Hay algunas situaciones que ocurren normalmente en tiempos electorales. La primera es la inauguración de la obra pública que el Gobierno de turno ha ejecutado en los años anteriores y se concreta en el último año de mandato, el año electoral. Eso también produce un efecto dominó en la economía, porque hay un repunte de negocios como el de la publicidad y otros relacionados con el proselitismo político. Eso da la sensación de una pequeña bonanza en la economía.
El año electoral reactiva los sectores que producen camisetas, banners, vallas, las imprentas, los negocios de comida, los buses que se alquilan. Todos esos sectores que acompañan a una campaña política proselitista comienzan a vivir una especie de alivio. Hay también un efecto en el subempleo porque hay personas que se adhieren a los partidos suelen recibir algún incentivo por ser promotores, por recoger firmas.
Pero todo ese dinero no será reinvertido en la economía porque hay muchos empresarios de esos sectores que tienen cuentas por pagar. Con esos ingresos seguramente harán lo que cualquier empresario haría: sanear sus finanzas internas, pagar a sus proveedores y si les queda algo guardarlo para cualquier emergencia. Es un dinero, básicamente, para pagar deudas y guardar para la incertidumbre que se viene.
Dada la iliquidez que existe esa pequeña bonanza, sin embargo, sí compensa un poco los tiempos de vacas flacas que hemos vivido, aunque ahí viene la contrapartida. Si nosotros analizamos el déficit público o el resultado fiscal previsto para este año, según las cifras de la misma Cepal, podremos notar que la brecha fiscal sigue aumentado, porque para inyectar liquidez a la economía el Gobierno ha tenido que recurrir al endeudamiento.
¿Eso qué significa? Hemos contraído nuevas obligaciones, que debemos cumplir, pero las cuentas fiscales igual no cuadran porque el déficit sigue creciendo. Por ejemplo, si vemos desglosadas esas cuentas fiscales del Gobierno Central, como propone la Cepal, vemos como suben los intereses de la deuda pública y otros gastos.
Eso significa que en el mediano plazo gran parte del Presupuesto del Estado tendrá que financiar el pago de intereses de la nueva deuda externa, que ya no alcanza porque hay también un incremento de la deuda interna. Una evidencia de esto es el anuncio realizado por el ministro de Finanzas. Hace unos días dijo que para pagar las deudas atrasadas con los Gobiernos Autónomos Descentralizados está usando algo de efectivo, pero el resto son títulos valor.
Yo puedo utilizar esos papeles para pagar impuestos u otras obligaciones con el Estado, pero jamás nada va a sustituir al dinero contante y sonante. Un ejemplo: Yo tengo mi negocio y por la venta de determinada mercadería me pagan con un cheque. Mientras el cheque no se haga efectivo yo no tengo dinero. Igual, si mi plata sigue en inventarios, porque no he podido vender la mercadería yo no voy a tener efectivo. La economía se mueve por la circulación del dinero en efectivo.
El aumento del gasto público es una forma de tratar de reactivar la economía. Eso cambia, por ejemplo, la previsión de crecimiento. Según las estimaciones del Banco Central, el país va a tener un crecimiento del 1,4% este año, cuando las previsiones de la Cepal era de un decrecimiento de alrededor del 2%.
Esto a claras cuentas puede crear cierto espejismo de que estamos saliendo de una recesión, pero la bonanza es un efecto de corto plazo, más no de mediano plazo.
Los efectos en el mediano plazo los vamos a sentir cuando termine esta campaña, porque todos sabemos que cuando se posesione un nuevo Presidente tendremos que esperar por lo menos 100 días para saber en qué situación encontró el país y cuáles son las medidas económicas que va a dictar para sus cuatro años de Gobierno.
Por eso el año de transición es también un año en el que los inversionistas privados, de cualquier sector, no arriesgan nada ni planifican nada a la espera de saber qué va a pasar. Es decir, la bonanza no contagia a todos los sectores. Los sectores que interesan en una economía que se recupera, los de la construcción y el comercio, siguen estancados. Y el primer indicador de una recesión o de la salida de la recesión en un ciclo económico es el la construcción, que va de la mano del comercio.
En un año electoral el empresario deja de invertir, deja de endeudarse, minimiza los inventarios, ofrece menos hasta saber qué va a pasar. Es decir, el Gobierno comienza a gastar más para inaugurar obras, mientras gran parte del sector privado está paralizado en materia de inversiones.
Todos empezarán a decidir a partir del tercer trimestre o cuarto trimestre de este año. Antes no porque las elecciones terminan en febrero, el nuevo Gobierno se posesiona en mayo y deben pasar al menos casi cuatro meses para revisar las cuentas fiscales y anunciar sus medidas económicas. Es decir, recién en septiembre se podrá conocer el rumbo que tomará la economía.
Los empresarios en estos meses siempre valoran tres escenarios: el positivo, el realista y el peor ambiente de negocios posible para poder tomar sus decisiones y proyectar sus inversiones con vistas al 2018 y a lo que queda de este año.
En el escenario positivo el Gobierno llega y adopta medidas inmediatas para promover el empleo y la producción. En el realista, el nuevo Presidente llega, examina qué pasa con las cuentas públicas y tal vez primero decida adoptar medidas de ajuste, pero para sanear las finanzas públicas y no necesariamente para reactivar la producción de inmediato.
Las reuniones entre el nuevo Gobierno y los empresarios van a ser vitales en este año de transición. Los empresarios están en la obligación de dar insumos para que el Ejecutivo pueda tomar decisiones a nivel macroeconómico que apunten a reactivar el aparato productivo y generar empleo.
Es por eso que la iniciativa de la Cámara de Comercio de Guayaquil, el debate con los candidatos presidenciales, va a ser muy importante para que los empresarios y los ciudadanos tengan una idea clara de a dónde vamos.
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