Suponer que tras su triunfo en las presidenciales de México, en su tercer intento, Andrés Manuel López Obrador, líder del Movimiento Regeneración Nacional (Morena), vaya a intentar resucitar el fracasado proyecto del socialismo del siglo XXI, que arruinó Venezuela y casi arruina Argentina, no creo lo haga, porque sin duda ha dado muestras de ser un hombre inteligente que intentará llevar un gobierno pragmático.
Primero hay que partir del discurso que dirigió a sus partidarios la medianoche del domingo 1° de julio. Fue uno centrado en las ofertas realizadas durante la campaña, con el trazo de las líneas gruesas y las directrices de su futura administración. En su discurso, López Obrador no delineó un programa ideológico de izquierda ni nada parecido, sino más bien uno asentado en las realidades de un país como México que comparte una frontera con la mayor potencia económica del mundo como son los Estados Unidos; muy rico en recursos naturales y con una población de más de 132 millones de personas que merece una mejor calidad de vida. Por eso es de esperarse que actuará con responsabilidad histórica.
México se ha caracterizado en las últimas décadas por tener gobiernos cuestionados por sus actuaciones y con falta de buen liderazgo, independientemente de su tendencia ideológica. Muy afines al PRI que siempre ha tratado de monopolizar el poder político y que ha sido uno de los más grandes derrotados con la victoria de López Obrador.
El 53% de los votos obtenidos por el líder de Morena solo significa que los mexicanos buscaban algo distinto a lo que históricamente han cosechado. Ese deseo de cambio combinado con la tenacidad y perseverancia de López Obrador explican su triunfo y lo enfrenta a cumplir con lo ofrecido en la campaña y hacerlo racionalmente en democracia.
López Obrador deberá asumir el liderazgo entregado si quiere permanecer en la historia de su país, como ha manifestado públicamente. Puede quedarse en la historia de México si hace los cambios correctos en lo político, económico y social y cumple las promesas hechas a sus votantes.
De ahí que insostenibles las dudas y sospechas que circularon en las redes tras su triunfo, sobre todo esa de que seguirá el ejemplo de Cuba y Venezuela. Es inconcebible tan solo pensar, en las actuales circunstancias, que algún país sobre todo de la región pretenda seguir las huellas del fracasado socialismo del siglo XXI.
México es un país con un potencial económico global porque consume mucho, produce mucho y exporta e importa mucho. Y lo principal, en el aspecto económico, es que posee importantes inversiones de las principales corporaciones y potencias del mundo. En esa realidad, solo el imaginar un programa que apunte a la expropiación o nacionalización de esas inversiones representaría la ruina para millones de mexicanos.
Una persona inteligente como Andrés Manuel López Obrador, porque ha sabido perseverar durante 18 años para conseguir llegar a la Presidencia, difícilmente se va a dejar llevar por ese camino.
El nuevo presidente de México tiene seis años para hacer profundos cambios; es su oportunidad para servir primero a la clase históricamente desatendida de México donde hay mucha pobreza y mucha concentración de la riqueza, un tema que será prioritario en su agenda de trabajo.
López Obrador ha ofrecido trabajar para frenar la migración, ha dicho que los mexicanos no tienen razones para seguir cruzando la frontera a Estados Unidos, porque en su país van a tener las oportunidades económicas y sociales que buscan.
Pero eso de ninguna manera significa que su discurso vaya alineado con ese de la patria grande repetido por Nicolás Maduro, Evo Morales, Cristina Fernández o el mismo expresidente Rafael Correa. Porque la patria grande, que es América Latina, funciona solo cuando está alineada a sus intereses y ambición de poder.
México, además, siempre ha sido un país más pensado hacia el norte que hacia el sur. Hacia Estados Unidos, Europa y Asia, con quienes hace negocios. Mucha de la producción de Estados Unidos que llega a los países de América del Sur se ensambla en México ya sea automotriz, de línea blanca o tecnológica. Sería un craso error de López Obrador dar al traste con esa dinámica económica al intentar poner en riesgo la seguridad jurídica que existe para las inversiones asentadas en ese país.
Esa apertura de México al mundo, pese a su nacionalismo, le ha permitido un gran desarrollo del conocimiento, con buenas universidades, mucha investigación científica y una importante inversión en educación.
López Obrador tiene que hacer las cosas bien si quiere pasar a la historia, y entre sus tareas estará hablar claro con Estados Unidos para proteger a los mexicanos que están afuera. Y es una voz que en este momento va a sonar mucho más tanto en Estados Unidos como en Europa.
México es un país que se ha comunicado bastante con Europa, pero también ha sido el hermano grande de los países centroamericanos más que de los países del cono sur. Eso es algo a tomar en cuenta. Con López Obrador, México también tiene la oportunidad de ejercer un gran liderazgo en América Latina.
Siempre se ha hablado que hay dos países que deberían empujar América Latina, Brasil al sur y México al norte. Eso no ha ocurrido en la práctica, porque el cono sur siempre ha respondido más al cono sur. Ahora, sobre todo los países del área andina, pueden tener la oportunidad de aumentar aún más su volumen de comercio y de negocios con México, sobre todo Colombia, Perú y Ecuador.
López Obrador difícilmente va a desgastarse en su relación con Venezuela cuya economía está destrozada o con Bolivia que tiene esa visión del socialismo del siglo XXI que amenazó con llevar a la ruina a la región.
El nuevo presidente tiene la oportunidad de dejar atrás esa historia de repudio a los gobiernos de turno, esa que se sentía en las actividades más cotidianas. Era común en México entrar en una sala de cine y escuchar los gritos contra el gobierno cuando los luces se apagaban. Las voces callaban cuando las luces se encendían.
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