Se trata de tres líneas que trabajé en dirección al último congreso de la AMP, y que al mismo tiempo son referencias singulares con las que continué mi indagación sobre un deseo del artista Solá Franco: un desarraigado, con deseos de pertenecer*.
Quizás podamos anotar como una de las figuras del desarraigo moderno al flâneur de Baudelaire: Un caballero que pasea por las calles de la ciudad. Desarraigo moderado y a lugar, desarraigo poético. No se trata del errante que vaga sin rumbo; sino de un paseante, un espectador urbano abierto a las vicisitudes que encuentra a su paso. El exceso de este ex -céntrico detective será su apertura a todas las vicisitudes e impresiones.
Para el flâneur es una alegría establecer su morada en el corazón de la multitud, entre el flujo y reflujo del movimiento, en medio de lo fugitivo y lo infinito… Sentirse en casa en cualquier parte, contemplar el mundo, estar en el centro del mundo, y sin embargo pasar inadvertido… El flâneur penetra en la multitud como un inmenso cúmulo de energía eléctrica. O es… un caleidoscopio dotado de conciencia, que en cada uno de sus movimientos reproduce… la gracia intermitente de todos los fragmentos de la vida (El pintor de la vida moderna).
El flâneur conoce su fin a la llegada de la sociedad de consumo; ya que según Benjamin, por la hiperproducción de objetos, se pierde el encuentro misterioso y poético con el objeto sin igual. En su lugar se multiplican los “badauds”, mirones de centro comercial, que pierden su condición de sujetos por el olvido de sí; en tanto que han consentido en pasar a formar parte del “público”: masa anónima, cuyo deseo ha sido transformado en una demanda voraz de objetos, con fecha de caducidad.
Así, el pasaje de la modernidad a la postmodernidad, implica el paso de la nostalgia por el objeto perdido a la multiplicación obscena de la pacotilla y la chatarra.
Karl Marx en su 18 de Brumario… hace existir una nueva clasificación llamada “lumpenproletariado”, clase en la que todos sus componentes sentirían, al igual que Bonaparte, la necesidad de beneficiarse del trabajo de los proletarios del mundo uníos.
La sociedad de beneficencia, así declarada por Marx, estaría conformada por:
“roués arruinados, con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia, junto a vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos, en una palabra, toda esa masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohème”.
De esta lista borgeana de desarraigados del proletariado, Benjamin extraerá al trapero, recogedor de desperdicios, al que analogará -como lo hizo con el flâneur- al poeta. Entonces, expresará: “En sus calles encuentran los poetas la basura de la sociedad y en ésta su reproche heroico”; y de este modo, sostendrá otra mirada al trabajo de aquel quien, con la bolsa en la espalda y su grito melancólico, recoge los vestigios de lo que alguna vez fueron objetos idílicos de la mercancía; desechos con los que producirá algo nuevo como un reproche al despilfarro. Esto constituye para Benjamin, un acto heroico en sí mismo.
Benjamin testimonia de la caída del objeto como ideal y su transformación en objeto de desecho, del flâneur -cual paseante ideal-, al “trapero”: desarraigado del proletariado que merodea entre los desechos, porque él se piensa uno de esos desperdicios. Pero, cuando la gente duerme, poetas y traperos harán con esos restos, una obra que despierte y provoque.
Son conocidas las fugas de Rimbaud, cuando la policía lo regresaba a donde su madre; sus múltiples viajes a pie por Europa; su escritura, lejos de la casa materna. Rimbaud indicó que el poeta para hacerse vidente debe vivirlo y sufrirlo todo. Y, sin lugar ni fórmula, fue un peatón; “un gamberro y nada más”; un bohemio errante que se va lejos, feliz como una mujer… Así, Rimbaud se inventó un ser basado en un hacer: ser un alquimista de las palabras.
A lo anterior, anoto un fragmento de una carta suya: “…siento no haberme casado y tener una familia. Pero ahora estoy condenado a errar, atado a una empresa lejana, y día a día pierdo el recuerdo del clima y la manera de vivir e incluso la lengua de Europa. ¿Para qué sirven estas idas y venidas, estas fatigas y estas aventuras en lugares de razas extrañas, y estas lenguas que llenan la memoria, y estas penas sin nombre, si un día… no puedo descansar en un lugar que me guste más o menos… Puedo desaparecer en medio de estas tribus sin que nadie tenga noticia”.
En una de sus poesías, él consigna: “He olvidado mi deber humano para seguirlo. ¿Qué vida? La verdadera vida está ausente. No estamos en el mundo. Voy donde haga falta.…”. Citado de Lacadée pg. 55.
Al parecer, a falta de hallar un lugar en el Otro, de un Otro a quien poder llegar a hacerle falta, en Rimbaud se trata de un ir donde haga falta, de modo literal. Su itinerancia está comandada por un imperativo que no consiente a un otro que, en su momento, le prometió a esta joven alma: “Ven… Te esperamos, te queremos”. Rimbaud no elige sino que es unelegido. Y si se inventó un lugar fue por la escritura, mas no por los escritores.
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“¿Qué son nuestras mejores manifestaciones comparadas con la producción europea?, la suela de un paseante…”
Domingo F. Sarmiento
Enero 1852
La noche más umppluged echa sus raros bríos con sus olas de uno y desde sus reverberos tras leer atentamente su envío, le respondo con estas líneas caras a mi borgesía. Sí pués, porque hay un puente entre Benjamin y Borges: la noción en acto del lenguaje como ciudad. Noción faro pues como precursores de la que abre Lacan con su fuerte inscripción de campo no debería desactivarse de nuestros usos, en ningún momento Lacan lo hace en su enseñanza. También y parafraseando a Compagnon sumo a Baudelaire como cuota y trípode de una necesaria como generosa antimodernidad que considero sine quanon. Sino imagínese una ola antropoquísmica o estetizante nos chutaría de cuajo en la erudición y en la abulia sin más con sus amitos y sus papers.
Abstenerse de comillas es una condición que supo hacer valer Rimbaud en Abisinia con su comercio de armas y en su epistolario materno. Claro, su acto ya había sido olvidado pagando con su auto destierro. Escritura epistolar que trae de suyo una extimidad de base que muestra Sarmiento en el acápite que me disparó estas palabras y que pongo en tensión con otra por su tino analítico, la que formula Carmen González Táboas (Cita fallida, Grama, Bs. As. 2017): “¿No deberíamos interrogar con cuidado la citada “destrucción del antigüo orden social”?”