La elección de Jorge Mario Bergoglio como el primer Papa latinoamericano representó mucho más que un hecho histórico para la Iglesia católica: marcó un giro simbólico y real en la mirada del Vaticano hacia el sur global. Desde Argentina, Francisco llevó consigo la experiencia de un continente herido por la desigualdad, pero también lleno de esperanza, resistencia y fe popular.
Durante su pontificado, América Latina ocupó un lugar especial en sus discursos, viajes y prioridades pastorales. En 2015, su visita a Ecuador, Bolivia y Paraguay fue una muestra de su compromiso con los pueblos más empobrecidos y con una Iglesia que caminara al ritmo de los más humildes. En Quito, proclamó: “No hay verdadero desarrollo en un pueblo si no es desde el bien común, desde el protagonismo de sus ciudadanos”. Su mensaje interpeló a gobiernos, economías y estructuras sociales que habían relegado por años a las comunidades indígenas, campesinas y obreras.
Francisco no fue un pontífice lejano a las realidades sociales del continente. Su palabra se convirtió en guía y consuelo en momentos críticos: frente a las crisis migratorias en Centroamérica, las protestas sociales en Chile y Colombia, la violencia estructural en México o la situación en Venezuela. A diferencia de otros liderazgos eclesiales, él no evitó temas incómodos. Al contrario, denunció la corrupción, el extractivismo desmedido, el narcotráfico y los abusos de poder sin ambigüedades.
Su defensa de la “casa común” también tuvo un eco profundo en América Latina. La encíclica Laudato Si’, publicada en 2015, se convirtió en un documento de referencia para movimientos socioambientales en la región. Francisco no hablaba desde la teoría: entendía el vínculo ancestral que los pueblos originarios tienen con la tierra, y la necesidad urgente de proteger los ecosistemas frente a un modelo económico depredador.
Pero más allá de lo político o social, Francisco conectó con la espiritualidad del pueblo latinoamericano: con su devoción popular, su religiosidad festiva, sus santuarios y peregrinaciones. Valoró esa fe sencilla, encarnada, cercana. Su figura no solo acercó la Iglesia al continente; también ayudó a que América Latina se reconociera en el espejo del Evangelio con mayor dignidad y fuerza.
Hoy, tras su partida, millones recuerdan a Francisco como el Papa que rompió moldes, que habló con acento del sur, que no tuvo miedo de incomodar y que soñó con una Iglesia al servicio de los pueblos. Su legado quedó sembrado en las comunidades, las luchas y las esperanzas de toda una región.
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