Guzmán en una especie de sometimiento del Estado al crimen organizado, como invitado especial, y un presidente elegido de Argentina, no se sabe si peronista o kirchnerista según sus últimas declaraciones. Las epopeyas anunciadas eran poca cosa ante la Odisea de Ulises o la campaña de Alejandro Magno. La felicidad desbordaba. Alberto Fernández había intentado antes en México un karaoke show tipo James Corden con Rafael Correa, con las limitaciones del tercer mundo y de las voces y el guión, claro.
El Grupo de Puebla se presentó como una comunión de 32 dirigentes que se representaban a ellos mismos y buscaban acuerdos regionales. “No somos un grupo de activismo político, pero tampoco somos un grupo de reflexión monástica; no estamos en un monasterio -dijo un Ernesto Samper alborozado, intentando volver al ruedo político tras el proceso 8.000-. Queremos actuar para desarrollar una agenda progresista en América Latina”.
La intención era clara y hasta lógica, cruzar con la llamada brisa de Nicolás Maduro, desde la Patagonia hasta México con escalas en La Paz y Caracas. En un documento final de 16 puntos, este foro de líderes progresistas de doce países de América Latina, instó a que haya “compromiso público de respetar los mandatos en curso de todas las autoridades legalmente constituidas hasta la asunción de los nuevos gobernantes elegidos en el pueblo boliviano”. Explicítamente boliviano, ninguna referencia a Ecuador, donde el expresidente Rafael Correa y sus adláteres llamaban a derrocar a Lenín Moreno, ni a Chile, donde Nicolás Maduro ya veía derrocado y humillado a Sebastián Piñera, y peor aún a Colombia.
¿Las caras fruncidas con las que terminó la reunión del Grupo de Pueblo el domingo volvió a sus dirigentes a la realidad del repudio por regímenes que intentan perennizarse en el poder en América Latina? Tal vez no. Tal vez sigan en su intento hasta que la plata se les acabe, el dinero arrebatado por esa trama de corrupción que se destapó en Brasil con Odebrecht.
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