El Presidente Moreno ha anunciado que Ecuador firmará un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y otros seis organismos internacionales más para recibir una ayuda total de unos 10.000 millones de dólares en tres años.
Aunque este acuerdo se lleva esperando desde hace meses, y se lleva fraguando desde hace mucho, pocas han sido las reacciones de los ecuatorianos ante la noticia; puede que pues muchos no entiendan la trascendencia del mismo, puede que pues ya lo anticipaban, puede que pues no vislumbran ninguna alternativa, por tanto no tienen razones para oponerse. De hecho no ha sido ni tendencia en Twitter ni noticia única en las portadas de los principales periódicos.
Entre los analistas económicos, sin embargo, sí han habido reacciones encontradas, algunos muy entusiastas con la medida y aquellos muy críticos, pero la mayoría moderados, pues el FMI ni viene solo ni es lo que solía ser.
Para la izquierda latinoamericana el FMI es la bestia negra culpable de todas las recesiones.
Para la derecha, el ángel salvador que viene con las soluciones.
Ni lo uno ni lo otro.
El FMI es un organismo internacional que presta dinero a los países que tienen dificultades económicas y, a cambio de ese préstamo, exige reformas que le garanticen la devolución del dinero.
Si los países acuden al “rescate” del FMI es porque están “hundiéndose”, esto es que tuvieron periodos previos de una inmensa indisciplina fiscal o gubernamental. Los países ya no entran en crisis por desastres naturales como terremotos o malas épocas de lluvias, sino por el peor desastre de todos, los pésimos gobiernos. Los países no recurren al FMI por “shocks externos” (pese a lo popular entre economistas de esta frase algo incierta), sino por “shocks” muy internos como son los pésimos gobiernos.
Pero tampoco es verdad que el FMI es el “salvador” de la situación económica de los países. En primer lugar pues esa visión se basa en una concepción simplista y errada de la economía, que solo ve los indicadores macroeconómicos. La realidad económica es mucho más compleja y su desarrollo tiene mucho más que ver con las instituciones, los comportamientos políticos, los valores de las sociedades, las regulaciones económicas… y todo esto se ve reflejado al medio o largo plazo en el crecimiento económico. Por ello, en la visión simplista de los economistas del FMI y sus apologetas, la economía es una especie de equilibrio entre las cifras, y tan sólo incrementando alguna de ellas, se solucionan los problemas de la economía.
Ningún préstamo, por muy alto que sea, puede solucionar los graves problemas estructurales de la economía ecuatoriana. Solo los políticos pueden solucionar los problemas estructurales de la economía ecuatoriana con reformas legales, que permitan a los ecuatorianos emprender mejores negocios y atraer inversiones, que haga más productivo y rico el Ecuador; pero, para ello, la primera condición es que los ciudadanos sean conscientes de la necesidad de hacer reformas, y apoyen, o al menos permitan, que se realicen, rechazando a los lobbys y grupos de poder que no querrán las reformas pues perderán sus privilegios, y que son el mayor impedimento al desarrollo del Ecuador, los privilegios y cuotas de poder de unos pocos, que impiden el desarrollo de todos.
Ecuador está atravesando una grave situación económica. Es llamativo comprobar cómo la situación económica de Ecuador es más grave de lo que los ecuatorianos parecen creer o percibir. El principal problema urgente de Ecuador es un exceso de gasto público, basado en una estructura gubernamental heredera del correísmo, que era la quintaesencia del socialismo, que situaba al Estado como el protagonista de la economía. El problema es que el Estado no produce, solo consume recursos. Cuando los precios del petróleo estuvieron excepcionalmente altos se pudieron costear estos gastos, pero ante la -previsible- bajada de los precios del petróleo no se pudieron costear y tampoco se pudo -o no hubo voluntad política- reestructurar el tamaño del Estado. De tal manera que desde el año 2014, Ecuador está salvando cada ejercicio fiscal a base de más y más deuda, cada vez más y más cara, deuda destinada al gasto corriente para mantener la hipertrofiada estructura estatal, pero que en poco o nada contribuye a la productividad o creación de riqueza de Ecuador.
Tan es así que Ecuador lleva desde el año 2011 reduciendo su tasa de crecimiento del PIB (que llegó a ser del 7,9%), hasta la crisis del año 2016 que fue del -1,6%; en el año 2017, se recuperó hasta el 3%, pero no parece ni sostenible ni basado en fundamentos.
De hecho, desde el año 2014, Ecuador ha decrecido económicamente si tomamos la medida del PIB per cápita. Esto es, crece más rápidamente el número de ecuatorianos que la riqueza de Ecuador, por lo que cada ecuatoriano tiene un poco menos cada año. Si lo medimos en comparación con la población en edad de trabajar en Ecuador, la situación es aún más preocupante: cada vez hay más ecuatorianos en disposición de trabajar (es una sociedad joven) que quieren y pueden trabajar, pero la economía ecuatoriana no les ofrece oportunidades o para trabajar (en los casos más dramáticos) o para ser productivos y desarrollar todo su potencial, en la mayor parte de los casos.
Debido a que la crisis de Ecuador, además, se ha estado camuflando con desorbitados préstamos, la situación de Ecuador parece mucho mejor de lo que es. Apenas ha crecido unos puntos porcentuales la pobreza (lo que ya es dramático de por sí, pues Ecuador está en el momento histórico y la posibilidad de reducir la pobreza a las tasas que lleva haciéndolo desde la dolarización), y la situación de la población laboral entre personas con empleo formal y no formal apenas ha variado en diez años (aunque, como ha aumentado la población de Ecuador, la población sin empleo formal ha crecido).
Así pues, la situación de la economía en Ecuador es de una lenta decadencia. Esto es grave y triste para un país que está en una América Latina en crecimiento, lleno de gente joven valiosa, cada vez más formada, con ganas de trabajar y prosperar, pero que las leyes en Ecuador les impiden desarrollar todo su potencial, pues hay normas arbitrarias que impiden la empresarialidad y despilfarros estatales que impiden la prosperidad.
Ecuador está en el puesto 170 de 180 países en el Índice de Libertad Económica del Heritage Institute. ¡170 de 180! Es casi imposible hacerlo peor. El problema es que esta decadencia de la economía ecuatoriana ha sido lenta y gradual, y ya va para cinco años desde que cayeron los precios del petróleo en el 2014, o para 8 desde que la tendencia es decreciente en la tasa del PIB.
La situación económica ecuatoriana necesita un revulsivo para mejorar. Éste podría ser en positivo (como sería la entrada en la Alianza del Pacífico como proyecto nacional, algo que por desgracia cada vez parece más lejano), o podría ser en negativo (una caída brusca de los precios del petróleo, un default nacional, una quiebra…); pero lo que ha ocurrido ha sido un rescate del FMI, que puede ser (o no) un revulsivo de cambio, o un evento positivo (si se producen las tan necesarias reformas) o un evento negativo, si tan solo sirve para endeudar más a Ecuador.
Esa es una de las paradojas que se producen con las intervenciones del FMI. Ecuador (como otros muchos países) está atravesando esta difícil situación económica precisamente pues el Estado gasta más de lo que ingresa, por lo que tiene un déficit inasumible. Y, ante este déficit, tan sólo puede o pedir dinero a China —que es una opción que cada vez parece agotarse más y cuya transparencia y precio es, por decir lo menos, cuestionable—; o pedir dinero en los mercados internacionales —que cada vez piden más garantías y tipos de interés, pues no confían en la capacidad de Ecuador de honrar sus deudas—; o reducir drásticamente el gasto público —una opción a la que parece que cada vez se veía más abocado el gobierno ecuatoriano—. En lugar de adoptarla, ha decidido acudir al préstamo del FMI, que reconoce que el problema de Ecuador es en gran parte por exceso de gasto público y que requiere que se solucione… en el largo plazo. En el corto, lo que hace es prestar más dinero al gobierno y aliviar su situación fiscal, y reduce drásticamente, a menos de la mitad, los costes de financiación del Estado ecuatoriano, pues este es el primer y más claro efecto del anuncio del acuerdo con el FMI, los demás son inciertos y a futuro. Si el gobierno ecuatoriano no tomó drásticas medidas de reducción del gasto cuando no tenía más remedio y la caja fiscal se mermaba mes a mes hasta límites preocupantes, ¿cómo esperar que las tome ahora que tiene dinero suficiente para salvar la situación? ¿El mero compromiso con el FMI será suficiente? es muy dudoso. Y si no cambia la estructura de la economía ecuatoriana, basada sobre todo en los ingresos por petróleo (tan volátiles) y en el gasto público que se ha de financiar con déficits, de poco sirve ningún préstamo por muy grande que sea, pues tan sólo caerá en el abismo sin fondo del despilfarro público.
Es llamativo, en este caso, que el acuerdo al que se ha llegado no ha sido solo con el FMI, sino con otros seis organismos internacionales. Esto demuestra el compromiso adquirido por el gobierno de Ecuador, especialmente por los ministros de economía y la cancillería, y su buen hacer negociando estos acuerdos. Ecuador ha sido capaz de transmitir confianza y aunar esfuerzos, no sólo al FMI, el principal garante del préstamo, sino a 6 organismos más, como son: Banco Mundial, Banco de Desarrollo de América Latina, Banco Interamericano de Desarrollo, Banco Europeo de Inversiones, Fondo Latinoamericano de Reservas y la Agencia Francesa de Desarrollo. Aunque 3.500 millones de los comprometidos sean préstamos para proyectos específicos, por el principio de caja única, todo el dinero que se ahorra el Estado ecuatoriano en financiar esos proyectos los puede destinar a otros. Por lo tanto, terminan siendo financiación indirecta del presupuesto general, aunque a menor precio, y con más garantías de fiscalización de los proyectos, lo que es positivo.
Según lo anunciado, se han comprometido 10.200 millones de dólares en total, de los cuales 4.200 son del FMI, y otros 6.000 del conglomerado de organismos colaboradores, siendo 4.600 para este mismo año 2019, 3.150 para el 2020 y 2.500 para el 2020. Estas cifras son más que considerables, teniendo en cuenta que suponen un 10% del PIB ecuatoriano en tan sólo tres años y que aliviará con mucho la apremiante necesidad de financiación del Estado ecuatoriano.
¿Y todo este mar de plata en más préstamos son positivos o negativos? Depende. Como casi todo en la economía, depende.
Volvamos a lo esencial, el FMI (como los demás organismos multilaterales) son prestamistas. De hecho, son prestamistas algo especiales, pues no tienen “skin in the game”, como dice Taleb, sobre sus préstamos. Son organismos multilaterales de Estados que recolectan dinero de los pagadores de impuestos de Estados más o menos responsables con sus finanzas y más bien democráticos, para prestar a menor coste del que lo harían los mercados (aquellos que realmente sí tienen skin in the game de los préstamos que hacen) a Estados que son irresponsables con el manejo de sus finanzas y que normalmente no son tan democráticos, y que los préstamos del FMI suelen ayudar a sostener a esos gobiernos. Como se puede comprobar, sí hay una cuestión moral previa sobre si son éticos los préstamos del FMI, pero no por lo que normalmente se suele criticar al FMI (las acciones en los países receptores de los fondos), sino por el origen de esos fondos. Además, hay un efecto de “riesgo moral”, los gobernantes saben que antes de que sus economías quiebren normalmente podrán contar con el “rescate” del FMI, lo que les incentiva a ser mucho más irresponsables, ya que además, el FMI da un balón de oxígeno a los gobiernos que no hacen las reformas necesarias para el fortalecimiento de la economía.
Esa es la segunda paradoja de la intervención del FMI: interviene para “rescatar” a las economías en problemas, pero termina rescatando a los gobiernos o las instituciones que hacen que esas economías estén en problemas.
Los préstamos del FMI vienen acompañados de unas condiciones, unos planes de ajuste que se compromete el gobierno tomador del dinero a hacer, para poder mejorar la economía del país y, por tanto, que se pueda devolver el crédito. Estas medidas, por mucho que se anuncien como “sabios” del FMI o “medidas técnicas”, en realidad suelen ser medidas obvias de sentido común (el menos común de los sentidos, y menos en economía). En el caso de Ecuador es obvio cuáles son los problemas de la economía ecuatoriana: un exceso de gasto público (aún hay mucho déficit y mucha deuda), una falta de libertad económica (Ecuador está en el puesto 170º de 180 países en el Índice de Libertad Económica del Heritage Institute); un exceso de tramitología y burocracia (Ecuador está en el puesto 123º en el Índice Doing Business de facilidad para hacer negocios); carencia de seguridad jurídica; una falta de apertura comercial con el exterior; el gasto en subsidios es insostenible e ineficiente; el salario básico no es competitivo y menos con la rigidez laboral existente…
Como se puede comprobar las falencias de la economía ecuatoriana son tan notorias que son obvias, no podemos creer que “los expertos” del FMI vendrán desde Washington a decirnos qué falla en la economía ecuatoriana, como si aquí no lo supiésemos ya muy bien (aunque tantos no lo quieran ver) o como si fuesen a venir con “soluciones técnicas” que muchos creen decir que son “soluciones mágicas”. No hay nada de eso. Es cierto que el asesoramiento de los miembros de organismos internacionales puede ayudar con experiencias similares a la ecuatoriana en otros países, pero el liderazgo, las soluciones y las propuestas tienen que ser del gobierno ecuatoriano, no de “los expertos del FMI” que pueden tener una contribución positiva en ciertos casos (ni siquiera en todos, eso es “la tiranía de los expertos”) y siempre marginal.
Las “condiciones” que plantea el FMI son los llamados “planes de ajuste”, que son esa serie de medias más o menos razonables, pero normalmente necesarias para equilibrar las finanzas de un país, que impone el FMI como condición para hacer el préstamo. Ahí es cuando entra el juego político. En el discurso público el FMI es utilizado por muchos gobiernos irresponsables como el chivo expiatorio que “obliga” a hacer las reformas que saben que son necesarias, pero por ser impopulares, posponen y no asumen la responsabilidad política de hacerlas, sino que “culpan” al FMI de las mismas. Es por esto que muchos gobiernos recurren al FMI, más por cálculos políticos que por cálculos económicos.
El plan de acuerdo al que ha llegado (o llegará a nivel superior) Ecuador con el FMI y los demás organismos multilaterales que son parte de este macro-acuerdo aún no es público. Y es exigible que sea público y transparente, pues lo que se está comprometiendo no es el gobierno de Ecuador, sino a todos los habitantes de Ecuador que habrán de devolver ese préstamo y se están comprometiendo a esas reformas.
En la historia económica del Ecuador, como de otros muchos países del mundo, es muy frecuente que firmen los acuerdos con el FMI, reciban el dinero del préstamo y luego nunca terminen de implementar las medidas comprometidas, de tal manera que al final el dinero prestado pasa a ser más deuda por pagar, pero sin las reformas que permitan generar dinero para poderlas pagar.
Y esto es lo que tiene que plantearse Ecuador. ¿Está realmente dispuesto a cumplir con las medidas imprescindibles para sanear la economía ecuatoriana firmadas en el acuerdo de préstamo? El entendimiento con el FMI ha sido un proyecto del Ministro Martínez y algunos otros ministros del gobierno de Moreno y sus equipos. Pero no es clara la misma posición del Ministro Martínez dentro del gobierno de Moreno, ni del mismo gobierno de Moreno. No lo es en el corto plazo, mucho menos en el medio. No se puede decir que el acuerdo con el FMI haya sido un “proyecto de país” y corremos el tremendo riesgo de que, en breve, cuando se sepan las condiciones comprometidas o cuando haya que hacer las reformas necesarias, los populistas de siempre (y en Ecuador está el peligro solapado del correísmo aún muy reciente y latente) aprovechen este malestar social para, junto a “las izquierdas”, soliviantar a los ecuatorianos contra el FMI (como si los problemas históricos y estructurales de la economía los causara el FMI), romper el acuerdo y avocar a Ecuador a una economía aislada, ineficiente, sobre-endeudada, impracticable, empobrecida y sin ninguna credibilidad internacional (y Ecuador ya tiene muy poca credibilidad internacional, como se demuestra por los tipos de interés que exigen los mercados para su deuda o las calificaciones de las agencias de rating).
Por ello, es imprescindible un “acuerdo de país” que comprometa con el FMI, que los principales agentes políticos y económicos del país, así sean los líderes de la oposición, la Asamblea, los candidatos políticos, los líderes empresariales, etc. asuman este acuerdo como importante y como nacional. Este acuerdo ha de ser votado en la Asamblea Nacional, ahí se retratarán los populistas de siempre y quienes están dispuestos a un cambio en Ecuador, quienes no aportan soluciones ni permiten solucionar nada, y quienes son capaces de entender las dificultades por las que pasan las familias ecuatorianas para encontrar trabajo y prosperar. Si no se aprueba en la Asamblea con el compromiso de todos, si se percibe esto tan sólo como el acuerdo del Presidente Moreno, o peor, del Ministro Martínez, se corre un gran riesgo de volver a incumplir, y eso sería nefasto para el país. Ecuador apenas goza ya de credibilidad internacional, no hay más que ver los tipos de interés que se exigen para su deuda. Ecuador no se puede permitir otro error más, pues tendría consecuencias importantes para su economía y para la situación de sus ciudadanos.
A aquellos que critican el acuerdo con el FMI cabría preguntarles qué alternativa proponen. Evidentemente continuar la decadencia de la economía ecuatoriana como hasta ahora parece inasumible. Intentar “experimentos económicos” como el “socialismo del siglo XXI” o el “sumak kawsay”, o más intervención del Estado en la economía, que es lo que en primer lugar nos trajo a la situación actual, es un despropósito. Propuestas de continuar con el modelo de endeudamiento del Ministro De La Torre durante el primer tramo del gobierno de Moreno parece completamente imposible, pues los mercados ya estaban solicitando tipos de interés y garantías desorbitadas ante la ausencia de reformas que garantizasen la devolución, ¿Qué alternativas quedaban? Muchos estudios dicen que los países que firman acuerdos con el FMI tienen problemas de desigualdad, pobreza o crecimiento; pero es que los países firman acuerdos con el FMI pues en primer lugar tienen problemas estructurales que son incapaces de solucionar. Por lo tanto, a estos estudios habría que hacerlos frente a un supuesto de esos mismos países que siguen por su senda de endeudamiento y despilfarro. No es seguro, ni siquiera, que una quiebra no sea mejor revulsivo que un “rescate” del FMI para tomar las medidas necesarias en la economía, pues al menos en la quiebra se toman las medidas como “propias” y no como “impuestas”, como sucede cuando vienen “los hombres de negro” del FMI y demás organismos. Pero en Ecuador, aquellos que se oponen a la intervención del FMI deberían decir claramente cuál es su alternativa y por desgracia no presentan ninguna, pues ya casi todas las propuestas de las izquierdas se aplicaron durante la década despilfarrada, llevando a Ecuador a esta situación desesperada.
En conclusión, el acuerdo con el FMI no es ni el “desastre social” que gritan las izquierdas, pues si se llega a él es debido a que la situación económica de Ecuador ya es grave e insostenible, ni la panacea que muchos anuncian, pues no hay garantía de que se cumplan los acuerdos ni se solucionen los problemas estructurales graves de la economía ecuatoriana.
El acuerdo con el FMI puede ser un desastre, si tan sólo sirve para tomar más deuda y no cumplir, perdiendo credibilidad,o un revulsivo que inicie la tan necesaria recuperación de la economía ecuatoriana. Sin embargo, para ello se requiere, en primer lugar, reconocer y afrontar los problemas, comprometerse con las soluciones y cumplir con lo pactado.
Por desgracia, me temo que estamos muy lejos de todo esto, pero no quiero perder la esperanza en un mejor futuro para Ecuador.
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