El internet y el uso masivo de las redes sociales provoca continuamente una ola de noticias que circulan con una inmediatez que no se había visto antes en la historia de la comunicación: los usuarios tenemos a disposición tanta información de forma simultánea que nos vuelve más vulnerables en el sentido de analizar que es verídico y qué no.
Esa vulnerabilidad nos lleva a convertir en masivo y viral algo que nosotros creemos que es lo más conveniente, aunque no necesariamente lo que es cierto. No se trata solo de fake news o noticias falsas sino de la era de la posverdad, cada individuo -como usuario digital- decide en qué creer y en qué no; es decir, yo construyo mi propia noticia y mi propia realidad y de esa manera convierto en viral algo que nunca existió porque no me interesa confirmar los datos o verificar si es cierto; lo que me interesa es creer esa versión.
Este fenómeno que se repite constantemente está muy bien retratado con lo acontecido el último fin de semana con Wálter Arizala Vernaza, alias Guacho, líder del frente Óliver Sinisterra: usuarios de redes sociales en Ecuador lo dieron por muerto e incluso circuló un video que, supuestamente, muestra su cuerpo. Es lo que elegimos creer: queremos ver al principal sospechoso de la muerte del equipo periodístico de Diario El Comercio, de la pareja de Santo Domingo de los Tsáchilas y de los policías ecuatorianos atrapado y asesinado.
Sin embargo, luego de la circulación de esas supuestas verdades empieza la desmitificación de volver a la realidad; no obstante, este proceso no es tan inmediato. Mientras viralizar toma segundos o minutos, la comprobación nos toma horas o días.
En el caso en particular, hemos comprobado que ante ciertos hechos, en el lado colombiano siempre hay una filtración de información a los medios de comunicación que no pasa por un mayor proceso editorial, quizás porque el pueblo colombiano está anestesiado a la realidad de la violencia, por lo que la difusión de videos, noticias y fotos es aún más rápida. La realidad del pueblo colombiano es diferente porque viven la narcoguerrilla desde hace medio siglo y esta especie de anestesia social reemplaza a la indignación que aún sentimos los ecuatorianos.
Ese objetivo periodístico de conseguir la primicia y tener la exclusiva se quedó con la posibilidad de que cada ciudadano pueda publicar contenido, lo que dio paso a la tendencia del periodismo ciudadano, es decir, la invitación hecha por los propios medios de comunicación para que sea la gente la que informe lo que sucede, sin embargo, no ha tenido mucha credibilidad porque cada quien difunde lo que creía conveniente, desde su propia visión.
Ante la abundancia de desinformación surgió una nueva oleada, la del factchecking, una tendencia que sí ha tomado cierto vigor en los últimos cinco años en todos los países del mundo, sobre todo en época electoral; sirve para verificar qué tan cierto o qué tan falso es lo que dice un político, un funcionario público o la data que emite una institución. Esta verificación toma información pública y la contrasta con expertos y documentos. Hay quienes llaman a esta nueva era una oportunidad para reivindicar al periodismo, en el que el periodista deja de ser un generador de contenidos para convertirse en una especie de curador de información o, dicho de otro modo, la persona llamada a verificar qué es lo más creíble y veraz de todo lo que se publica en la red. ¿Qué tan beneficioso puede ser eso para el periodismo? Eso aún está por verse y quizá deberán pasar años de esta práctica.
Por lo pronto, ante la incapacidad de sus algoritmos, vemos como los monstruos del Internet como Facebook y Google están empezando a financiar laboratorios de noticias y proyectos de factchecking en el mundo y piensan en la mejor manera de filtrar la información para que lo más verídico y confirmado sea lo que aparezca en los primeros lugares de los motores de búsqueda y en los muros personales.
Las redes sociales tienen al menos 10 años de vigencia y las nuevas generaciones – de 18 años hacia abajo- ya están construyendo sus propias redes; esos círculos de información que antes eran dominados por los medios de comunicación ahora son dominados por las redes sociales que se convirtieron en medios y fuentes para que cada uno genere contenido, sin necesidad de ser periodista.
En este nuevo paradigma impuesto por la revolución tecnológica, el concepto de comunicación tradicional con la generación de contenido, trasmisión de mensaje y público receptor ya no existe. Las audiencias digitales son emisoras, receptoras y transmisoras al mismo tiempo y en una misma plataforma, en la que se pierde autoridad y se vuelve viral lo que más cautiva a la gente, es decir, lo que llega a la sensibilidad de las personas –tanto noticias positivas como negativas- a través del entretenimiento, porque la gente no entra a la redes para informarse, sino para entretenerse.
Frente a este cambio de paradigmas, la función del periodista es recuperar la confianza en los medios mientras que la sociedad entera necesita alfabetización digital, un término que usa la Unesco en las campañas que ha emprendido en el mundo. En otros países como Italia, el uso de las redes sociales y la identificación de noticias falsas está incluida en la malla curricular, importante si tomamos en cuenta que hay niños de 8 años con celulares, acceso a las redes o servicios de mensajería y son nativos digitales que no se han formado en esta cultura digital. En Estados Unidos, por ejemplo, existe el Museo de las Noticias (Newseum) que capacita, a través de talleres y cursos, sobre la importancia de las noticias y cómo identificar aquellas que no son reales. Es decir, el trabajo tiene que ver más con el fomento de la cultura y el conocimiento desde la escuela porque los niños también están expuestos a las noticias falsas.
Mientras tanto, se puede hacer uso de aplicaciones que son gratuitas y que se pueden descargar en el mismo celular para identificar la manipulación en videos, audios y fotos. Sin embargo, antes de compartir una noticia, un post, hay que ver quién lo publica. Hasta ahí podemos llegar los ciudadanos; los periodistas, como ya se ha dicho, entran como curadores, pero hay una responsabilidad enorme que quizá apenas empiezan a asumirla como tal los magnates de internet: Facebook, que lidera las redes sociales, y Google, que lidera los motores de búsqueda. Son ellos, con los recursos financieros y la tecnología que poseen, los llamados a actuar para controlar, restringir, promover y cambiar esta cultura de difundir todo y convertirlo en viral, apoyados por los programas de educación de cada país y el criterio profesional de la Unesco que mantiene la campaña de alfabetización digital.
La USFQ también prepara su congreso anual de periodismo denominado Post Data, entre el 15 y el 17 de noviembre, cuyo tema central son las fake-news. El programa no está dirigido únicamente a periodistas o a estudiantes de periodismo, sino a padres de familia, estudiantes de colegio que ocupan cada vez más las redes sociales y convierten en virales situaciones de las que desconocen su origen.
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