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Los funerales de la Mamá Grande

Juan Tibanlombo (+)
Dialoguemos EC
martes, noviembre 29, 2016
Donald Trump ha amenazado con revisar el acuerdo de Estados Unidos con Cuba si no beneficia a los cubanos. Lo ha hecho en su primera alocución en la red social Twitter después de lanzar una de las más duras necrológicas contra el hombre que ha mantenido a Cuba bajos sus dominios y los de su […]
Tiempo de lectura: 2 minutos

Donald Trump ha amenazado con revisar el acuerdo de Estados Unidos con Cuba si no beneficia a los cubanos. Lo ha hecho en su primera alocución en la red social Twitter después de lanzar una de las más duras necrológicas contra el hombre que ha mantenido a Cuba bajos sus dominios y los de su familia por más de 50 años.

Trump, es claro, difícilmente cumplirá su amenaza. Desde la apertura anunciada y concretada por Barack Obama muchas empresas han hecho sus apuestas por la isla. Estados Unidos tiene mucho más que ganar con la apertura de las fronteras. Y Trump lo sabe, sabe de negocios, porque difícilmente conoce a los cubanos, a una que Cuba se apresta a los más grandes funerales de la isla, los de Fidel Castro. Algo así como los funerales de la Mama Grande, una obra de uno de sus más grandes admiradores, Gabriel García Márquez.

La historia de María del Rosario Castañeda y Montero, mejor conocida como la Mamá Grande, dueña y soberana absoluta del pueblo de Macondo.

Nadie vio la vigilante sombra de gallinazos que siguió al cortejo por las ardientes callecitas de Macondo, ni reparó que al paso de los ilustres éstas se iban cubriendo de un pestilente rastro de desperdicios. Nadie advirtió que los sobrinos, ahijados, sirvientes y protegidos de la Mamá Grande cerraron las puertas tan pronto como sacaron el cadáver, y desmontaron las puertas, desenclavaron las tablas y desenterraron los cimientos para repartirse la casa. Lo único que para nadie pasó inadvertido en el fragor de aquel entierro, fue el estruendoso suspiro de descanso que exhalaron las muchedumbres cuando se cumplieron los catorce días de plegarias, exaltaciones y ditirambos, y la tumba fue sellada con una plataforma de plomo. Algunos de los allí presentes dispusieron de la suficiente clarividencia para comprender que estaban asistiendo al nacimiento de una nueva época. Ahora podía el Sumo Pontífice subir al Cielo en cuerpo y alma, cumplida su misión en la tierra, y podía el presidente de la república sentarse a gobernar según su buen criterio, y podían las reinas de todo lo habido y por haber casarse y ser felices y engendrar y parir muchos hijos, y podían las muchedumbres colgar sus toldos según su leal modo de saber y entender en los desmesurados dominios de la Mamá Grande, porque la única que podía oponerse a ello y tenía suficiente poder para hacerlo había empezado a pudrirse bajo una plataforma de plomo. Sólo faltaba entonces que alguien recostara un taburete en la puerta para contar esta historia, lección y escarmiento de las generaciones futuras, y que ninguno de los incrédulos del mundo se quedara sin conocer la noticia de la Mamá Grande, que mañana miércoles vendrán los barrenderos y barrerán la basura de sus funerales, por todos los siglos de los siglos“.

Una historia comienza a enterrarse en Cuba, con unos funerales que se antojan grandiosos como los de Evita, pero también miserables.

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