Hace unos días el gobierno peruano emitió un comunicado declarando que “reconsidera la participación del Gobierno de Venezuela en la VIII Cumbre de las Américas en Lima”. Dicha declaración se hizo con el apoyo del Grupo de Lima, es decir, la decisión contó con el respaldo de Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Guyana, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú y Santa Lucía. Con todo lo que viene sucediendo en Venezuela pues, ¿qué nos dice esta acción y qué implicaciones tiene?
Frente a la situación venezolana se han discutido cuantiosas posibilidades de acción en no menos foros, sin embargo, ni la intervención política ni la intervención militar parecen ser opciones viables a corto plazo. Es por ello que la decisión del gobierno peruano de retirar la invitación a Nicolás Maduro y la declaración posterior de este de asistir a la Cumbre de las Américas “así llueva, truene o relampaguee” presentan un impasse más en lo que representa un intento de establecer una posición unitaria a nivel regional con respecto a la crisis venezolana.
De la decisión del gobierno peruano penden varias cosas, entre ellas la legitimidad de la susodicha democracia venezolana y la legitimidad del Sistema Interamericano como veedor y garante de la democracia regional.
El rol de la Organización de Estados Americanos ante la crisis venezolana ha sido de silencio durante demasiado tiempo. Almagro ha sido un tanto más vocal que Insulza en cuanto al conflicto político, violencia institucionalizada y crisis humanitaria que se vive en el país venezolano al punto de llegar a llamar a Venezuela una dictadura. A pesar de ello, el rol de la OEA ha seguido siendo bastante limitado.
Maduro no solo ha perdido popularidad en Venezuela sino también fuera de ella. La formación del Grupo de Lima ha funcionado como un baluarte político frente a Nicolás Maduro -una agrupación regional avalada por organismos internacionales que le dan la espalda a Maduro en apoyo al pueblo venezolano-.
Si la visión detrás de la Cumbre de las Américas, celebradas desde 1994, era que estas instancias sirvan para organizar una respuesta verdaderamente integrada a situaciones de importancia regional, está claro que la misma no se ha cumplido. En parte esto se ha dado porque la marea rosa latinoamericana servía de respaldo al gobierno venezolano, pero ahora que la misma se encuentra ‘en retirada’, Maduro cuenta con pocos aliados en la región que además tienen poca influencia regional.
Maduro no solo ha perdido popularidad en Venezuela sino también fuera de ella. La formación del Grupo de Lima ha funcionado como un baluarte político frente a Nicolás Maduro -una agrupación regional avalada por organismos internacionales que le dan la espalda a Maduro en apoyo al pueblo venezolano-.
Si bien, cabe preguntar, cuál es el curso de acción que se está tomando frente a la situación venezolana y si este es el correcto. A Venezuela le han sido impuestas sanciones económicas rigurosas, sin embargo más sanciones no son necesariamente lo mejor, como lo demuestra ampliamente la academia. Estas tienen repercusiones que son sufridas directamente por el pueblo venezolano. Por otro lado el aislamiento político sólo refuerza el comportamiento de quasi estado paria que ha caracterizado a Venezuela durante los últimos años y en países con importantes segmentos de la población ideológicamente comprometida con el proyecto nacional, el aislamiento puede ser sobrellevado como lo han demostrado estados como Cuba, Irán y en un caso más extremo Corea del Norte.
A pesar de que Lenin Moreno ha reconocido que en Venezuela hay “demasiados presos políticos y muchos muertos” tanto él como su canciller han dejado en claro reiteradas veces que no creen en una intervención en lo que denominan los “problemas de otros países”.
Si bien el aislamiento, tanto político como económico, intenta forzar a Venezuela hacia un cambio de dirección lo más probable es que sirva para reforzar la retórica contra hegemónica nacional. Cualquier cambio real en Venezuela debe empezar por aliviar la situación de los venezolanos y ser fruto de un trabajo consensuado entre y con los venezolanos. Asimismo si la OEA quiere permanecer vigente como organismo regional, debe entender la urgencia de acción que reclama la situación venezolana, que va más allá de reclamos y declaraciones, y reconsiderar el rol de varios de sus organismos internos para estos fines.
Llama la atención que el Ecuador, quien ha sido un aliado venezolano en el pasado ha mantenido una posición un tanto indefinida con respecto a Venezuela desde que Lenin Moreno se posesionó como presidente. A pesar de que Lenín Moreno ha reconocido que en Venezuela hay “demasiados presos políticos y muchos muertos” tanto él como su canciller han dejado en claro reiteradas veces que no creen en una intervención en lo que denominan los “problemas de otros países”. Esta posición queda de sobra clara con la negativa ecuatoriana de integrar el Grupo de Lima demostrando que el Ecuador no ha cambiado de dirección en cuanto a su política exterior en relación al caso Venezuela.
Para nosotros los analistas externos no queda más que observar qué decisiones se dan en la próxima Cumbre de las Américas y qué gobiernos reconocen las elecciones planteadas en Venezuela en abril próximo.
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