Se llama Carmen. La historia fue contada por la agencia Efe y publicada en el portal web de diario El Comercio. Es una de esas historias que tienden a devolver la esperanza en la humanidad; esas historias que reconfortan en algo después de conocer hechos como los de Nueva Zelanda donde un fascista se graba matando a 49 personas por miedo al otro, a la alteridad, a lo distinto, a la migración. Esos fascistas que terminan creyendo en un partido único, como en una verdad única. En su verdad. Esos que abundan también en Ecuador con extensión en Bélgica; esos que creen que solo ellos pueden ser los salvadores, los redentores. Esos que llaman traidores a los que los dejaron de seguir, cuando los traidores son ellos, porque traicionaron la confianza de los demás. Esos que siguen llamando humanitario a Nicolás Maduro y progresista a su régimen fascista.
Se llama Carmen. Su apellido es Carcelén. Vive en El Juncal, en la provincia de Imbabura y vende frutas en la ciudad de Ipiales. No ofrece mucho, desde el punto de vista de quien lo mire, solo cama, colchón o alfombra, pero es una enormidad para quien recibe su ayuda. Ha ayudado a unos ocho mil venezolanos que han cruzado Colombia a pie y siguen su camino a pie hasta Perú, en su éxodo más doloroso tras años de chavismo, tras años de un gobierno que llevó a la miseria a un país con abundantes recursos.
Carmen es madre de ocho hijo y conoce lo que es la desgracia, porque de niña fue expulsada de su casa por su padre alcohólico. “En noviembre, cuando ya habían pasado por su casa seis mil emigrantes, dejó de registrar nombres, pero calcula que su vivienda de ladrillo, bloque y piso de cerámica, ha acogido hasta ahora a unos ocho mil quinientos”, dice el reportaje de la agencia Efe.
Lo que gana lo invierte en comida para los venezolanos Y esta llena de historias, las que viven a diario para cruzar la frontera. La de quienes cobraron cinco dólares por hacer una limpieza a fondo de una casa en Tulcán, la del que pagó veinticinco dólares para poder cruzar por una trocha. A las embarazadas, ancianos o personas con discapacidad, cuando tiene, les paga el bus para que puedan llegar a Huaquillas. O les ayuda a llegar a Ibarra hasta la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
La casa de Carmen es otra Acnur, una Acnur de esas que se activan cuando la tragedia es enorme, como la de Venezuela.
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