La Constitución norteamericana, la Bill of Rights, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la revolución francesa, la Constitución soviética, la del Tercer Reich, la de la república islámica de Irán, la de Cuba, la de Venezuela con Chávez, todas, se proclaman democráticas y definen unos derechos civiles. Las constituciones, simbólicas, se anudan en imaginarios diferentes y agrupan colectivos encarnados, de goce, que se enfrentan con otros colectivos. En último término encontramos siempre un biopoder.
La propuesta democrática más cautivante de nuestro tiempo, en nuestra región, es el populismo. Se trata de una práctica de lo que se llama una democracia radical. Ernesto Laclau ha descrito su estrategia general (1). Mediante una Asamblea Constituyente se cambian las reglas de gobierno de tal modo que quede concentrado en la persona del líder. La nueva constitución es un aparato centralizado, biocontrolador y represivo, que como consuelo a las libertades perdidas, es un escaparate de derechos para todos los grupos comprometidos en la alianza electoral. La multitud de Antonio Negri se transforma en el bloque de poder hegemónico de Laclau e instala una nueva clase dominante. En las experiencias nazi y fascista que estudia Nikos Poulantzas había también, transitoriamente, una clase reinante pequeño burguesa. Es el lugar de la facción militar que reina en Venezuela, o de un grupo de intelectuales y burócratas de izquierda en Ecuador.
El estado de derecho en los populismos incrementa el orden, en el binario clásico orden-libertad. Multiplica los artículos constitucionales. La de Ecuador tiene 444 artículos. Es una máquina de hacer leyes y reglamentos como contestación a toda queja histérica.
Los populismos se asientan en geografías y culturas nacionales diversas (ver la importante obra de Robert Kaplan, La Venganza de la Geografía). En otro lugar proponíamos un enfoque geopolítico no generalizador (2). La vía del populismo argentino ha conducido a otras consecuencias que las del venezolano o del ecuatoriano. Dice Lacan que un obsesivo no es igual a otro obsesivo. Los populismos son desiguales, pero combinados. Es decir que se alían, se apoyan, se reúnen, se asesoran y se envían refuerzos humanos, logísticos y financieros.
El estado de derecho en los populismos incrementa el orden, en el binario clásico orden-libertad. Multiplica los artículos constitucionales. La de Ecuador tiene 444 artículos. Es una máquina de hacer leyes y reglamentos como contestación a toda queja histérica. La coerción es paulatina y se acompaña del crecimiento del aparato estatal de vigilancia y castigo. La evaluación, el registro y los informes presionan hacia la máxima universal.
Lacan sentenciaba que el fin de todo poder es el bien, y que por eso el poder no tiene fin. La bondad de los populistas no tiene límites. Suprime y reprime esa paranoia moderada que J-A. Miller demandaba del sujeto para que no quedara capturado en el discurso del Otro bueno.
Los psicoanalistas tenemos que apostar por un orden que se balancee con libertades. No tenemos la receta de las proporciones. En cada lugar hay que hacer propuestas. Ya hemos aludido al malentendido favorable en cuanto a la defensa de una sociedad civil (3). Son las tareas para ZADIG. En Ecuador, y mucho más en Venezuela, es el momento de ayudar a aflojar los lazos de un poder asfixiante.
*Publicado originalmente en el Boletín de la Nueva Escuela Lacaniana
Notas
1) Ver https://dialoguemos.ec/201
2) https://nelguayaquil.wordpr
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