El apostillamiento de la cédula de identidad vuelve a criminalizar a las personas en situación de movilidad, en este caso a los ciudadanos venezolanos. Sabemos que el gobierno venezolano no está entregando documentos apostillados, así como es extremadamente difícil conseguir cédulas o pasaportes. Insistir en el pedido de documentos que no son reales en el contexto venezolano vuelve a ser una medida discriminatoria y con tinte xenofóbico para esta comunidad.
Si la preocupación del Estado ecuatoriano es la seguridad, debiera tomarse el tiempo de revisar información empírica basada en investigaciones, tanto cualitativas y cuantitativas, que arrojan al unísono un hecho real: la securitización de las fronteras lo único que causa es mayor vulnerabilidad a las personas en situación de movilidad y, al incrementar esta vulnerabilidad, lo que se logra es alimentar cadenas delictivas para trata y tráfico de personas, drogas, armas y otros. Es decir, se obtiene exactamente lo contrario de lo que se busca.
Sabemos que no es la migración y situación de movilidad ni las personas que la acompañan lo que crea inseguridad. No se ha encontrado una relación directa entre un flujo mayor de migración y un mayor auge delictivo. Esa relación automática que ha hecho el Estado, los medios y la sociedad civil es errónea y está basada en mitos: en el imaginario social, a la persona migrante se le priva de afectos, de familia, de historia, de un nombre; al mostrar únicamente datos y cifras se deshumaniza que de varias formas, sobretodo en Ecuador, todas las personas somos migrantes empezando por internos, o conocemos a alguien querido que lo es.
En segundo lugar, no hay una nacionalidad relacionada con una característica delincuencial. Así como hay delincuentes ecuatorianos, los habrá de cualquier otra nacionalidad. La criminalización de personas migrantes no ha dado resultado en ningún país en el mundo. Si es que se toma los discursos xenófobos contra las comunidades latinas migrantes en EEUU son los mismos que se están utilizando ahora para deslegitimar y discriminar a las personas venezolanas.
Alimentado por la política xenófoba gubernamental que alimenta el mensaje a la sociedad civil de que sus prejuicios son reales; algunos medios – irresponsablemente- construyeron la noticia como si se tratara de un tipo de “invasión” de una población. También se erró al homogenizar el tema: no es lo mismo ser mujer migrante, que hombre migrante o que niño migrante. Este fenómeno está atravesado por variables como género, edad, etnicidad, clase, educación, identidad sexual. Lo contradictorio es que los ecuatorianos no podamos ser solidarios, y al contrario, usemos discursos de odio. La homegenización de la población migrante latina en Nueva York, por ejemplo nos lleva a sentirnos maltratados cuando nos llaman “mexicanos”, y ahora estamos haciendo lo mismo con las personas que provienen de Venezuela, en este caso, aunque no exclusivamente.
Lamentablemente, estos procesos son comunes en países que reciben un flujo relativamente repentino de otra población a la que consideran diferente, pese a que con el caso venezolano nos une el idioma, la región e incluso una bandera similar y una historia compartida. La xenofobia se activa precisamente cuando no hay en su lugar una mirada reflexiva, humanitaria, empática hacia la diferencia.
Ecuador ya ha sido xenófobo con otras poblaciones en situación de movilidad: antes lo fue con personas provenientes de Cuba, Colombia, Haití, Nigeria, Siria, entre otras. Tampoco podemos olvidar la discriminación contra los migrantes internos: regionales, campesinos, de otras etnicidades como indígenas, afro… Si no podemos bregar con nuestra propia diferencia, con el legado colonial de una población muy racista, muy clasista, muy sexista, muy homofóbica, la xenofobia viene a ser una capa más dentro de este conjunto de prejuicios enormes que tenemos como ecuatorianos.
Al ser Ecuador un país emisor, receptor y de tránsito de personas migrantes podríamos tener mayor empatía, pensando en los derechos de no discriminación y de inserción en otros países como EEUU y España e Italia que buscamos, y hubiéramos podido tener esta reflexividad: si reclamamos estos derechos para nosotros y nuestras familias en situación de movilidad, podríamos tener reciprocidad con las personas que vienen a nuestro territorio. Evidentemente no funciona así. No hemos aprendido nada de los procesos de discriminación que hemos sufrido como ecuatorianos.
He visto carteles que dicen “control migratorio no es xenofobia”, eso es, precisamente, desinformación porque en la realidad es exactamente lo opuesto: el querer plantear políticas nacionalistas -encaminadas a decidir quién tiene derecho a habitar en un territorio y quién no- ha llevado a la exterminación de personas en otros países a lo largo de la historia y en el caso ecuatoriano va incluso en contra de la Ley de Movilidad Humana que ampara a las personas en situación de movilidad.
Estamos también ante rezagos del anterior gobierno del presidente Rafael Correa en el que el exmandatario tuvo políticas xenófobas puntuales, por ejemplo la prisión de la profesora Manuela Picq en el denominado “Hotel Carrión” y la privación de sus derechos constitucionales, de la mano de la deportación de 151 personas cubanas en una noche, muchas de ellas con documentación regular en el país. Hay que desaprender la violencia verbal, psicológica, simbólica que normalizó el régimen anterior gracias a ese modelo de masculinidad dominante, sexista, xenófobo y violento.
Pese a todo, hay buenas noticias: como la xenofobia no tiene una base “biológica” sino aprendida, se puede cambiar su forma. El odio se basa en mitos que alimentan la desinformación y ésta alimenta el prejuicio, que a su vez alimenta la discriminación. Una sociedad empática es una sociedad más segura, más armoniosa, un país entero gana pues tiene una serie de impactos positivos a corto, mediano y largo plazo.
El camino es la reflexión, el sospechar de las noticias que contienen mitos y estereotipos, y una perspectiva humanitaria: si podemos ponernos en los zapatos de la otra persona daremos un gran paso; nadie nace con empatía, eso se aprende. Esa autoreflexión, ayudada con políticas humanitarias de parte del Estado y educativas, por parte de los medios, a través de otras formas de contar la historia, reducirá la discriminación.
Entonces, la salida es confrontar el odio: ¿queremos pensarnos como un Ecuador solidario o como un Ecuador que odia?. Probablemente la mayoría se pronuncie por la primera opción, entonces hay que actuar en concordancia: así como la dolarización, por mencionar solo una de las causas, provocó un desplazamiento forzado de ecuatorianos a EEUU y Europa, una crisis social y económica más aguda expulsa de su país a las personas venezolanas. Ecuador podría ser un ejemplo de formas exitosas de integración, de políticas de empatía que desfavorecen el odio y de un manejo humanitario de personas en situación de movilidad que pueden tomarse como ejemplo para la región y para el mundo.
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