El proyecto de Ley Anticorrupción con siete ejes enviado por el presidente Lenín Moreno a la Asamblea Nacional plantea el qué se quiere hacer con el tema del combate a la corrupción, pero falta profundizar en el cómo. Es como cuando el Ejecutivo aprueba una Ley, mientras no está el reglamento es difícil conseguir los objetivos propuestos.
El proyecto es una buena iniciativa, pero falta ver, por ejemplo, cómo piensa repatriar el gobierno los dineros que salieron del Ecuador, porque tendrá que sujetarse a una normativa internacional un poco engorrosa. Está, por ejemplo, el típico caso del sigilo bancario en la legislación de Suiza, difícil de romper así sea para investigar un tema tan delicado como el de la corrupción.
De ahí la importancia primero de fortalecer los organismos que ha creado la Fiscalía del Ecuador como la Unidad de Delitos Financieros o la Unidad de Lavado de Activos, porque las nuevas formas de corrupción han avanzado a la par de la tecnología.
¿Antes qué sucedía? Pues los involucrados en actos de corrupción metían el dinero en un maletín y no había problema. No es que era fácil de detectar, pero había mayores probabilidades de hallar a una persona involucrada en un soborno in fraganti. Ahora con los avances de la tecnología, la gente está en capacidad de generar códigos secretos, encubrir transacciones, mover dinero con un solo clic. Los dineros de los actos de corrupción son mucho más difíciles de rastrear.
Es muy importante que la Fiscalía o el Estado invierta en el fortalecimiento de los organismos encargados de recuperar los dineros robados al Fisco, porque necesitan estar a la par de los nuevos delitos o fraudes que alcanzaron niveles antes inimaginables, aunque la trama no ha cambiado: quienes quieren esconder el dinero de la corrupción o del crimen organizado por lo general buscan un tercero para hacerlo figurar como la persona que recibe esos fondos.
Las formas han cambiado, pero la trama es la misma. Uno de los ejemplos paradigmáticos es el caso Enron, la eléctrica de Estados Unidos que en el año 2000, cinco años después de su creación, consiguió aparecer en la lista de la revista Fortune como la séptima mayor compañía de Estados Unidos. En 2001 se descubrieron numerosas irregularidades en esas cuentas, que acabaron arrastrándola a la quiebra.
Es un tipo de arquitectura financiera donde una compañía solo registra ingresos y todos los gastos los mandan a compañías fantasmas. Enron en los papeles no registraba pérdidas, porque estas se ocultaban en empresas de papel. Este tejido de compañías multirelacionadas fue descubierto cuando sus acciones se fue por los suelos. Todos estos dineros desviados generalmente van a paraísos fiscales.
Es importante también la firma de acuerdos de cooperación con el sistema financiero privado para que, respetando la privacidad del cliente, pueda generar reportes de todos aquellos con depósitos de más de cinco mil dólares en menos de un mes.
Los controles son necesarios, porque es la única forma de identificar a los testaferros. No es posible que alguien que no tenía ni para comprar un chicle en la esquina de repente aparezca con mucho dinero en las cuentas o alguien que nunca tuvo una compañía reciba cheques con altas sumas de dinero.
La corrupción tiene un fin y aparece cuando los controles son débiles. Hace muchos años, por ejemplo, todo el mundo sabía que en las Aduanas nada se movía si no se aceitaba al vistaforador. Para que un container salga rápido necesariamente había que pagar al agente aduanero. Cuando ese servicio comenzó a modernizarse y los trámites empezaban con un aforo documental y físico esos sobornos a ese nivel se volvieron más complicados. No han desaparecido, pero son menos frecuentes.
Igual debe ocurrir con el control de la corrupción en todos sus niveles, empezando por recuperar el dinero robado. El gobierno ha hablado de contratar los servicios de empresas expertas en su rastreo. No es una mala idea, pero habría primero que valorarlas por su grado de efectividad son sus mismos reportes. Ver su reputación y la calificación que tiene.
Porque ya todos sabemos que hubo corrupción. Ahora lo que le interesa a la gente es saber cómo se va a recuperar ese dinero. Yo, por ejemplo, soy de la idea de que si se logran repatriar esos capitales, esos no vuelvan a las cuentas del gobierno central, sino directo a inversión social como salud, educación y obras de alcantarillado.
Es importante también invertir en grandes campañas, no solo dirigidas a niños, porque la corrupción es un problema cultural. Cuando se impuso el Impuesto a la Salida de Divisas hubo gente que para evitar pagarlo hacía varios viajes a Colombia con el monto por debajo de lo que era obligatorio declarar para abrir una cuenta internacional. No es que esas personas sean corruptas, pero son mecanismos que se utilizan debido a los controles, a cierta reglamentación que no es la adecuada.
Si uno se remonta a la época de los abuelos, ¿qué le decían?: hay que aceitar. Esa transmisión predispone a la gente a pensar que para obtener algo rápido es necesario aceitar algo y eso no es así.
Nosotros pudimos desarraigarnos de la cultura del sucre y pasarnos a confiar en el dólar porque la gente se dio cuenta de que el dólar era una moneda dura que le permitía comprar, viajar y endeudarse a largo plazo. La gente se cambió totalmente el chip.
En el caso de la corrupción, las campañas deben estar enfocadas no solo a los niños, porque no solamente hay que educarlos a ellos sino reeducar a los adultos. Y más aún a los adultos de las esferas gubernamentales.
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