Desde que la Organización Mundial del Comercio (OMC) comenzó a operar en 1995 los conflictos, a cuenta de las guerras comerciales, se multiplicaron, pero en los últimos cinco años las disputas o diferencias entre los países se intensificaron y el papel del rector del comercio ha sido tibio. Solo en 2014 hubo nueve demandas generadas especialmente entre los países desarrollados. Normalmente, cuando pasa en economías pequeñas no hay mucho alboroto, pese a que esas disputas pesan mucho.
Ecuador ha vivido guerras comerciales fuertes como la del banano con la Unión Europea o la del camarón con Estados Unidos, que impuso un arancel del 11,68% a ese producto con el argumento de que los productores ecuatorianos recibían subsidios.
Pero cuando las potencias que tienen un dominio del mercado entablan una guerra comercial la situación se vuelve más crítica. Y desde el año pasado, con los fuertes cuestionamientos del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a la OMC ese organismo ha comenzado a mostrar sus costuras.
Las llamadas guerras comerciales generalmente se producen cuando los países adoptan medidas proteccionistas como salvaguardias o barreras arancelarias. En marzo de 2015, por ejemplo, Ecuador aplicó una salvaguardia de balanza de pagos para el 32% de sus importaciones generales. Inmediatamente, el país fue llamado para que argumente sus medidas por la OMC, por intermedio de su órgano de resolución de conflictos, ante los reclamos presentados por Perú y Colombia, principalmente.
¿Qué pasa cuando se pelean las grandes potencias? Estados Unidos comenzó este 2018 con la imposición de aranceles al acero y el aluminio, sin especificar, un tiempo de duración, de manera unilateral. Eso generó malestar en China y la Unión Europea que en lugar de acudir al órgano de resolución de controversias de la OMC, fueron por las retaliaciones, como las barreras arancelarias impuestas a los bienes de las empresas estadounidenses. ¿Por qué lo hacen? Porque saben que la resolución de controversias pueden durar años en la OMC, hasta dilatarse.
La Ronda de Doha, que trataba de dar un nuevo impulso a la liberalización del comercio internacional al reducir las barreras, fracasó precisamente por eso, porque los países industrializados no predican con el ejemplo y han minimizado el papel de la OMC en ser árbitro del comercio mundial de mercancías.
La OMC difícilmente puede actuar cuando las grandes potencias intervienen en una disputa, porque ellas toman decisiones al margen de ese organismo. Es lo que acabó de ocurrir en la disputa comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea. Donald Trump y Jean-Claude Juncker, presidente de la Unión Europea, fueron quienes acordaron paralizar la aplicación de nuevos aranceles entre Washington y Bruselas.
Eso no ocurre con los países chicos, llámese Ecuador, Colombia y Brasil, donde la OMC ha intentado hacer sentir el poder de sus tribunales. Y esa es un de las razones principales de la desconfianza de la mayoría de los países en la OMC. Su papel como rector del comercio se ha ido deteriorando, porque en lugar de solucionar conflictos genera mayores problemas.
La OMC en la teoría promueve mucho los tratados de libre comercio, pero básicamente entre países que están en bloques; en la práctica los grandes como Estados Unidos o la Unión Europea han pasado a ocupar el puesto de rector del comercio, capaz de promover acuerdos multilaterales o bilaterales. La OMC pretendía que todo el mundo negocie acuerdos, pero siempre en esas negociaciones el país más fuerte y complica y daña los objetivos multilaterales o bilaterales.
El rector del comercio nunca ha sido un árbitro imparcial ante Estados Unidos en el tema de subsidios, porque nunca le ha dicho que no puede mantener las ayudas agrícolas y pretender salir a competir con las economías pequeñas a las que les pide la eliminación de los mismos subsidios que mantiene puertas adentro.
La OMC necesita modernizarse no solo cambiar sus reglas. De qué sirve rehacerlas o transformarlas si no puede hacer cumplir las actuales. Hay conflictos comerciales que tienen más de 20 años en una mesa de negociaciones.
El organismo multilateral debería renovarse desde sus raíces, porque cuando un país entra en conflicto no solamente es con la OMC ni con el país afectado por las barreras arancelarias. Es con todo el mercado, porque la producción es a escala global.
El más reciente problema de la OMC es que su mentor, Estados Unidos, ahora quiere cuidar su producción y no está dispuesto a ceder ante los países en vías de desarrollo y menos ante otras potencias como China. Donald Trump pretende que las empresas estadounidenses que tienen su línea de producción en suelo asiático regresen a su territorio y para eso no ha dudado en recurrir a políticas o medidas proteccionistas.
Pero Estados Unidos al afectar a la OMC ha vuelto también a los años ochenta y noventa, donde el fin último era proteger su industria sin medir las consecuencias para terceros países con una industria menos competitiva.
Si no hay cambios estructurales, la OMC corre el riesgo de convertirse en una burocracia internacional sin mayor trascendencia. Entre 1996 y 2014, según los datos más actualizados, a ese organismo llegaron 129 demandas, de esas apenas unas 109 pasaron los primeros filtros.
Los conflictos comerciales están ahí, son permanentes. Los países, al margen de la OMC, buscan otras opciones para resolver esas controversias, mientras la guerra comercial que se intensifica cada vez más, con las grandes potencias como protagonistas.
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