La victoria de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones mexicanas está asegurada. Todas las encuestas sobre intención de voto anticipan un holgado triunfo del candidato de la coalición Juntos Haremos Historia, un triunfo que simboliza la esperanza de un cambio.
El país azteca tiene una altísima corrupción, inseguridad ciudadana, incertidumbre política, descontrol social y una falta absoluta de respuestas institucionales. En medio de ese escenario caótico López Obrador se postula por tercera vez a la Presidencia y todo hace prever que logrará su objetivo.
AMLO, como se lo conoce popularmente, es visto como una especie de Mesías o como la última boya a la cual trata de agarrarse un pueblo que se hunde en la violencia, que sufre los efectos del narcotráfico, las secuelas de la emigración, las consecuencias de tanta desigualdad. Una inconformidad que ha sido muy bien interpretada por el único aspirante que representa a la izquierda en estas elecciones.
Es que AMLO llegaría al poder en una época de profundo desencanto con el sistema, luego de un periodo de transición entre el fin de la dominación del Partido Revolucionario Institucional (PRI), pasando por el periodo de Vicente Fox, del Partido Acción Nacional, que gobernó de 2000 a 2006.
A quienes lo acusan de tener tendencias comunistas habría que decirles que a estas alturas el epíteto suena anacrónico, igual que el cine en blanco y negro que ya es historia. López Obrador tiene un origen socialista, aunque en sus inicios tuvo alguna vinculación con el PRI. Empero el rasgo que lo caracteriza es el populismo, un populismo a la mexicana que equivale a gran convocador.
Mejor lo define el calificativo de ‘populista por exclusión, porque ningún otro como él ha conseguido entender el sentir popular, y tiene la cara y las manos limpias para intentar un cambio. AMLO encarna la antítesis del PRI así como de los gobiernos liberales y neoliberales carcomidos por la corrupción.
Asimismo, quienes catalogan a Juntos Haremos Historia como el ‘nuevo peronismo’ soslayan una diferencia fundamental: desde sus orígenes el baluarte del peronismo ha sido la CGT (Confederación General del Trabajo), la central sindical histórica de Argentina. Eso no ocurre con la coalición que apoya al candidato mexicano.
El discurso social y anticorrupción de AMLO ha logrado calar en millones de personas que qieren un cambio y que, pese a no votar con convicción, lo ven como la última oportunidad para México. Ojalá que su liderazgo consiga dar los pasos encaminados a terminar con la desigualdad social y la corrupción
Resulta difícil creer la muletilla de que AMLO hará un gobierno populista, al estilo de los que conocemos en Sudamérica. Esto, porque en México no hay espacio para los experimentos, allá se agota el tiempo para tratar de lograr acuerdos que permitan desarrollar una política social de compensación. Además ya fue alcalde de Ciudad de México y no hizo una administración de ese tipo.
Lo que ocurre es que López Obrador reúne las características de un líder indiscutible, pero de ahí a pensar que pretenda implantar un populismo como los que ha habido en nuestra región es imposible. Para eso se necesita tener el poder absoluto, la reelección indefinida y muchos, muchísimos recursos.
Sus opositores también argumentan que las políticas de AMLO regresarían a México a los años setenta cuando el país quedó sumido en la deuda y en la hiperinflación porque los gobiernos se gastaron lo que tenían y lo que no tenían, además de lo que se perdió por la corrupción, pero las cifras rebaten ese razonamiento porque en esa época se registró un crecimiento anual entre el 5 y 6%, a diferencia de los regímenes liberales que no llegaron a superar el 2%.
Hay que decir que en México se ha desarrollado un modelo (semejante a ciertos gobiernos populistas sudamericanos) consistente en la ejecución de grandes obras públicas que tienen por detrás verdaderos crímenes contractuales. Para tener más clara la idea, como los grandes hospitales edificados en el Ecuador durante la última década.
Así, el desequilibrio entre inversión y resultados es catastrófico en la nación azteca. Para contrarrestarlo, Andrés Manuel López Obrador deberá tener un equipo y un apoyo formidables, caso contrario le resultará muy difícil desarticular el entramado de corrupción de la contratación pública.
En cuanto a la relación con su vecino del norte, Donald Trump, cuyas amenazas de construir un muro para frenar la migración hacia Estados Unidos y sus presiones en la renegociación del TLCAN cada vez son más fuertes, tengo el presentimiento de que AMLO fijará una posición muy firme, incluso podría poner en una balanza cuánto ha ganado y qué oportunidades ha desperdiciado su país como parte de ese Tratado, más aún cuando el sentido común indica que un mayor peso de los beneficios hubiese logrado disminuir el éxodo hacia EEUU.
En ese contexto, es posible avizorar que el nuevo gobernante enfocará la política internacional mucho más hacia Europa y, como indica la lógica, la mirada estará puesta en el continente asiático.
En todos los ámbitos, el reto que asumirá AMLO es muy difícil. Su discurso social y anticorrupción ha logrado calar en millones de personas que quieren un cambio y que pese a no votar con convicción lo ven como la última oportunidad para México. Ojalá que su liderazgo consiga dar los pasos encaminados a terminar con la desigualdad social y la corrupción.
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