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La ética será la de elmalentendido o no será

Jessica Jara Bravo
Universidad Católica de Santiago de Guayaquil
jueves, abril 5, 2018
Este trabajo indaga una de las fuentes del malestar en la cultura que es el otro, el extranjero, quien no me entendería porque no habla como yo. Si no nos distanciamos, si no lo forcluímos, si nos quedamos lo suficiente podremos notar que más allá de las identificaciones, la singularidad del parlêtre nos remite a la existencia de un punto de extranjeridad en cada uno
Tiempo de lectura: 7 minutos

Un ensayo a partir de la muestra artística colectiva “El malentendido” en la DPM

La tarde del jueves 15 de marzo inició la materia “Ética y política entre dos discursos”, a cargo del psicoanalista Guillermo Belaga . A las 19h30 del mismo jueves, se inauguró en la Galería DPM la muestra artística El malentendido, la que lleva el nombre de la instalación de una de las artistas expositoras. Ante esta contingencia me interesa dar cuenta de ciertas extimidades (est)éticas y políticas entre la práctica/experiencia psicoanalítica y artística, considerando además que esa noche asistimos a la conferencia pública Belleza Convulsiva. Un comentario sobre la presencia del retrato imaginario de Sade, de Belaga; con quien fuimos el viernes a la noche a la galería a ver la exposición, pero estaba cerrada.

Las latas que no sirven a la comunicación y el malentendido como arraigo

Cuando logramos asistir fue notable que no se trataba de la muestra del trabajo artístico de un grupo, sino que era una muestra colectiva de productos singulares o en serie de Ana Cristina Vásquez, Pablo Andino, Saskya Fun Sang, Antonio López, Fernanda Murray, Josué Lino y Daya Ortiz. Los cinco primeros graduados en artes en Chicago, los dos últimos tienen a Guayaquil como su base de operaciones. Lo interesante es que cada uno de ellos con sus ensayos artísticos y ejercicios artesanales consintieron a “El malentendido”: significante que amarra tanto como enreda, cifra, alude, se inflama y del que se escapa un goce muy particular.

Los trabajos eran disímiles. Algunos soportes eran endebles como el cartón, pero también eran lienzo, video, instalación parlante… Objetos intervenidos, abisagrados, aprofanados, reutilizados para volverlos inútiles. De distintas consistencias: enmarcados, fijados con pernos o desparramados por el suelo. Mudos o ruidosos, algunos nos veían como aquella lata de sardinas miraba desde el mar a un joven Lacan navegando en una peregrina barcaza de pescadores, como quien mira una mancha en el cuadro. Estas latas no pretendían conectarse entre ellas mediante un alambre en beneficio de la buena comunicación, no dialogaban por una relación armónica, sino que querían servir al malentendido que soporta al ser hablante.

Eran seis más uno, Daya Ortiz. Daya no será una curadora que done una teoría prêt-à-porter para dar sentido a un trabajo artístico disperso; pero sí quien aporte, en efecto, un rasgo que permita el anudamiento de aquello dispar: las elaboraciones y respuestas de cada quién, a partir de sus propias preguntas que constan como títulos de sus obras, desde: ¿acabaré viviendo como vivo… si no vivo cómo pienso? hasta la “Descarga repentina de la tensión sexual acumulada”. El malentendido resultaría aquí un punto de arraigo en el tejido: un lugar al cual fiarse en la época del solitario, deprimido-activista, y desengañado parlêtre.

Notas de un tiempo de ver

Fue un recorrido con detenimientos y sorpresas. El responsable de la galería felizmente no intentó mediar entre nosotros y la obra. Ingresamos tres, tal y como entraron al ruedo los prisioneros de la historieta de Lacan en busca de un aserto. Uno ya había visto la muestra pero no le molestaba repetir; la otra era una mujer jovencísima que se hacía preguntas en voz alta. Nos recibió una vasija, siempre femenina, la que en un movimiento dejó de ser tal para convertirse en un cráneo disparado, con fisuras, con los agujeros -que le habrían posibilitado su sostén en vida- desdibujados. Rápidamente nos dispersamos, interesados en distintas obras que resonaran en nuestro más íntimo. A ratos nos reencontrábamos, un poco extrañados.

La muestra en algunos casos recogía varios trabajos de un mismo artista, los cuales la museografía se había ocupado bien de mezclarlos un poco. Entrado un tiempo era posible ir reconociendo trazos, tratamientos y modos de hacer con el objeto y el vacío: un cierto estilo de re-cubrir, de mostrar, de invadirnos, de recordarnos que el arte es y no es sin el Otro. El instante de la mirada y el bullicio al que nos acercábamos inexorablemente, resultaba en ocasiones turbado por ruidos, por golpes secos, de los que poco a poco iríamos tomando nota.

Para un momento de comprender que no sea del entendi-miento

¿A qué apelar cuando los artistas no están en la galería para dar explicaciones de lo que allí se muestra/ se enseña? ¿De qué fiarse ante la falta del Otro en presencia?

Ante esta complicación recuerdo que Lacan antes de su viaje a Venezuela se refirió a los lacanoamericanos, quienes no lo habrían escuchado in situ, a viva voz, hasta el año 80, -según su propia declaración – para precisar que aquello le pareció una ayuda. Él enfatizó, estando aún en París que, al ser transmitido por escrito, su persona no hacía de pantalla a lo que enseñaba. Quizás podamos aplicarlo a la transmisión del artista, en tanto que los artistas se encuentran, en general, ante el dilema de ser exigidos a hablar, en persona, de su obra.

Así, ¿será que podemos decir que al final de la experiencia artística el artista queda agotado por la entrega que acaba de hacer: trazos, gestos y objetos, firmados o no, filmados o no; restos desprendidos del artista, ahora escabelizados? ¿Se encuentra desde ya azorado por su próxima producción? ¿O es que se queda con ganas de hablar de su acto artístico del que no puede dar cuenta nunca del todo, y en el que cobra un valor incalculable la contingencia?

En este caso particular, algunas cuestiones serán o no serán: ¿de qué servirnos para orientarnos en el malentendido? ¿Cómo malentender mejor considerando que somos, nosotros mismos, unos malentendidos? , ¿si el cuerpo no hace aparición en lo real sino como malentendido? Si somos, como dice Lacan: unos traumatizados del malentendido.

Lo imaginario: El embrollo de los cuerpos está en los trabajos de Josué Lino, José Lino, JL. Se trata de cuerpos que no han consentido al lazo social, entonces nadie cede y lo que hay es un agresivo pegoteo imaginario. Se muestra la confrontación del amigo-enemigo a propósito del horrendo vecino. En su universo el Otro malo impera, la cochina abyección no está localizada y los cerdos proliferan. Se ausenta la posibilidad real de malentender siquiera. Que el espacio no sea lugar ocasiona invasión de goce, cuerpos fragmentados y devorándose en un puro presente sin ley. Unos títulos que logré captar con mi precario celular son: “My dental work”, “Hope rises”, “Bebé de carne sin hueso”. Otros, simplemente, se difuminaron.

Lo simbólico: Un video nos llamaba a la lectura de una noticia periodística. Sus caracteres maximizados no permitían la lectura completa de una sola mirada. El efecto buscado era ir develando poco a poco, no la noticia, sino el hecho de que la noticia estaba agujereada. Esto de manera literal. La superficie del texto tenía recortes rectos y definidos, lo que implicaba en sí la extracción de significantes precisos. Sabemos que se trataba de una inundación, del desborde de un río que hace despertar más temprano de lo acostumbrado a los habitantes de Los Ríos. ¿“A las 04h00” buscaba fijar mediante la escritura de una hora el exceso de goce o, recortar un goce en más, desbordado, permitiendo la fuga del sentido por una abertura?

Los recortes provocados en el texto, toman toda la relevancia al dar cuenta de cómo cuando la malla simbólica es agujerada se presentifica el superyó. Así, al ingresar por ese agujero no negro sino más bien luminoso, está el cuerpo, pero un cuerpo también amplificado al punto de tornarse irreconocible; no como el cuerpo del que creemos ser amos, sino del de las imágenes de su funcionamiento que fascinan y se proponen como remedio universal a la angustia contemporánea . La obra hace eco en el punto en que las voces de sirenas invitan al hablanteser a identificarse con su organismo, buscando desterrar el malentendido en aras de una medicación liberada del equívoco. Y es que, al reducir lo incomunicable a la imagen se invoca al real de la ciencia, se llama a un despertar para volver a hacer dormir… o peor.

Lo real de una conclusión malentendida. O, ¡a cogerle el gusto al malentendido!

Aunque los artistas no quieren hablar es un hecho que consienten a ser malentendidos por los medios y no deben ser criticados por aquello. Es así que sabemos de la pregunta que encausó la investigación de Daya Ortiz: “¿Cuáles son sus conflictos cuando hablan con alguien con quien no se comparte el idioma materno?” , cuestión que la llevó a charlar, uno a uno, con una pequeña multitud y al final, montar un auténtico rebulú; ya que de entrada su obra muestra que el malentendido nos hace hablar y mucho, cada uno gozando allí su oportunidad.

La instalación se compone de pequeños parlantes soportados en las paredes que replican las distintas respuestas ofrecidas en diferentes idiomas, al mismo tiempo. Una mujer respondía también desde el llamado “lenguaje de señas”, por lo cual había una pantalla. En el camino descubrí que el golpe seco se trataba de la caída de algunos de esos parlantitos; y me parece que esta puesta en cuestión del mensaje no era algo previsto, como tampoco lo siniestro de esos objetos en el piso reproduciendo, inalterados, su repertorio circular. Además estaba lo imposible de entender/escuchar algo en medio del ruido infernal de la multitud parlante.

Este trabajo indaga una de las fuentes del malestar en la cultura que es el otro, el extranjero, quien no me entendería porque no habla como yo. Si no nos distanciamos, si no lo forcluímos, si nos quedamos lo suficiente podremos notar que más allá de las identificaciones, la singularidad del parlêtre nos remite a la existencia de un punto de extranjeridad en cada uno; tanto como existe un punto vivo en el lenguaje que nos anima a hablar y que es lalengua. Me arriesgaría a decir que elmalentendido es esa propia-extranjeridad con la que se toma contacto en la experiencia psicoanalítica, y que insiste en la práctica artística. Cuando parece que no entendemos nada porque no hablamos la misma lengua, no es eso. El amor y el arte suelen venir a saltear esa misma brecha, el muro que hay entre dos. Hoy todo el mundo sabe que no hay relación, lo que no evita que haya malentendido consumado y nuevos malentendiditos.

Mis dos acompañantes me esperaron para salir juntos, pero cada uno llegó a su propia conclusión. Entiendo que les gustó la muestra. Mi conclusión se soporta en la exclamación de Breton “La belleza será convulsiva o no será”, recordada por mi colega Guillermo Belaga en su conferencia. Para nuestros fines la reformulo del siguiente modo: La ética lacaniana será la del malentendido o no será. La ética en tanto praxis de la teoría apuesta por cogerle el gusto al malentendido, considerando que respondemos a una ética de las consecuencias y no a la intención de comunicar. Antes de salir de la galería eché un último vistazo… desde la puerta vi unas obras de las que no alcancé a dar cuenta en este escrito. No me malentiendan, no-todo es posible. Lo digo aun contradiciendo el slogan de la moralidad que comanda hoy.

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