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Mientras las últimas noticias sobre los dos tiroteos masivos ocurridos este fin de semana en Estados Unidos aún recorren el mundo, la pregunta que muchos se hacen dentro y fuera de ese país es ¿por qué?
Pero, la muerte de más de 32 personas en los sucesos ocurridos en El Paso (Texas) y Dayton (Ohio) no solamente ha causado mucho estupor. También reabrió el debate que divide a la sociedad en la primera potencia del mundo en torno a la necesidad o no de aplicar mayores controles a la venta de armas.
En esa discusión, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ya tomó posición. “La salud mental y el odio aprietan el gatillo, no el arma”, dijo el mandatario este lunes en una alocución televisada en la que no hizo ninguna referencia al control de armas.
No es la primera vez que Trump responde de esta manera a un suceso de este tipo. En febrero de 2018, tras el tiroteo en la escuela Marjory Stoneman Douglas, en Parkland (Florida), que causó 17 muertos y unos 14 heridos, hizo lo mismo. “Vamos a enfrentar el difícil problema de la salud mental”, señaló entonces, evitando nuevamente hablar de las armas de fuego.
Pero, ¿cuánto peso real tienen las enfermedades mentales en la ocurrencia de estas masacres? Investigaciones realizadas en Estados Unidos señalan que hasta el 60% de los responsables de tiroteos masivos ocurridos en ese país desde 1970 mostraron síntomas de enfermedades mentales, incluyendo paranoia, depresión y alucinaciones antes de ejecutar sus ataques.
James Holmes, el responsable de la masacre ocurrida en un cine en la localidad de Aurora (Colorado) en 2012 y en la que murieron 12 personas, estaba siendo atendido por un psiquiatra especialista en esquizofrenia antes de ejecutar el ataque.
Los compañeros de estudio de Jared Loughner, el hombre que en 2011 atacó a la congresista Gabrielle Giffords y mató a seis personas durante un mitin en Tucson (Arizona), dijeron que no se sentían seguros en su compañía pues durante las semanas previas al ataque se reía ruidosamente y sin motivo aparente.
En el caso de Nikolas Cruz, el atacante de Parkland, las autoridades habían recibido al menos 45 llamadas relacionadas con él o con su hermano debido a señalamientos como comportamiento errático, violencia doméstica o abuso de personas mayores.
“Estudios recientes han hallado, por ejemplo, que la probabilidad de cometer actos violentos es mayor en el caso de personas con desórdenes mentales que en el de aquellas sin ellos”, dijo Sean Philpott-Jones, investigador en temas de salud pública de la Facultad de Medicina de la Universidad Clarkson (Nueva York), en un artículo publicado por The Hasting Center.
“Más aún, nuevos datos sugieren que más de la mitad de los casi 200 tiroteos masivos ocurridos en Estados Unidos desde 1900 fueron realizados por personas diagnosticadas con un desorden mental o con signos demostrables de una enfermedad mental grave previa al ataque. Los tiroteos masivos son parcialmente un problema de salud mental, aunque uno pobremente tratado por nuestras leyes y políticas actuales”.
Sin embargo, muchos expertos alertan que pese a que existe un vínculo entre tiroteos masivos y enfermedad mental, no se trata necesariamente de una relación causal.
Una tesis realizada en 2018 en el Union College de Londres sobre tiroteos masivos en escuelas de Estados Unidos y enfermedad mental señala que es más probable que los ejecutores de estos ataques sufran este tipo de condición a que no las tengan.
Emily Kaufman, la autora del estudio, advierte, sin embargo, que no considera que se trate de una relación causal en la que “cualquiera con una enfermedad mental tiene más probabilidad de cometer un crimen violento”.
Otros autores como Jonathan M. Metzl y Kenneth T. MacLeish, investigadores del Centro sobre Medicina, Salud y Sociedad de la Universidad Vanderbilt, aseguran que hay un creciente número de estudios que sugieren que los tiroteos masivos son “una distorsión anecdótica más que una representación” de las acciones de las personas con “enfermedad mental” vistas como un colectivo.
“Gran cantidad de los diagnósticos psiquiátricos más comunes, incluyendo la depresión, la ansiedad el desorden por déficit de atención, no tienen ninguna correlación con la violencia. Estudios comunitarios señalan que las enfermedades mentales graves sin que haya situaciones de abuso de sustancias no tienen relación con ningún tipo de violencia”, escribieron en artículo publicado en 2015 en la revista American Journal of Public Health.
“A nivel global, la gran mayoría de personas diagnosticadas con desórdenes psiquiátricos no cometen actos violentos”, aseguran.
En apoyo a su tesis, los investigadores citan algunos datos como, por ejemplo, el hecho de que las personas con enfermedades mentales están implicadas en menos de entre 3% y 5% de los delitos cometidos en Estados Unidos y que, de hecho, su participación en delitos con uso de armas de fuego es menor que el del promedio de las personas que no han sido diagnosticadas con este tipo de dolencia.
“Menos del 5% de los 120.000 homicidios con arma de fuego ocurrido en Estados Unidos entre 2001 y 2010 fueron ejecutados por personas diagnosticadas con enfermedades mentales”, apuntan.
Pero si la existencia de una enfermedad mental por si sola no tiene una relación de causalidad con los tiroteos masivos, ¿cuáles son los elementos que llevan a estas tragedias?
Distintas investigaciones apuntan hacia varios factores de riesgo que guardan una mayor correlación con la violencia armada. El consumo de alcohol y otras drogas, por ejemplo, multiplica por 7 el riesgo de que se produzca un delito violento. Otros factores a considerar son el haber sufrido abusos durante la infancia o, incluso, el pertenecer al género masculino.
De acuerdo con el estudio de Kaufman, 96% de los atacantes en los tiroteos masivos en las escuelas son varones.
Metzl y MacLeish también refieren hay muchos estudios que señalan a la posibilidad legal de acceder a armas de fuego durante momentos de tensión emocional como un factor que parece tener una mayor correlación con la violencia armada que las enfermedades mentales.
Los investigadores citan un estudio según el cuales las tasas de homicidio son más altas en las zonas donde hay mayor proporción de hogares con armas de fuego.
También se hacen eco de otra investigación que halló que en los estados donde la posesión de armas es más elevada, las muertes por armas de fuego son “desproporcionadamente altas”.
“La disponibilidad de armas de fuego también es considerada como un factor con mayor capacidad predictiva que el diagnóstico psiquiátrico en muchos de los 19.000 suicidios con este tipo de arma que ocurren en Estados Unidos cada año”, apuntan.
Philpott-Jones destaca cómo, aunque coinciden en su condena a la violencia armada, el Partido Republicano y el Partido Demócrata están profundamente divididos en cuánto a sus causas. Señala cómo para los conservadores se trata de un problema de salud mental de la población y argumentan, por ejemplo, que la solución a este problema reside en aplicar las leyes existentes para mantener las armas de fuego fuera del alcance de individuos con ciertos tipos de enfermedad mental.
Al mismo tiempo, desde la izquierda se apunta que hay países con tasas de enfermedades mentales similares a las de EEUU pero donde son mucho menores las muertes por armas de fuego. De allí, deducen que la solución reside en dificultar el acceso de la población a estas.
Metzl y MacLeish advierten, por su parte, que el tema de las enfermedades mentales y la violencia por arma de fuego ha estado tamizado por el discurso político. Así, por ejemplo, señalan que en las décadas de 1960 y 1970 muchos de los que eran catalogados como violentos y como débiles mentales eran afroestadounidenses.
“Cuando los potenciales responsables de un delito eran negros, la cultura popular y psiquiátrica de Estados Unidos frecuentemente culpaba a la ‘cultura negra’ o a los activistas políticos negros -no se trataba de individuos ni de cerebros desordenados- por las amenazas que supuestamente estos hombres representaban”, afirmaron.
“El FBI diagnosticaba espuriamente a muchos líderes políticos negros ‘proarmas’ con formas militantes de esquizofrenia como una forma de subrayar la insensatez de su activismo político”, agregaron.
Uno de esos líderes tachados como esquizofrénicos fue Malcolm X.
De acuerdo con los autores, en aquella época la extendida preocupación sobre la violencia política y social en el movimiento de los afroestadounidenses llevó a numerosas propuestas para reformar las leyes que permitían poseer armas de fuego.
Varias décadas más tarde, cuando los ataques provienen principalmente de hombres blancos que actúan de forma solitaria, lo que piden algunos es expandir los derechos de posesión de armas de fuego, poner el foco en algunos cerebros individuales, o limitar el porte de armas solamente en el caso de los que están severamente enfermos.
Pero, ¿cuán peligrosos son realmente los enfermos mentales cuando se trata de la violencia armada?
“En el mundo real, estas personas tienen mucha más probabilidad de ser atacados por otros o tiroteados por la policía que de cometer delitos violentos ellos mismos. En ese sentido, las personas con enfermedades mentales podrían tener más que temer de ‘nosotros’ del que le tenemos a ‘ellos'”.
“Culpar a las personas con enfermedades mentales por los crímenes con armas de fuego omite las amenazas que significan para la sociedad una parte mucho mayor de la población: los sanos”, concluyeron.
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