Daniel Ortega convocó a decenas de miles de sus simpatizantes en Managua para responder a las multitudinarias manifestaciones que le han arrebato el control de las calles desde hace dos semanas, según El País. El Ejecutivo utilizó los recursos del Estado para movilizar a sus simpatizantes tras ordenar que los autobuses del transporte público trasladaran a empleados del Estado, los miembros de la Juventud Sandinista y los colectivos del régimen para cantar loas al presidente, en una desesperada intención de demostrar lealtad al régimen y ocultar las grietas abiertas en el poder tras una movilización popular inédita.
En su discurso Ortega acusó a los manifestantes de “incitar a la violencia”, pero no reconoció la represión oficial desatada contra miles de manifestantes que exigen un cambio de liderazgo en este país centroamericano y que ha dejado al menos 43 muertos, en el que ya es el episodio más sangriento vivido en la historia reciente de Nicaragua.
Ortega invocó a los sectores más religiosos del país para retar la fuerza demostrada el sábado por la Iglesia Católica, que convocó a cientos de miles de nicaragüenses en Managua y las principales calles del país. “Pidámosle fuerza a Dios”, dijo el exguerrillero convertido en este acto en predicador. “Danos señor la fuerza para ser instrumento de paz y para que cuando haya odio, sembremos amor”, dijo.
A su lado su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, con la cabeza baja y los ojos cerrados, se sumaba a la masiva oración liderada por su marido. La primera dama mostraba una humildad contraria a la rabia expresada hace dos semanas, cuando en la cadena de televisión pública dijo que quienes se manifestaban contra el régimen son “seres mezquinos, seres mediocres, pequeños, llenos de odio, que todavía tienen la desfachatez de inventarse muertos. Así son esos minúsculos grupos alentadores de odio”.
Ortega hizo referencia en su discurso a los muertos y pidió un minuto de silencio por ellos, aunque no mencionó cifras, ni citó a los estudiantes que le plantan cara a su régimen, y que son quienes han puesto la mayoría de los fallecidos, ni la represión que ordenó desatar.
El presidente culpó de esos asesinatos a los manifestantes que “incitan a la violencia”, porque, dijo, su Gobierno “ha venido consolidando la paz, la alegría, el amor, la solidaridad”. No hubo en el discurso del mandatario palabras sobre Ángel Gahona, periodista asesinado mientras cubría los disturbios en Bluefields, en el Caribe de Nicaragua; o para Álvaro Manuel Conrado Dávila, de 15 años, la víctima más joven de la represión; o Moroni Jacob López García, de 22 años, estudiante de la Universidad de Ingeniería, que fue asesinado en el campus cuando el edificio fue asaltado por oficiales antidisturbios y colectivos sandinistas; ni para Jesner José Rivas, de 16 años, quien cayó mientras defendía un supermercado saqueado por los seguidores del Gobierno, en una de las tantas muestras de valentía y solidaridad que los nicaragüenses han presenciado estos días de violencia.
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