Casi dos semanas estuvieron reunidos delegados de 200 países en la COP28, la conferencia de la ONU sobre el cambio climático. Su contundente veredicto fue la urgencia de reducir las emisiones de los combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón) para detener el calentamiento global. El alza de la temperatura de la Tierra más allá de lo que ya se ha dado tendría efectos catastróficos, tanto para muchas especies en peligro de extinción como para la sociedad, cuyo entorno cambiaría drásticamente. Por ejemplo, se secarían los ríos de Sudamérica y subiría el nivel del océano, sumergiendo urbes costeras.
El mensaje es trabajar reduciendo las emisiones, o sea, reconvertir maquinarias para que usen otras fuentes de energía, como vehículos eléctricos, e invertir para desarrollar fuentes alternas de energía, como centrales hidroeléctricas. Pero de ninguna manera los países se comprometen a reducir la producción de petróleo mientras haya demanda. La reducción de emisiones no vendrá por escasez de petróleo, sino porque la sociedad demande menos.
Tanto es así que la COP28 tuvo lugar en Emiratos Árabes Unidos, gran productor de petróleo, y el presidente de la conferencia fue el sultán de Dubái, quien además es presidente de la compañía petrolera de ese país. Entre los delegados que presionaron por resoluciones particularmente fuertes estuvo el enviado por Biden. Sin embargo, los EE. UU. es el mayor productor de petróleo del mundo con 12,1 millones de barriles diarios (bpd), incremento interanual de 2 %.
En Sudamérica este año Brasil aumenta su producción en 4,5 % a 2,3 millones (bpd) y aspira a entrar a la OPEP como observador, esto es, no aceptará que la OPEP le imponga una cuota de producción, porque mantiene una agresiva política de aumentarla. Argentina incrementó la suya en 2,2 % este año a 515.000 bpd, y pretende llevar el campo Vaca Muerta al millón de barriles.
Venezuela, que con Hugo Chávez destruyó PDVSA y su industria petrolera, ahora rectifica. Maduro recuperó la producción 32 % en 2022 y 14 % en 2023 a 810.000 bpd. El presidente Petro anuncia que Colombia renunciará al petróleo, pero este año la producción aumenta 3,4 % a 772.000 bpd.
Todos estos países coinciden en que hay que reducir emisiones, pero mientras haya mercado producirán petróleo y no lo dejarán bajo tierra. El idealismo no los induce al sacrificio económico.
En Ecuador el pico de producción fue 2006, el último año libre de correísmo, con 563.000 bpd. En 2023 promediaría 475.000, y la proyección oficial es una caída de 8 % en 2024, que puede ser más, dado el mandato de reducir la producción petrolera. Como proclamó el portal californiano de ecologismo militante Amazon Frontlines, la decisión de Ecuador de frenar la producción petrolera no tiene precedente.
Que el Ecuador reduzca unilateralmente su producción petrolera no va a reducir las emisiones del planeta; otros países petroleros aprovecharán la autoinmolación del Ecuador. Lo que sí frenaría la emisión es reducir el subsidio a los combustibles, con lo que se pondría coto al desperdicio: el consumo del Ecuador es el mayor de los cuatro países sudamericanos ribereños del Pacífico.
Bajamos la producción y subsidiamos el consumo. No contribuimos a reducir las emisiones y provocamos una crisis fiscal. Hasta cuándo.
Texto original publicado en El Universo
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