Esta columna de opinión no pretende dar a conocer un recetario o un conjunto de instrucciones para el nuevo gobierno; pretende compartir insumos para reflexionar sobre algunos tópicos que podrían dar lugar a definiciones políticas, adopción de directrices o implementación de simples mecanismos orientados a la articulación óptima de la máxima autoridad de gobierno con los otros poderes públicos y con la sociedad, en el horizonte de vencer la crisis y generar los cambios que todos esperamos. Se trata de alinear pensamiento y acción políticas hacia los objetivos más apremiantes, emanando señales positivas claras al exterior, tendiendo puentes con el sector privado y, generando confianza en todos los espacios.
Una cuestión de gran preocupación tiene que ver con la grave situación económica que enfrentamos, con el desempleo y la inseguridad. Estos tres problemas sensibles activan la alarma social y son el caldo de cultivo para la desesperanza. Sin paz y sin garantías para el desenvolvimiento económico no se podrá alcanzar un nivel adecuado de condiciones para superar los problemas. El ahorro nacional y la racionalización del gasto se imponen a todo nivel, junto con la priorización de objetivos para no descuidar especialmente el frente social; en concreto, para todo esto no se podrá prescindir de disciplina fiscal, ni escatimar esfuerzos orientados a concretar apoyo internacional. El empleo puede ser gran detonador de cambio, pero para ello se requiere paz y seguridad; también el concurso decidido del sector privado para dinamizar la economía.
Otro tema. Juventud divino tesoro, decía el poeta Rubén Darío en su “Canción de otoño en primavera”. Esta expresión condensa el valor de la energía, el ánimo, la curiosidad y la creatividad que suelen caracterizar a la juventud cuando actúa en sociedad o al asumir ciertas responsabilidades. Esto está bien, sin embargo, el manejo óptimo de la cosa pública requiere mucho más que solo gente joven -por más estudios que hayan realizado-, puesto que también es gravitante contar con personas de experiencia, eso que solo se adquiere con el tiempo a golpe de aprendizajes cotidianos, para ser más eficientes. El equipo de gobierno debe combinar lo heterodoxo con lo ortodoxo, lo nuevo con lo viejo, esta es la fórmula ganadora para comprender la realidad actual e incidir en ella para progresar.
Un asunto más, las sociedades, para sobrevivir y progresar, dependen sobre todo de orientación política estratégica y de acción colectiva para edificar en torno a intereses comunes. Es por ello que, en este campo, como suelen decir algunos, lo óptimo será “no dar papaya” o pretextos para que los politiqueros de siempre ganen espacio, generen caos y pesquen a río revuelto. Solo una práctica política escrupulosa y ética puede originar máximas certeza y confianza, tanto para que las instituciones se desenvuelvan con independencia e imparcialidad, como para que la sociedad logre cristalizar el proyecto de vida que anhela. El tiempo corre, se exige, por lo tanto, diálogos y acuerdos a la luz del día, encaminados a cuidar los intereses nacionales, devolvernos la tranquilidad, fortalecer la democracia y, respetar a la justicia en el marco de la Constitución y la ley.
Texto original publicado en El Telégrafo
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