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El paisajismo urbano y la identidad florística de Guayaquil, en un libro

Martha Natalia Molina Moreira
Universidad de Especialidades Espíritu Santo
jueves, julio 21, 2016
Nací y crecí rodeada de un bosque húmedo en El Carmen ‘La puerta de oro de Manabí’, las grandes palmeras de pambil y una gran laguna cristalina verde por el reflejo de la frondosa vegetación sobre el agua. Era lo primero que veía frente a la ventana de mi casa y quizá por este fresco […]
Tiempo de lectura: 4 minutos

Nací y crecí rodeada de un bosque húmedo en El Carmen ‘La puerta de oro de Manabí’, las grandes palmeras de pambil y una gran laguna cristalina verde por el reflejo de la frondosa vegetación sobre el agua. Era lo primero que veía frente a la ventana de mi casa y quizá por este fresco recuerdo me causó gran impresión el manglar y el bosque seco cuando vine a Guayaquil, en mayo de 1991 para estudiar biología. Recién graduada de guía profesional de turismo, tomé el primer curso para guías de Cerro Blanco que se inauguró en septiembre de ese año y luego el de guías del Jardín Botánico.

Era la época seca, los árboles tenían flores y frutos todos nuevos para mí. Quería saberlo todo. Empecé a colectar hojas, flores y frutos, les ponía los nombres comunes y científicos, hasta que poco a poco aprendí a reconocer la mayoría. Este bosque era perfecto para mí, no encontraba orugas -a las que les tenía fobia- pero no fue lo mismo en la época de lluvia. Los hermosos colores marrones rojizos de las hojas secas, las flores y frutos con texturas de terciopelo o leñosas de forma capsular empezaron a convertirse en un denso follaje, el suelo empezaba a incorporar toda la materia orgánica a su ciclo de nutrientes y el bosque se llenó de agua y de insectos. Parecía que todo lo aprendido desapareció con el color, pues ahora todo era verde claro o verde oscuro y aparecieron las orugas, que luego estudié para vencer mi fobia, después que comprendí que se convertían en mariposas.

Pasaron los años, cada árbol es como la hoja de un gran libro que aún no termino de leer, pero considero que puedo compartir lo aprendido en este bosque seco y en el manglar, más aún después de haber tenido la oportunidad de dirigir por seis años la restauración de estos bosques en el Parque Histórico Guayaquil.

Árboles de Guayaquil es una pequeña muestra de los árboles más comunes que forman parte del ornamento de la ciudad. Este libro está dirigido a los guías de turismo de Guayaquil, quienes me pidieron en varias ocasiones que lo escribiera; a mis estudiantes de botánica y manejo de flora de Ciencias Ambientales; también a quienes tienen la labor de diseñar áreas verdes; a quienes tienen vivero; a los clubes de  jardinería y bonsái; pero sobre todo a quienes toman decisiones sobre la construcción del paisaje urbano.

Esta obra tiene como finalidad mostrar datos descriptivos e ilustrar con fotografías las especies arbóreas endémicas, nativas e introducidas, que se pueden encontrar en las áreas verdes de la ciudad, para que el lector pueda reconocer las especies que deben ser parte de su identidad florística, para fomentar y promover el incremento de especies nativas y endémicas en la ciudad, y ya que  Guayaquil es modelo en áreas verdes para otras ciudades, estas también incorporen su flora característica como parte de su identidad.

EL Bosque Seco Tropical presente en la Cordillera Chongón Colonche y en los Cerros de Churute, mantienen el paisaje que debió tener Guayaquil en sus inicios en las áreas de tierra firme, aunque gran parte de la ciudad creció desplazando el manglar, que ha sido rellenado para dar paso al acelerado desarrollo urbano, Guayaquil, conserva árboles nativos en sus parterres, parques y ciudadelas, muchas de las cuales tienen nombres de árboles como Los Ceibos, Los Cedros, La Saiba, Samanes, Guayacanes, Guasmo; al igual que varias de sus calles, como Bálsamos, Jiguas, Ficus, Laureles y mantiene remanentes de su manglar original en las riberas del Estero Salado en Urdesa, Miraflores, Ferroviaria, Kennedy Norte, Isla Trinitaria y otras.

Los árboles introducidos también han sido parte del paisaje urbano de Guayaquil por varios años, algunos ya son centenarios como los árboles de Ficus nitida del Parque Seminario. Es importante comprender que muchas especies fueron traídas a América desde las épocas pre hispánica y colonial, desde entonces son parte de nuestra historia y de nuestro diario vivir como el café.

En las últimas décadas la introducción de especies ornamentales ha sido notable, por esto es necesaria una revisión de la flora de Guayaquil que inició con la Expedición Real Audiencia de Quito del español navarro Juan José Tafalla Navascués entre 1799-1808, con la valiosa producción de la FLORA HUAYAQUILENSIS que consta de 544 especies, la cual permaneció desconocida por casi 200 años, hasta que en 1985 fue descubierta e identificada por el médico de Tabacundo, Eduardo Estrella Aguirre, quien dedicó cuatro años a esta importante investigación para el Ecuador, en el Real Jardín Botánico de Madrid. La primera edición se publicó en 1989 en España y la segunda edición en 1995 impulsada por Arcadio Arosemena Gallardo, siendo director del Jardín Botánico de Guayaquil.

Así empezó la historia de nuestras especies florísticas y ha continuado con las publicaciones de importantes investigadores como la doctora Flor de María Valverde, que en agosto de 1978 colectó en Cerro Azul el castaño un árbol endémico de la costa ecuatoriana que en su honor tiene como nombre científico Terminalia valverdae A. Gentry 1981.

Este libro está organizado por Ordenes y Familias Botánicas, según la clasificación del Grupo para la Filogenia de Angiospermas (plantas con flores) conocida como APG III por sus siglas en inglés (Angiosperm Phyllogeny Group) y para facilitar la búsqueda se adicionó un índice con nombres comunes.

Estaré feliz si este libro es el inicio de una visión hacia un paisajismo urbano que nos de identidad florística y en pocos años Guayaquil llegue a tener más árboles endémicos y nativos en las áreas verdes que quedan por implementar, como en el nuevo aeropuerto y los avances de la regeneración urbana. Me imagino un espacio lleno membrillos luciendo sus fragantes y grandes flores rosadas entre agosto y octubre, una ciudad con un bosque “amarillo” lleno de guayacanes, moyuyos, bototillos, amarillo, cascol, seca y otras especies con flores amarillas, un arboretum donde nuestras especies endémicas como beldaco, castaño, colorado, junto con las nativas ceibo, balsa, pigio, chirigua, caoba, huasango, palo santo, palo de vaca entre otras, muestren el esplendor y la fragancia de este bosque seco desconocido junto a la sucesión de su manglar. Esta y las siguientes generaciones deben redescubrir en sus áreas verdes al gran Guayaquil que creció sobre el manglar y el bosque seco tropical en “la patria de las plantas raras”.      

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