Guayaquil vive un momento cultural bastante interesante, con muchas ofertas nucleadas alrededor sobre todo de emprendimientos individuales. Son promotores que están generando cosas, propiciando espacios teatrales, literarios… Ahí están la Poup-Up Teatro, Casa Morada y Palabra.Lab., entre otros. Son espacios que surgen desde la alternativa, de promotores que han hecho un trabajo silencioso, pero no son visibilizados en los medios tradicionales porque en su mayoría no les resultan interesantes.
Esto podría deberse a situaciones muy peculiares: talentos emergentes con propuestas no comerciales, falta de vínculos con las “figuras de farándula” y por consiguiente desligados de los chismes de la prensa rosa. Desafortunadamente, si observamos los medios vemos que pesa más la condición farándulesca que el verdadero talento.
Ahora es interesante ver cómo los espacios culturales en Guayaquil comienzan a surgir al margen de los medios tradicionales. Y lo más importante es que han logrado conseguir su propio público. Los diferentes espacios para las propuestas de micro teatro son una muestra de esto. Paralelamente está todo el trabajo que hace el Teatro Sánchez Aguilar por promover nuevas iniciativas. Eso ha sido muy importante para la ciudad. Igual lo que se hace desde el Centro de Arte, aunque ya son espacios más grandes, pero su influencia se ha dejado notar.
Pero volviendo al tema de los promotores independientes hay que destacar el trabajo de Paulina Briones con la Casa Morada, el de Adelaida Jaramillo con Palabra.Lab, en la promoción literaria. Reicardo Verasteguí, un joven actor con una sólida carrera teatral, impulsó con el apoyo de su familia el Pop-up teatro. Hablamos de promotores que empiezan a crear desde sus propios esfuerzos, que están trabajando seriamente en la promoción de nuevas propuestas culturales.
Un gran aliado de estos nuevos promotores, sin duda, han sido las redes sociales. En la redes se conoce qué está pasando. La gente entra y se informa y divulga el trabajo que hacen. Ayudan a visibilizar los nuevos espacios donde ver teatro, donde intercambiar libros.
Pero ahora es necesario dar un espaldarazo a esos promotores y para eso hacen falta dos cosas: que la empresa pública y privada decida apoyarlos y que los medios tradicionales se ocupen de algo más que la farándula. Se ocupen de visibilizar un trabajo que atrae a nuevos públicos.
Es evidente que hay mucha gente joven tratando de promover la cultura en Guayaquil. La frescura y la constancia son sus características. Tienen un discurso estético que se escapa un poco de los paradigmas tradicionales y que empieza a promover nuevos lenguajes y, obviamente, a crear nuevos públicos.
El Altillo, por ejemplo, es un lugar de promoción cultural que ha aparecido hace poco, donde se hace teatro experimental, obras de formato de micro teatro. Es decir, hay variantes nuevas que empiezan a funcionar y nuevos lenguajes que llaman la atención, nuevas formas de entender el arte, nuevas maneras de comprenderse o de entenderse con el público.
Los promotores culturales emergentes son muy constantes, muy esforzados y son profundamente comprometidos con lo que quieren hacer, pero muchas veces deben hacer esfuerzos titánicos porque no hay las políticas públicas que incentiven el apoyo de la empresa privada a este tipo de proyectos, a estas nuevas iniciativas culturales en la ciudad.
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