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Donald Trump, la reacción a la corrección: una conjetura lógica lacaniana

Antonio Aguirre Fuentes (+)
Universidad Católica de Santiago de Guayaquil
viernes, febrero 10, 2017
  Donald Trump es el representante de la reacción a lo que se ha constituido en una corriente poderosa y que se puede llamar “la corrección política”. Más que nunca es urgente entender lo que es la política, separada de la militancia partidista, de la incitación y la propaganda que en todos los bandos prospera, […]
Tiempo de lectura: 4 minutos

 

Donald Trump es el representante de la reacción a lo que se ha constituido en una corriente poderosa y que se puede llamar “la corrección política”. Más que nunca es urgente entender lo que es la política, separada de la militancia partidista, de la incitación y la propaganda que en todos los bandos prospera, arrastrando a unas masas pasivas hacia la furia destructora y apocalíptica. La xenofobia, el racismo, el odio al Otro diferente no se alojan sólo en Occidente. Están perfectamente balanceados por el odio recíproco, igualmente racista, intolerante, represivo, brutal,  que viene de lo que se considera el campo de los pueblos oprimidos, que siempre están dirigidos por gobiernos y organizaciones manipuladoras y explotadoras de la pobreza. Inútil sería hacer malabares históricos para encontrar un malo original. El Mal está en lo humano, en la rivalidad intrínseca de cada grupo con el Otro.

He llegado tarde a la obra de Leo Strauss. Su enseñanza en este momento de la vida política global es de suma trascendencia. Porque ciertamente estamos entrando a una nueva era de convulsiones sociales a escala mayor. Creer que apelar a los procesos democráticos, entendidos como voluntad mayoritaria, es el camino de resolver las cosas deja sin respuesta un dilema mayor: ¿son razonables las mayorías?

La tradición del pensamiento en Occidente para Strauss tiene dos raíces heterogéneas, incompatibles: la filosofía griega, Atenas, de un lado, y del otro, la fe de la Biblia, Jerusalén. En esa tensión reside la vitalidad del pensamiento occidental (ver Leo Strauss, El renacimiento del racionalismo político clásico). Con la modernidad – en las corrientes poderosas de la ciencia , la producción capitalista y la democracia urbana- la tradición se ha visto remecida y aplastada.

Los capítulos más recientes de esta modernidad -que se rebautizan “postmodernos” y que Leo Strauss preferiría llamarlos nihilistas- , empiezan en el período de los 50-60, o sea en la posguerra. Los temas de la gran rebelión, que se expresó mundialmente en los célebres “sixties”, son los que, décadas más tarde, asumimos como la moral imperante, o como se lo denomina, lo “políticamente correcto”.

Es difícil elegir pocas palabras para resumir el espíritu de la época. Pero para empezar reconocemos al menos dos: igualitarismo y pluralidad. Están en la vida cotidiana, en los foros intelectuales, en los medios, y por supuesto el poder los usa, en todas partes, como propaganda y justificación de sus acciones.

Pero estos axiomas morales están en contradicción, en un equilibrio inestable, entre un orden que define un “para todos”, versión estatal del igualitarismo, y un mundo de pluralidades, variaciones,  libertades y derechos civiles, conductas diferenciadas y particulares. Un régimen estatal trabaja permanentemente en lograr la convivencia de lo igual para todos y lo que conviene sólo a los grupos. Esa convivencia implica la paz, el orden, la seguridad general. El trabajo de un régimen  es en último término policíaco, pero siempre se sostiene sobre una base simbólica, que cada sujeto interpreta en su imaginario.

En las sociedades occidentales la estructura simbólica del poder se presenta más o menos agujereada. Esto no es por casualidad sino por un principio constitucional. Hay espacios donde se alojan personas y grupos críticos, contestatarios, disidentes, anarquistas, revolucionarios, extremistas o simplemente extranjeros, extraños. Allí ha estado y está la izquierda marxista, y ahora hay un nuevo y disperso habitante: los islámicos con diverso grado de radicalidad y violencia, viviendo en medio de una creciente inmigración musulmana.

Jacques Lacan, psicoanalista, en una entrevista conocida como Televisión (se la encuentra editada y en YouTube) responde a una pregunta de Jacques Alain Miller: ¿profetiza el ascenso del racismo? Contesta que si tenemos a un Otro para situar nuestro goce es sólo a condición de estar separados, de no mezclarnos. Los occidentales podemos tener fantasías “orientales”, los de oriente pueden fantasear con el pecaminoso y prostituido Occidente. Cuando estamos muy próximos el marco fantasmático se rompe y explota la obscenidad y la culpa violenta. Eso hace recuperar a Dios su fuerza, haciéndolo existir , retornando a “su pasado funesto”, el pasado de las guerras religiosas y las hogueras. Lacan no es profeta, es lógico.

Concibamos las crisis de hoy con el paradigma moderno: entre el orden y la libertad hemos elegido tendencialmente este extremo, llegando hasta lo que Strauss denomina “libertinaje”. La permisividad actual tiene como sombra un imperativo tiránico inconsciente que empuja al sacrificio y la muerte. La multitud que lucha contra Trump ha reunido a los libertinos anarquistas del Black Block con los militantes del dogma islamista, juntando entre ellos a muchos grupos raciales, de minorías, de libertades civiles .  Cada grupo conserva sus intereses y proyectos, que son agudamente antagónicos entre sí , pero que han sido diferidos. Del otro lado, el que apoya a Donald Trump, se ha formado una fuerte reacción, que tiene en su mente las imágenes del 11 de septiembre del 2001, y que hoy se reafirma en sus temores por las guerras brutales en Medio Oriente y África, por la atroz represión de los talibanes en Afganistán y del régimen de los ayatolas en Irán, por las luchas de los carteles criminales de México, por los desafíos de los regímenes populistas autoritarios y canallas de América Látina, que se sostienen en el histórico sentimiento “antiyanqui” de las masas. No mencionamos la cuestión del déficit comercial o la crisis laboral, que merecen otro abordaje.

El dilema político actual es también moral. Concierne a una política de los goces incompatibles. En los choques culturales venideros se mostrarán tanto las virtudes de la moderación y de la valentía, como los excesos de una barbarie asesina y cruel. La paz a cualquier precio no es ni posible ni deseable. La guerra tiende, sin una dirección política, a convertirse en masacres y violaciones. Donald Trump está en la encrucijada y puede efectivamente hacer algo valioso por los norteamericanos, si no resbala en la prepotencia. Los ciudadanos del mundo tendrán que meditar en sus decisiones, con la balanza de las luchas en la Antigua Grecia: los principios de un lado, los intereses del otro. Muchas veces una decisión moral no está en escoger entre lo malo y lo bueno, sino entre lo malo y lo peor.

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