Fidel muere a los 90 años, rodeado de amorosos privilegios. El Che Guevara, en 1967, murió a los 39. Cuando éste fue capturado y fusilado, junto a la guerrilla en Bolivia, sentí una admiración solemne, aun si todavía no me enfilaba en la doctrina.
No siento nada por Fidel. No fui de sus partidarios. Yo tuve otras afinidades revolucionarias, de las que también me he separado.
La muerte no nos dice nada, y por ello podemos soñar con trascendencias, anhelar posteridades, esperar la absolución del cielo o de la historia. Y aquí está lo siniestro, en la promesa de – como decía el mismo Che – ir a la búsqueda de otros cantos de guerra y victoria.
El mundo comunista ya no existe. El hermano Raúl maniobra y maquina una mísera supervivencia de los privilegios. La muerte de Fidel no producirá un milagro, como tampoco los asesinos del Zar Alejandro II produjeron la liberación de los siervos en la Rusia de 1881.
Con Fidel en la paz de los muertos a los cubanos les toca la parte dura de la vida. Pero ya están acostumbrados por casi 60 años de socialismo.
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