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Tom Wolfe en sus palabras

Juan Tibanlombo (+)
Dialoguemos EC
martes, mayo 15, 2018
Tom Wolfe llevó al periodismo a una categoría superior y llevó la literatura al periodismo. Fue alguien que comprendió que el periodista es un observador y que a los lectores poco le importan las impresiones de los periodistas, sino la realidad que narra, los hechos que describe sin que medie el molesto yo
Tiempo de lectura: 3 minutos

Siempre fue un irreverente, de la talla de Truman Capote. La hoguera de las vanidades puede estar a la altura de A sangre fría. Irreverente y elegante ante todo. Mordaz. Y estadounidense, orgulloso de ser parte de la cultura estadounidense y de haber votado por Bush cuando todos sus amigos izquierdistas estaban avergonzados de vivir en un país donde Bush era presidente. Era capaz de hacer silencio para escuchar y documentar cómo es el otro, qué dice, con qué gestos. El oficio de escribir. “Lo difícil es que se te ocurra una idea, intentar ponerle música, ponerle letra… -dijo en una entrevista con El País-. Y también es complicado lo que hay que hacer para intentar crear un cierto suspense…, más las mil cosas que necesitas para poner todo eso sobre el papel”.

Tom Wolfe creía que los intelectuales de izquierda eran reaccionarios. “La figura del intelectual tiene prácticamente un siglo de vida. El término fue creado por el francés Clemenceau para designar a los escritores, los artistas, los que creaban -sigue en esa entrevista-. Ahora, la palabra intelectual se ha desvinculado de lo que supone un logro intelectual; un intelectual es un consumidor de ideas, ya no hace falta ser un creador. En realidad, ser creativo es un estorbo. El ejemplo perfecto es Noam Chomsky”.

Chomsky, el referente del llamado socialismo siglo XXI que ha arruinado Venezuela, Nicaragua, Argentina y que casi arruina al Ecuador, ha sido blanco de sus dardos al dar otra mirada sobre los presidentes más cuestionados por la izquierda latinoamericana. “Yo he tenido la ocasión de estar con Bush algunos minutos, hablar con él de literatura, y me pareció tan inteligente como el director de The New York Review of Books, considerada como la principal publicación literaria. No es que el director de la revista no sea inteligente, que lo es; es que Bush no es ningún idiota. Eisenhower fue presidente durante dos mandatos. Decían que era idiota; en las ruedas de prensa, su sintaxis era horrible, empezaba frases y no las terminaba. Era verdaderamente tonto; lo único que había hecho era ganar la II Guerra Mundial. Pues si eso es lo que hace falta para ganar guerras como aquélla, a lo mejor nos hacen falta unos cuantos idiotas más. O Reagan: de él decían lo mismo que se dice de Bush. Lo único que hizo, aquel idiota, fue ganar la guerra fría y forzar la caída de la Unión Soviética”.

Wolfe cuestionaba todo, punzaba en todo lo políticamente correcto. “Como dijo McLuhan, la indignación moral es la estrategia adecuada para revestir de dignidad al idiota. Y eso es lo que hace la mayoría de los que se dicen de izquierdas: en lugar de pensar -lo cual es duro, lleva tiempo, hay que leer-, se indignan por algo, y eso les reviste de dignidad. Siempre han escogido las opciones equivocadas. Me encanta tener al presidente Mao aquí, en mi mesa; Mao fue considerado hasta el final como una gran figura por la gente de izquierdas. También había muchos que pensaron lo mismo de Pol Pot, que exterminó a media Camboya”.

[quote  author_nmae=”Günter Grass”  quote_text=”Si fuera verdaderamente un Estado fascista, esta escena sería muy distinta. Usted lleva media hora hablando en contra de su Gobierno. Los nazis no le habrían dado esa media hora. Habrían entrado al cabo de cuatro minutos, y la reunión se habría terminado”  quote_url=””  quote_class=””  ]

Pero no solo a la izquierda ha sido puesta bajo su lupa sino el símbolo de Nueva York, el gran personaje de su gran novela, La hoguera de las vanidades, que bien podría ser encarnado por Donald Trump. El personaje cuya vida disecciona un periodista que en las mañanas se arrastra borracho en su departamento para atender el teléfono.

Wolfe fue un antisistema dentro del sistema, un provocador. “Una vez, en los años sesenta, asistí a una conferencia en una universidad. Había varios intelectuales que estaban en contra de la guerra de Vietnam. Allí estaban Günter Grass, Allan Ginsberg. Ginsberg no paraba de explicar que este país se estaba volviendo fascista, que todo presagiaba una época como la de Hitler. Y yo de pronto no pude más y estallé: “¿Pero de qué habla? Estamos en plena explosión de felicidad en este país”. Y era verdad. La gente ganaba mucho dinero, era la época del twist, la Bolsa no paraba de subir… Evidentemente, Vietnam era horrible; pero, aparte de eso, el resto del país vivía bien. Y entonces, Günter Grass, que no era precisamente un conservador, dijo: “Si fuera verdaderamente un Estado fascista, esta escena sería muy distinta. Usted lleva media hora hablando en contra de su Gobierno. Los nazis no le habrían dado esa media hora. Habrían entrado al cabo de cuatro minutos, y la reunión se habría terminado”. Todo el mundo se quedó impresionado, porque, al fin y al cabo, él sabía de lo que estaba hablando”.

Tom Wolfe llevó al periodismo a una categoría superior y llevó la literatura al periodismo. Fue alguien que comprendió que el periodista es un observador y que a los lectores poco le importan las impresiones de los periodistas, sino la realidad que narran, los hechos que describen, sin que medie el odioso yo.

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