El Festival camina temáticamente de la mano de la realidad. ¿Cómo se organizó la selección de esta edición?
La programación llega por dos caminos. Uno: la inscripciones que hacen los propios cineastas, cuyas películas son la gran mayoría. Y dos: los autores a quienes invitamos directamente, con obras que están en festivales y son de estreno reciente. Y cada año hay una serie de temas que se vuelven preponderantes y desde que empezó la Primavera Árabe, hace ya más de cuatro años, las migraciones y el refugio vienen siendo el tema. Por eso abriremos esta nueva edición con una cinta emblema de este tema: Fuocoammare, del italiano Gianfranco Rosi, un documental sobre Lampedusa. No es un reportaje o una investigación sobre el fenómeno migratorio, sino una mirada sensible sobre las relaciones entre los que llegan y los que reciben. Por encontrarse en el Mediterráneo, es una isla que durante 20 años recibe gente y sus pobladores mantienen su cotidianidad siempre en relación con ese tema. Entonces de alguna manera nosotros nos podemos ver en los habitantes de Lampedusa.
¿La interculturalidad como paraguas frente a las miradas de coyunturas?
De por sí, la diversidad de propuestas del festival te invita a eso. Son 34 países productores de las cintas que vamos a mostrar. Por ello, el documental te permite mirar un poco más allá de la coyuntura. Hace tres años, por ejemplo, presentamos Returns to Holms y ahora tenemos A syrian love story, que es una película muy intensa sobre una pareja cuya historia nació en una cárcel de prisioneros políticos y que se prolonga durante los avatares de la guerra y el exilio.
Los grandes discursos aterrizados en la vida de una pareja…
Sí. De hecho tenemos una sección que se llama De dos en dos, que son historias de parejas: hermanos, madre-hijo, gente que se acompaña, con películas que ponen énfasis en relaciones de dependencia o de mutuo apoyo.
Para la edición anterior miraron 400 películas de cara a la selección. ¿Esta vez?
María Campaña, que es parte del equipo, me dijo que se miraron y comentaron 500 películas. Entonces se producen debates, hay opiniones en contradicción y es la parte más rica del proceso. En el equipo están, entre otros, Alfredo Mora, Albino Fernández, Orisel Castro, York Neudel, Daniel Avilés, Jorge Flores, Raquel Schefer… En fin, gente que hace o enseña cine, gente vinculada con la Maestría de Antropología Visual de Flacso, y también gente vinculada con la literatura.
En alusión a la sección De dos en dos, ¿cómo esa propuesta conversa con la cotidianidad que afrontó el equipo de los EDOC de cara a una edición que se llega a dar por demanda de un público que ha madurado con ustedes?
Sí: esta edición se hace por exigencia del público. Una exigencia fraterna. Estábamos en un punto de desfallecimiento y la respuesta del público fue muy motivadora para todos. Entonces esta edición se ha hecho a pulso. Y uno da mucho más de lo que recibe porque al final la recompensa es mayor: lo que provoca como fenómeno social un festival.
El 29 de febrero emitieron una carta pública anticipando la posibilidad de que este año no se realicen los EDOC. ¿Qué discusiones y tensiones hubo en el equipo antes de publicarla?
Bueno… ¿qué hacer? Había compañeros que planteaban no hacer la décimo quinta edición, sino simplemente una inauguración y una clausura y dejar este hecho como un manifiesto. Desde un punto de vista práctico había también la decisión de hacer un festival con menos funciones solamente en la sala Ocho y Medio de Quito. La pregunta era: ¿qué mensaje dar a la colectividad, a los políticos?
Un mensaje que provoque y sacuda…
Exacto: que sacuda. Pero de por medio el Municipio de Quito ratificó su apoyo, entonces había un fondo disponible. No hacer el festival, a pesar de este fondo, nos parecía una actitud con cierta arrogancia, porque la idea que se impuso en la sociedad ecuatoriana era que, independientemente de quien sea la culpa, estábamos en crisis y había que acoplarse a ella.
Pero eso puede lucir a pretexto…
Sí, a un pretexto para aceptar que no haya políticas para la cultura, que es lo que nosotros dijimos en nuestro manifiesto. No queríamos que dicho manifiesto sea visto, en la polarización que vive Ecuador, como un repudio a un Gobierno incompetente en materia de cultura y como una alabanza a una Secretaría de Cultura del alcalde Rodas que estaba mostrando cierta consecuencia con el festival. Esa lectura nos habría parecido muy fácil. Entonces es muy complicado escribir en el país un manifiesto que no sea visto así. Y lo que hicimos, en efecto, fue señalar que hay una falta de políticas y yo ahora lo ratifico: la designación del noveno ministro de Cultura es la admisión de un fracaso en materia cultural. El hecho de que la sala de cine MAAC de Guayaquil esté cerrada es escandaloso desde cualquier punto de vista. Hay menos salas de cine arte hoy que hace 10 años. Estoy tomando apenas un indicador, pues el cine es el arte contemporáneo por excelencia y toda política cultural exitosa comienza por diversificar la oferta cultural cinematográfica. Pensemos en la misma Venezuela, para hablar de socialistas del siglo XXI: la Cinemateca abrió 200 salas. Una afirmación contundente de una política.
En ese contexto ¿qué pedagogía llega desde la ciudadanía que demandó el festival y que, entre otros aspectos, logró reunir más de USD 18 000 en aportes?
USD 18 700 a mí me parece bastante. Y la mayor pedagogía: que el festival tiene que hacerse porque es un deseo ciudadano. No es un negocio. Es un hecho político y social. Por eso sentimos la responsabilidad de seguir haciéndolo. Quienes lo continúen haciendo en el futuro tendrán que encontrar las maneras de financiarlo cada vez mejor.
El sector público tiene una clara responsabilidad…
Exacto: yo pienso que tiene que ser con el sector público porque tiene su responsabilidad. Pienso asimismo que si una parte de los espectadores pueden pagar más también lo tienen que hacer para que exista el festival. Ahora aquí hay un tema que no se ha debatido lo suficiente y es el de la ley de Cultura y principalmente sobre la gestión y el financiamiento del sector. La cultura ha venido siendo una moneda de cambio clientelar y menor, porque el poder piensa que el fomento cultural no es rentable políticamente. Y espero que nunca lo sea. Pero el Estado no puede ser competidor de los gestores culturales. Y del otro lado, el sector privado no puede medir el apoyo a la cultura en términos de mercadeo, rentabilidad y posicionamiento de marca.
¿Qué incidencia tiene en el festival la tarea colectiva de responder socialmente tras el terremoto?
Vamos a tratar de que el festival sea en Quito un espacio de encuentro de los grupos que están promoviendo acciones de voluntariado y solidaridad. Los estamos contactando para que aprovechen la celebración de los EDOC para intercambiar ideas y encontrar nuevos donantes. El festival también ha tenido como sedes habituales Manta y Portoviejo. Ocho y Medio administra la sala MAAC de Manta que se iba a reabrir y fue severamente afectada por el terremoto. En mis sueños está hacer un gran festival en Manabí: así lo propusimos al Ministerio de Cultura el año pasado. De esto ya habíamos hablado con cineastas de la provincia como Javier Andrade o Tito Molina.
¿El cine también puede ser visto como un ejercicio de contención y resiliencia? ¿Se pueden organizar proyecciones ambulantes como un acompañamiento lúdico a los afectados tras la catástrofe?
Eso hay que hacerlo. En este momento estamos concentrados en el festival, pero eso hay que hacerlo. Alberto Andino, uno de nuestros colaboradores, está llevando ayuda a Muisne y nos propuso llevar funciones de cine. Entonces también estamos organizando aquello para los campamentos. Y otra cosa que hay que hacer es estimular la filmación de toda esta historia. Hay que documentarla, no para filmar el dolor de manera voyeurista, sino para registrar la resiliencia y la reconstrucción.
El Festival Encuentros del Otro Cine y la Universidad Andina Simón Bolívar organizan el coloquio Trabajar fuera del canon. La agenda completa está aquí.
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