En su travesía por la cordillera de los Andes, hace más de 200 años, Alexander von Humboldt describió volcanes como el Rucu Pichincha, cubiertos de nieve permanente. Hoy, esa imagen ha cambiado dramáticamente: Ecuador ha perdido varios de sus glaciares andinos. El más reciente en desaparecer, oficialmente reconocido en 2025, es el Carihuairazo, ubicado entre Chimborazo y Tungurahua. Con ello, el país cuenta ahora con apenas seis glaciares.
El retroceso glaciar es alarmante. Según el Instituto Francés de Investigación, la Escuela Politécnica Nacional y el Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología (INAMHI), Ecuador ha perdido cerca del 50% de su cobertura de nieves perpetuas. La causa principal: el cambio climático, caracterizado por el calentamiento acelerado de la atmósfera y los océanos.
Particularmente vulnerables son los glaciares tropicales, por su cercanía a la línea ecuatorial, donde la radiación ultravioleta es más intensa. Las comunidades cercanas a volcanes como el Carihuairazo serán las primeras afectadas por la disminución del agua disponible, seguida de una cadena de impactos que alcanzará a muchas otras zonas del país, afectando ríos, ecosistemas, biodiversidad y calidad de vida.
La pérdida de glaciares no es solo una advertencia científica; es una amenaza real a la seguridad hídrica nacional. Sin embargo, un país por sí solo no puede revertir esta situación. Se requiere una acción global coordinada para reducir las emisiones de dióxido de carbono, principal gas responsable del efecto invernadero y el calentamiento global. Lamentablemente, la lógica del mercado, centrada en el consumo y el crecimiento infinito, sigue prevaleciendo sobre la sostenibilidad del planeta.
El 2025 ha sido declarado por la ONU como el “Año Internacional de la Preservación de los Glaciares”, lo cual constituye un llamado urgente a actuar con decisión frente a esta crisis. Es imperativo que los países más contaminantes —como China y Estados Unidos— asuman su responsabilidad y fortalezcan sus regulaciones. A nivel local, Ecuador también debe comprometerse: detener la deforestación, proteger los bosques de alta montaña, evitar la expansión descontrolada de cultivos y conservar los ecosistemas reguladores del agua.
Los ecuatorianos no podemos seguir cómodamente dando por sentado que el agua brotará siempre al abrir el grifo. Cada litro cuenta. Cada esfuerzo, desde el hogar hasta las industrias, es fundamental. Usar el agua con responsabilidad ya no es una opción, es una urgencia.
Cuidar nuestros glaciares es cuidar nuestra vida. Se nos están acabando y, con ellos, se nos va también el agua, el equilibrio natural y el futuro del país. Todavía estamos a tiempo, pero debemos actuar ya.
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