Era un triunfo asegurado. El descenlace previsto de un guión escrito de antemano. Lo que antes buscaba con las armas, ahora lo hace con el control de todos los resortes del poder para sacar de las elecciones a los principales opositores, unidos en la Coalición Nacional por la Democracia, y descartar a los observadores internacionales.
El excomandante Daniel Ortega, exlíder de la revolución sandinista, ha inaugurado una nueva dinastía en Nicaragua -que nada tendría que envidiar a la dinastía Somocista que tanto combatió-, la de él y su esposa Rosario Murillo, la poetisa que en sus discursos solo ve un país próspero, cristiano, lleno de paz, en el que todas las personas viven en hermandad y armonía. Y en el que solo Ortega y ella pueden hacer frente a cualquier catástrofe natural.
Las elecciones del último domingo ha mostrado a la pareja tal cual es, esclava de una ambición sin medida, que ha impuesto la reelección indefinida siguiendo a pie juntillas el guión del Socialismo del Siglo XXI.
Las elecciones del domingo ha mostrado a una pareja que no ha escatimado en recursos públicos para pervertir el sistema democrático, convertido en una caricatura del excomandante y de su “eternamente leal compañera”, que ha fundido a Dios, la felicidad y el Socialismo, con nuevos aliados como la Iglesia y el capital.
El domingo la pareja ha visto como un nuevo milagro se ha materializado, uno igual o más perverso incluso que el de 2011, cuando Murillo anunciaba como milagro, entre comillas, el nacimiento de un bebé de una niña de 12 años, embarazada por una violación. La salud de la niña estuvo en riesgo, pero las autoridades se negaron a aplicar un aborto terapéutico, convertido en ilegal en 2006, con votos del Frente Sandinista.
“Dios nos sigue bendiciendo con prodigios, milagros en esta Nicaragua llena de fe. El nacimiento de esta criatura es un milagro, un signo de Dios”, dijo Murillo en esa ocasión. La perversión del milagro y la democracia.
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