Notoriamente, la decisión de Trump es una medida política que mira casa adentro y responde a su promesa de campaña de “América para los americanos”. Así recibe el aplauso de los votantes de los estados donde se asientan las grandes industrias generadoras de dióxido de carbono, altamente contaminantes para el planeta.
Como argumentos para abandonar el Acuerdo, el mandatario mencionó el alto costo que implicaba para Estados Unidos mantenerse bajo el concepto de “quien contamina más contribuye más” y que el pacto representa un freno a las inversiones en la industria y la generación de empleo en su país. Estos planteamientos han sido criticados y sobre todo cuestionados, especialmente durante el fin de semana, por la prensa de ese país.
Esta decisión, adoptada con una visión nacionalista, tendrá un impacto sobre todo el planeta Tierra, toda vez que Estados Unidos, junto a China, son los mayores emisores de gases de efecto invernadero.
Hay que recordar que de llegar a registrarse un calentamiento mayor al previsto en el Acuerdo, que fue refrendado en la capital francesa por 195 países (con excepción de Nicaragua y Siria), todos estaríamos en graves problemas: los huracanes, las tormentas de nieve, los fenómenos climáticos que golpean tanto al llamado tercer mundo como a las grandes potencias, son una advertencia de que si no moderamos las emisiones contaminantes podríamos acelerar la destrucción del planeta con la consecuente extinción de especies a mayor velocidad.
Los seres humanos tenemos que poner el equilibrio: la reducción de las emisiones de dióxido de carbono es un tema vital, pese a que este asunto no consta entre las prioridades de la agenda de Trump, lo cual resulta inadmisible.
Una renegociación del acuerdo –que fue mencionada también desde la Casa Blanca- es muy complicada, porque llegar al actual tomó mucho trabajo y, lo más importante, tiene amplia aceptación. Sin embargo, no está dicha la última palabra, ya que hay organizaciones civiles y de defensa de la naturaleza que son muy fuertes en los Estados Unidos, sin contar que no toda la clase política de Washington está de acuerdo.
La política es un juego de intereses y dentro de año y medio aproximadamente, Trump pudiera enfrentar un escenario que obligue a replantear sus prioridades, como son las elecciones legislativas (actualmente hay control republicano en la cámara) y, más adelante, incluso su propia reelección presidencial.
Con la decisión tomada por Trump, Estados Unidos ha puesto a China como el país contaminante dispuesto a asumir sus responsabilidades, ya que sí está inclinado a apoyar esta iniciativa ambiental, y seguramente tratará de aprovechar esta ventaja.
Si cumple el acuerdo puede ganar la simpatía de muchas naciones y extender su influencia, en aras de ser un contrapeso cada vez mayor a la hegemonía estadounidense.
En este mundo tan complejo, el liderazgo de una nación no es proporcional a la reducción de los gases contaminantes. Lamentablemente, el liderazgo se mide por quién tiene más tecnología, más poderío militar, quién puede imponerse en ciertas circunstancias. Bajo esos parámetros, Estados Unidos aún es la mayor potencia. El tema ambiental, que debería preocupar a todos los países, sin excepción, aún no logra posicionarse como el primero de la agenda. Por eso es tan importante el Acuerdo de París.
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