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El país como conversación

Fabián Corral
Dialoguemos
jueves, julio 31, 2025
En medio del ruido, la polarización y el descrédito, el país parece haber olvidado que la democracia es, ante todo, una conversación. Una conversación larga, que parte del desacuerdo, pero que debería aspirar a consensos. Este artículo de Fabián Corral propone una reflexión profunda sobre la necesidad de recuperar la tolerancia, la inteligencia y el respeto como pilares del diálogo ciudadano y de la vida democrática.
Tiempo de lectura: 2 minutos

Una breve incursión por un noticiario, un chat o las redes sociales, la lectura de un periódico, incluso algunos diálogos, dejan la impresión de que el país es un escenario de interminables enfrentamientos. En efecto, prosperan las afirmaciones terminantes, sin matiz ni resquicio, predominan las descalificaciones rotundas, los estilos que no admiten réplica, los escándalos que se repiten, los memes y las malas bromas, y las suposiciones maliciosas, cuando no el insulto. Queda la impresión de que la democracia es conflicto y bofetada. Populismo.

 

Queda la impresión de que estamos socavando la convivencia y empeorando las cosas, y de que hemos elegido el estilo del ceño torvo y el puño cerrado, de que vivimos entre enemigos y que la desconfianza es la única posibilidad. Además queda la sensación de que la cultura es espacio para muy pocos, antigüedad que inspira a unos cuantos y palabra rara encerrada en las academias. Parecería que la reflexión no es desafío intelectual, sino agudeza para descalificar, que la calma pasó de moda y el respeto es, apenas, un rezago, una palabra insustancial.

 

Espero que semejantes apreciaciones sean equivocaciones de quien escribe esta columna. Sin embargo, es indudable que estamos perdiendo dos virtudes esenciales: la tolerancia y la inteligencia, ambas son necesarias para incorporar a la vida pública la idea de que la democracia es una larga conversación que comienza en desacuerdos y debería terminar en consensos, como dijo alguna vez Irene Vallejo, la escritora española, en un librito esencial, que se llama Manifiesto por la lectura, publicado en noviembre del 2020.

 

Nuestro país debería ser parte principal de esa conversación, y de cómo sus ciudadanos, su sociedad civil, lo ven y entienden; también cómo ellos miran sus problemas y sugieren soluciones, eso implica lo que alguien dijo alguna vez: hay que “desarmar las conciencias”, y digo yo, hay que apostar al sentido común y a la generosidad. Semejantes sueños suponen algo difícil, sin embargo, no algo imposible: hablar con la calma que la enormidad de los temas impone, saber escuchar y concederle al otro la razón que podría tener, aprender a discrepar, bloquear la tendencia a la descalificación, enterrar, aunque fuese momentáneamente, las rivalidades, archivar las suspicacias y decir cada verdad con oportunidad e inteligencia. Sin gritar. No hay otra forma de ser demócratas, de civilizar la política, de distinguir la firmeza del desplante, de asumir que de la suerte del espacio en que vivimos, que llamamos país, depende el porvenir de todos, pese a que la violencia predominante nos confunda y envenene con presunciones malignas.

 

El desaliento, con frecuencia justificado, la poca funcionalidad del Estado, el desfile de escándalos y la mala calidad de las instituciones públicas, nos han convencido de que hablar desde la buena fe es infructuoso. Pese a todo, existe esa opción, siempre que el diálogo descarte a los corruptos y a los extremistas, y se admita que la República no es esto que vemos y sufrimos, que es posible imaginar algo distinto. Y por cierto algo mejor.

 

Artículo publicado en EL UNIVERSO, el 31 de julio de 2025

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