Con los días transcurridos se ha evidenciado una serie de matices y cambios en todo ese andamiaje político que ahora envuelve como protagonistas principales al partido de gobierno, Alianza País; al actual presidente, Lenín Moreno, y al expresidente Rafael Correa, por los hechos desarrollados alrededor del caso del vicepresidente Jorge Glas, vinculado por la Fiscalía en la investigación sobre los sobornos de la constructora brasileña Odebrecht.
Jorge Glas, que permanece sin funciones por decisión del presidente Moreno y ahora con prohibición de salir del país por orden judicial, ha insistido en su inocencia y ha dicho que el tiempo y la investigación alrededor de su caso demostrará su no participación en los hechos judiciales a los que fue vinculado. Pero a estas alturas, y con todo lo que ha salido a la luz, resulta muy difícil creer en la veracidad de su relato.
La información publicada en varios medios de comunicación, por versión de los propios exejecutivos de Odebrecht y de las autoridades judiciales en Brasil, ha ido hasta cierto punto acorralando a Jorge Glas.
Coidearios suyos, como Ricardo Patiño y Gabriela Rivadeneira, viajaron a Bélgica para hablar con el expresidente Correa con la idea tender puentes con el presidente Moreno, del que se ha distanciado desde su posesión, al parecer con el objetivo de blindar de cualquier investigación al vicepresidente Glas.
El caso de Jorge Glas ayudó a mostrar las costuras del andamiaje de control montado en el gobierno del expresidente Correa, pero también la urgencia de desmontarlo vía consulta popular que sería apoyada por todos los sectores, gremios, partidos y movimientos sociales…
Esto ha dejado, lógicamente, algunas consecuencias. La primera fue la renuncia de Patiño porque el presidente Moreno dejó claro que él nunca autorizó el viaje ni necesitaba de ninguna mediación, pero la principal fue el resquebrajamiento que comenzó a mostrar el partido de Gobierno y el crecimiento de la oposición a la línea dura del correísmo.
El cisma al interior de Alianza País llegó a tal punto que obligó al presidente Moreno a plantear el tema de una posible consulta popular si “alguien quisiera obstruir la verdad o poner en riesgo la institucionalidad del país”. Entre líneas, para evitar la impunidad en la investigación del caso de Glas en las instancias judiciales.
El caso de Jorge Glas ayudó a mostrar las costuras del andamiaje de control montado en el gobierno del expresidente Correa, pero también la urgencia de desmontarlo vía consulta popular que sería apoyada por todos los sectores, gremios, partidos y movimientos sociales que fueron amenazados y perseguidos por el anterior Gobierno. Eso puede explicar, en parte, el importante crecimiento del respaldo al presidente de la República.
Si bien la gente permaneció un poco escéptica sobre la veracidad del enfrentamiento entre el presidente Moreno y el expresidente Correa, porque hasta parecía todo concertado o dirigido a protegerse entre todos los líderes del movimiento oficialista, ahora resulta evidente que el cisma existe y las autoridades judiciales y de control deben estar claros de qué lado están.
Cuando se designó al fiscal Carlos Baca Mancheno se pensó que era un hombre de Correa, y que el objetivo de su nombramiento era garantizar la protección de exfuncionarios que pudieran ser involucrados en actos de corrupción, pero por su actuación en el caso de Jorge Glas se hace necesario asumir que el fiscal va por la línea recta. Las líneas trazadas en el ámbito político y judicial deben ayudar a las autoridades a caminar por la línea recta. No pueden ir ahora por las líneas chuecas.
Todos estos hechos corroboraron lo que se escuchaba antes de las elecciones, desde cuando Alianza País buscaba el binomio presidencial. En los corrillos fue común escuchar que Lenín Moreno no quería a Glas…
El nuevo contralor, Pablo Celi, comenzó a sacar informes que no favorecen al anterior Gobierno. Y los exjueces ya denunciaron la presión que recibían del Consejo de la Judicatura para fallar a favor o en contra en determinados casos que eran de interés del anterior Gobierno.
Todos estos hechos corroboraron lo que se escuchaba antes de las elecciones, desde cuando Alianza País buscaba el binomio presidencial. En los corrillos fue común escuchar que Lenín Moreno no quería a Glas; es decir, las discrepancias al interior del movimiento oficialista comenzaron a darse desde antes de la campaña electoral porque seguramente había información sobre los proyectos en los que se denunciaba sobreprecios y de las personas que comenzaban a ser involucradas.
Información que no trascendía a la opinión pública, pero que debió conocerse en los estamentos del poder, del partido y del gobierno.
El avance de las investigaciones sobre el caso Odebrecht y otras investigaciones ordenadas por el presidente Moreno seguirá poniendo a prueba la solidez del movimiento oficialista, porque ayudará a medir cuantos exasambeístas, asambleístas, exfuncionarios y funcionarios que se han mantenido en el Gobierno estuvieron comprometidos en actos de corrupción.
Habrá que ver quién se queda en ese movimiento cuando se haga, por ejemplo, la auditoría internacional ordenada por el presidente Moreno sobre el estado de los grandes proyectos, en los que hay muchos recursos invertidos con sobrecostos de millones de dólares en relación a las cifras originales. Hay quien ha dicho que lo de Odebrecht fueron solo las propinas.
Entre el año 2014 y lo que va del 2017 la deuda pública creció de forma exorbitante, como el 30% de las deuda acumulada en los diez años anteriores. Dónde están esos recursos.
Además habrá que verificar la calidad de esos grandes proyectos de infraestructura, porque el costo de ese sobreprecio puede revertirse en el ciudadano. Si una central hidroeléctrica iba a costar $100 millones y el Estado terminó pagando $150 millones la única forma que esa empresa pública no quiebre tendría que ser por las tarifas y los precios del kilovatio/hora.
Ahí el Gobierno puede enfrentar serios problemas. ¿Cómo va a mantener los subsidios? La deuda se paga con ingresos y esos se logran con las tarifas. La energía va a costar más porque esos proyectos salieron muy caros.
Y luego habrá que verificar el montaje técnico. Ya hay algunas observaciones bastante serias sobre algunos proyectos emblemáticos del anterior gobierno como la repotenciación de la refinería de Esmeraldas, el poliducto Pascuales-Cuenca.
No hubo un control sobre esos proyectos porque casi nunca se encontró, por el lado de la Controlaría, un mal uso de los recursos públicos. Lo ideal habría sido que esas obras fueran financiadas por organismos internacionales, porque ahí hay un control por etapas para la entrega de los desembolsos. Pero eso nunca ocurrió.
¿A dónde se fueron los recursos de la deuda con China, los de la emisión de bonos? ¿Dónde están los recursos de la deuda con el IESS?
El sinceramiento de estos temas ha dado a Lenín Moreno un amplio respaldo de la opinión pública, un reconocimiento hasta de su estilo de gobierno, por su personalidad sencilla y porque su comportamiento y forma de vida ha sido, a lo largo del tiempo, aceptable.
Ya no son solo actores políticos sino también banqueros, empresarios, sindicatos de trabajadores, movimientos sociales y los propios indígenas quienes cuestionan a los correístas y respaldan al presidente Moreno.
Aunque algún momento habrá que preguntarse por qué fue parte del anterior gobierno y por qué acepto la candidatura por ese movimiento. De ahí que quedará siempre la pregunta de en qué momento se produjo el punto de quiebre con el expresidente. Ese breacking point de aquel 24 de mayo, durante el cambio de mando, cuando Rafael Correa lo abrazaba y todo era felicidad y cordialidad. De ahí para acá ha corrido mucha agua bajo el puente.
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