Los resultados de primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia, efectuadas el domingo pasado, ponen de manifiesto la presencia de tres grandes fuerzas políticas, aunque dos extremos del espectro político disputarán la final convocada para el próximo 17 de junio.
Los datos oficiales entregados por el ente organizador de los comicios la misma noche de las votaciones, ubicaron en la segunda vuelta a Iván Duque, candidato del Centro Democrático (del expresidente Álvaro Uribe), con el 39% y al izquierdista Gustavo Petro, de Colombia Humana, con el 25% de los sufragios.
En tercer puesto, y prácticamente “pisándole los talones” a Petro, un exguerrillero del desaparecido M-19 y exalcalde de Bogotá, se colocó el aspirante de la Coalición Colombia, Sergio Fajardo, matemático y profesor universitario que llegó al 23% del electorado. La sumatoria de ambos porcentajes da un 48%, alrededor de diez puntos arriba de los obtenidos por el candidato que logró el primer lugar.
Esto configura un parteaguas entre la centroderecha-derecha-uribismo y una visión hacia la izquierda de la sociedad política colombiana, orilla desde la cual más de la mitad de votantes ha expresado la voluntad de librarse de esa suerte de camisa de fuerza tejida por el viejo pacto liberal-conservador ahora remendada por el uribismo.
Pero en Colombia pasó lo mismo que en otros lugares de América Latina donde las corrientes de centro izquierda son de gran convocatoria y, al mismo tiempo, de una gran fragmentación. Desconocen absolutamente el significado de concertación política.
No hay que ser muy fino en matemática para entender que, de haberse producido la unidad de la tendencia, otro sería el resultado de las elecciones. No obstante, sus dirigentes prefirieron ir por separado a la contienda. En todo caso, quienes miramos desde fuera lo ocurrido en Colombia ahora comprendemos que no eran dos sino tres fuerzas políticas las que engancharon al electorado.
Desde una perspectiva histórica, las recientes elecciones son un hito para la democracia del vecino país: por primera vez en décadas la jornada se desarrolló en paz, sin atentados de por medio, hubo alta concurrencia a los recintos electorales, fue una campaña intensa.
Con un balotaje en el horizonte inmediato, las alianzas que pudieron ser y no fueron en la primera ronda ya son historia pues ahora mismo los finalistas realizan sus cálculos con el fin de tener la mayor cantidad de respaldos.
La efectividad del Acuerdo de Paz tendrá que medirse a lo largo del nuevo gobierno, sea Duque o Petro, ellos podrán mejorarlo o negociar otros términos. Pero que Santos logró un hito histórico es innegable
Hasta aquí, el Acuerdo de Paz firmado con las FARC por el presidente Juan Manuel Santos ha sido la bandera de lucha del candidato del uribismo, aunque a lo largo de la campaña varió de la postura radical de abolirlo hacia una menos extrema de incluir algunas modificaciones para que no queden impunes los crímenes cometidos. Al parecer se entendió que se puede mejorarlo, pero es imposible dar marcha atrás para volver al antiguo estado de cosas.
Si hablamos de triunfadores, el ganador indiscutible de la primera vuelta es el expresidente Álvaro Uribe Vélez, un jugador clave en la política colombiana desde hace más de 15 años, senador y promotor de la candidatura de Duque. Ejerció la primera magistratura por dos periodos consecutivos y lo habría sido un tercero si la Corte de Justicia lo permitía; su apoyo fue decisivo en la primera campaña de Juan Manuel Santos (de quien hoy es su mayor detractor); asimismo impulsó la victoria del No en el referéndum del Acuerdo de Paz, un convenio que finalmente tuvo que aprobarlo el Congreso.
Vale detenerse un momento a examinar lo que hace de Uribe un político tan popular y tan repudiado a la vez. Independientemente de ciertas virtudes en su expresión directa, agresiva, lúcida, con un vigor populista, su figura irrumpió como una alternativa al pacto añejo entre conservadores y liberales (salpicado de un historial violento) que se turnaban en el poder.
Identificado con posiciones de derecha más que de centro, Uribe lideró una voz de insurgencia y acción contra la violencia de las FARC, aun cuando nunca ha podido desvirtuar sus vínculos paramilitares. Tiene muchas facetas del tipo clásico del populismo: sumamente arrogante, dueño de su verdad, lucha sin descanso contra los adversarios. Esencialmente es un caudillo de derecha.
Retomando el tema de los vencedores y vencidos, hay quienes consideran al presidente Santos como el gran derrotado de estas elecciones. Eso depende, puede que hoy lo sea y mañana no. El haber alcanzado el Acuerdo de Paz no es poca cosa, aunque tuvo que hacer concesiones difíciles como la impunidad que lastima a muchas víctimas de la violencia o el haber conferido a las FARC un estatus de estado (de igual a igual) en las negociaciones. Pero utilizó esa ruta y llegó al objetivo. Un tema complejo de comprender, aunque cabe destacar una cierta cultura natural de los políticos colombianos: son muy maquiavélicos.
La efectividad del Acuerdo de Paz tendrá que medirse a lo largo del nuevo gobierno, sea Duque o Petro, ellos podrán mejorarlo o negociar otros términos. Pero que Santos logró un hito histórico es innegable.
Hoy por hoy, una zona de la frontera compartida entre Ecuador y Colombia se ha convertido en el teatro de operaciones de grupos disidentes de la guerrilla de las FARC entreverados con carteles del narcotráfico, minería ilegal y toda clase de delincuencia.
En ese escenario no cabe ponernos a especular si nos conviene el triunfo de Duque o de Petro. Para nuestro gobierno, lo adecuado es pasar de un estado de alerta a otro de permanente cautela y estudio. No tenemos que volver a la condición de descuido como estuvimos durante tanto tiempo, por lo que hemos pagado y seguimos pagando muy caro.
Para el Ecuador, Colombia tiene que ser una prioridad nacional. Por eso el país requiere contar con un cuerpo diplomático de primera categoría.
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