Más que entrevista, una conversación interesante con dos docentes de la UCG sobre sus ponencias al CIISC 2022, en las que se interrogan sobre los desafíos de la educación en una juventud impactada por las tecnologías digitales.
¿Qué han desarrollado sobre su investigación del transhumanismo en el campo de la comunicación?
C.T.: El grupo de investigación se articuló alrededor de algunas preguntas, ya que percibí en mis estudiantes enormes dificultades de aprendizaje, en cuanto a lenguaje, fragmentación y atomización de palabras; y, al mismo tiempo, noté su extrema adhesión al multitasking, a las tecnologías y el consumo de redes.
¿Estamos pasando por una crisis de los modos de subjetivación humanista de las “disciplinas del cuidado de sí”, a modo de cuerpo higiénico, una mente ordenada y unas instituciones que ponen límites? Esto conjugado con el psicoanálisis, como frutos de la ley del padre.
Entonces, trabajamos el tema transhumanista, es decir, la superación de la condición humana; mejorando, supuestamente, las cualidades físicas, mentales, psíquicas y biológicas, por mediación tecnológica múltiple.
Hemos avanzado en temas del fin del mundo, del juvenicidio físico y moral, y una despotenciación del deseo juvenil. Luego se escribió sobre la interfaz conjuntiva y conectiva como un concepto repensado desde la teoría de los ensambles, de las ontologías y de la teoría de la materia vibrante.
Me llamó la atención que no había el concepto de disyunción
C.T.: Sería interesante revisar la disyunción.
T.Z.: La interfaz proviene de la informática. La teoría de comunicación inicia con los conceptos sistémicos de medios, pero también está la teoría masiva de Carlos Scolari que plantea el concepto de hipermediaciones multimediales y la matemática exponencial. Aparecen las brechas digitales y los conceptos como las interfaces y plataformas.
Estos medios digitales, al estar constituidos por algoritmos, estructuras y funciones, condicionan las maneras de socializar. Ya no es un usuario que usa a conveniencia un medio, sino que la plataforma se articula a otras redes, a sistemas, a economías de la atención, a formas de monetización. Es el capitalismo de plataformas y de vigilancia.
¿De qué modo los medios digitales condicionan la subjetivación?
T.Z.: Privilegiando unas formas de visibilización y de socialización frente a otras, la máquina detecta las frecuencias en mis redes ampliando a otras conexiones, condicionando la sociabilidad. Utilizan burbujas algorítmicas de afinidad. Existen plataformas más radicales que toman decisiones como despedir gente. Nadie conoce estos algoritmos. Políticamente, hay las luchas de resistencia algorítmica.
C.T.: Eso es un ejemplo de transmediación y ya no de hipermediación. El condicionamiento es una variable que pesa en tus decisiones, creyéndote un libre elector. Las hipermediaciones intensifican al extremo las relaciones entre medios, sujetos, lenguajes, formatos y acciones. Todo va a pasar a una gran matriz digital que administra y regula, que decide por nosotros sin permiso y sin que nosotros sepamos cómo se usará esa información.
T.Z.: Lo más grave es que estos algoritmos tienen problemas, muchos no coinciden con lo que detectan, pero se hace caso a la máquina. Entonces, se instituye otro estatuto de lo humano. ¿Ahora la máquina es una herramienta? Ella hace cosas sin que las pidas y que no son tuyas.
C.T.: La máquina realiza la operación de síntesis y tú la adoptas.
No necesariamente uno la adopta, uno puede aceptar o negarse.
C.T.: Ahí está el punto a conocer desde el psicoanálisis.
T.Z.: Yo no puedo decidir hablar más con Carlos o no, ya la plataforma lo determinó por mí, y no puedo negarme.
Uno decide si hablará o no con Carlos, no la plataforma. La máquina no puede sustituir al sujeto.
C.T.: El grave problema es que el sujeto no toma la última decisión, está hecho humo, anodadado.
Hay una decisión voluntaria de servidumbre ante el maquinismo del lenguaje de los algoritmos…
C.T.: El mecanismo de subjetivación de esa voluntad soberana de la ilustración, de decidir entre el bien y el mal, etc., se convierte en un espejismo.
T.Z.: En el capitalismo actual, la servidumbre maquínica surge cuando ya hay la fusión humano-máquina, donde tú participas voluntariamente y te autoexplotas. Tú eres el producto y ellos cambian las reglas de monetización. No necesitas mecanismos de autoridad, solo desactivar la conexión.
Es cuestionable que las hipermediaciones produzcan una especie de fusión del sujeto con la máquina.
C.T.: Más que fusión, hablamos de hipermediación o transmediación, que es más molecular. La subjetivación tecnológica como un modo de ser cambia la forma de pensar.
Es así, porque estamos en un discurso: el capitalista, propiamente; donde dominan estos objetos tecnológicos en la subjetividad humana…
C.T.: Sí, pero ya no estamos de acuerdo con ello. Gilbert Simondon, en su libro El modo de existencia de los objetos técnicos, se opone a la idea moderna del psicoanálisis clásico que afirma que la tecnología es un objeto, un gadget.
La filosofía contemporánea enfatiza que estamos subjetivados tecnológicamente. El lenguaje es una tecnología que necesitamos para existir; sin los objetos, no soy. Hay un tema ontológico y epistémico en la constitución del sujeto.
Si el sujeto no goza con todas las modalidades de la tecnología, estas desaparecen. El lenguaje solo existe porque uno se satisface con su uso, y lo mismo sucede con las intermediaciones y plataformas. El goce domina. El discurso (estructura y vínculo social) de la ciencia y la tecnología excluye la subjetividad; este no importa allí.
T.Z.: Pero en la biotecnología ya no es así. Tengo aplicaciones que monitorean cómo está mi salud. El aparato genera datos ajenos a mi voluntad y los reporta a algún lugar.
Una cosa es el organismo y otra el cuerpo.
T.Z.: Las nuevas discusiones plantean que no hay más cuerpo, o sea, un organismo aparte de la técnica. Lo que ocurre es que se da una simbiosis vinculada a la ubicuidad; para así lograr el fin de la mortalidad, la extensión de la vida, de los cuerpos hiper mejorados.
Es el ideal de la eternidad cuasi religiosa.
C.T.: Claro, es un ideal, pero se reconstituye lo que entendemos por humano. Los transhumanistas dicen que seremos otra cosa, a la cual hay que avanzar. Otros afirman que la mortalidad es una condición de la humanidad, y que eso se relaciona con unos modos de sociabilidad, de proyectos, de subjetividad.
Eso es un poco el ideal de la modernidad también, algo mezclado…
Z.T.: Es que el transhumanismo es una modernidad a ultranza, donde lo tecnológico lleva la batuta de todo, es la utopía que resolvería todos los impases, y es delirante. Pero también está el poshumanismo, que resulta de la crítica antropocéntrica, feminista o posfeminista de la modernidad, y no tiene una sola definición.
Hay una polémica entre aceleracionistas y desaceleracionistas. La aceleración de la técnica se la debe llevar al extremo de volvernos una máquina cyborg. Los desaceleracionistas postulan que el único modo de que el capitalismo caiga es que colapse a través de esa intensificación tecnológica; apocalipsis y renacimiento. Ese antropocentrismo es una alucinación perversa.
El retorno a la conexión con la naturaleza ocurre por pensar en ensambles, con tensiones entre microsistemas e interfaces, a medida que se genera un nuevo orden. Es un postsujeto. La ideología posfeminista dice que la basura está viva y te retorna.
El psicoanálisis es muy moderno y aún separa el discurso de la ciencia de otro discurso. Hoy las fronteras de estos se borran.
T.Z.: También el poscapitalismo tiene un montón de nombres. Los autores de estas ideas dicen que las condiciones de liberación son más difíciles cuando eres tú mismo el que te autoexplotas, o al buscar tenerlo todo (adolescentes) sin compromiso ni esfuerzo. ¿Cómo te enfrentas a ese sistema cuando te das cuenta de que estás enredado en él? Ves despotenciación, incremento del suicidio y los tiroteos del homicidio-suicidio.
Por eso los países del primer mundo crean los ministerios de soledad, a pesar que no hay como gestionarla. Necesitamos unas herramientas para construir otro mundo.
Simon Royo plantea resistir ante esta situación al buscar un mejor vivir o un deseo, como señala el psicoanálisis; es decir, pensar en cómo seguimos avalando o apostando por el deseo en vez de los goces humanistas, segregativos o exclusivistas.
El psicoanálisis no puede dar soluciones a nivel social. Incluso, Lacan dijo que es deshumanizador, pues al sujeto en análisis se le caen sus identificaciones e ideales, y llega al borde de lo real de su singularidad intransmisible. Solo podría circunscribirla y toda esta súper tecnología jamás alcanzaría ese punto de real. El sujeto se manejará de una mejor manera con ese imposible, con su síntoma, con ese malestar de que la cultura siempre produce. Es una utopía pensar que va a haber una sociedad donde no hay malestar. Por lo menos, hay soluciones históricas como la conversación o el amor, porque este sistema antidiscurso los destruye. Puede moderarse el goce excesivo de la tecnología y sus objetos, o darle un uso diferente.
C.T.: ¿Cómo le damos un uso diferente al encontrarse en una condición donde la subjetivación de la juventud está arruinada? Ya vienen analfabetos, desarticulados.
T.Z.: Nuestros estudiantes usan las guías para escribir, no producen sus propias ideas, una máquina las crea. El estilo de escritura para mí es algo singular. Ahora tienes un aparato que lo imita y no es notorio. La máquina también opina.
No considero que la opinión personal pueda crearla la máquina.
T.Z.: Estamos haciendo pruebas con eso. Si uno se lo pide, la máquina resume ideas, las compara, genera una opinión y lo hace bien. Finalmente, tenemos un montón de gente que estará capacitada en ese tipo de dinámicas.
Creo que es crucial el uso de la palabra en un espacio como el aula. Que hable, luego escriba. Es el cuerpo hablante, no el organismo.
T.Z.: Claro, cuando tú le pides a la gente que diga algo. Coincidimos contigo, pero también con quienes señalan que las condiciones son más difíciles. No sé en el futuro.
Cada época tiene sus dificultades propias…
C.T.: La fenomenología contemporánea se va contra Lacan en la idea de cuerpo, como bolsa vacía. El cuerpo ya no es un imaginario. Se piensa el nuevo vínculo no con lo simbólico, sino mediante el nuevo concepto de resonancia.
Pero si eso lo dice Lacan en los años 70. Una intervención del analista puede producir resonancias en el goce del sujeto que se da en su cuerpo.
T.Z.: El asunto es enfrentar el problema mediante la educación. Desde el psicoanálisis, ¿qué se hace con esto?
C.T.: Michel Henry habla de la carne como un punto ontológico más primordial de nuestra relación con el mundo. Una carne que habla, pero en términos de lo que se llama los fenómenos invisibles.
El psicoanálisis formaliza sus teorías a partir de una práctica clínica, no en base a evidencias. No es filosofía ni ciencia, pero dialoga con ellas.
C.T.: Claro, pero la práctica respecto a un paciente que habla, que no está ausente. Ahora existe la fenomenología de la ausencia, que el cuerpo también lo sintomatiza.
La ausencia en el psicoanálisis se entiende, desde el punto de vista topológico, como la feminidad, a modo de centro y ausencia; como el agujero. También se atienden pacientes por WhatsApp, aunque es más limitado.
C.T.: En la nueva fenomenología es otro modo de pensar.
Creo que hay mucha influencia de las ciencias biológicas en eso. El concepto de cuerpo en el psicoanálisis es otra cosa. Es la subjetividad sobre el cuerpo y que lo marca. El cuerpo incluye la dimensión imaginaria, el cuerpo como sustancia gozante real, y la dimensión simbólica que los agujerea. El cuerpo es el Otro; es decir, un cuerpo que goza hablando. Los órganos del cuerpo se dejan de lado, pues eso está bien para la medicina y otros campos científicos.
C.T.: Con las transmediaciones el órgano va a hablarte a ti o será parte de tu condición existencial cotidiana, cuando tú ya estes incorporado a sistemas cibernéticos que dan una data que no controlas. Se viene un emborronamiento complejo.
Pero uno puede decidir si se usa o no esas tecnologías y cómo lo hago.
C.T.: Exacto, lo tengo clarísimo; pero yo lo pongo en cuestionamiento e investigo más. Deberíamos organizar un diálogo con la gente del psicoanálisis. En ese punto apuestan fuertemente sobre la autonomía del sujeto.
No es una perspectiva de la autonomía del sujeto, depende del deseo del sujeto. Otra cosa es el goce, ahí te pegas.
C.T.: Ese punto en que el sujeto se apropia de su propio deseo en una palabra, en un acto, en una decisión; con un antes y un después. Ese punto está colapsado, se encuentra tan transitado y colonizado por las hipermediaciones y las transmediaciones, que se halla anonadado, despotenciado. Esa falta de deseo juvenil, el no poder decir no; y si se niegan, es un no convencido. El dispositivo familiar está en crisis, el Edipo ya no articula.
Está desarticulado porque el Edipo, el nombre del padre, ahora son múltiples. Hoy, cualquier significante puede funcionar como nombre del padre, incluso un síntoma. Existen diferentes anudaciones subjetivas.
C.T.: Bad Bunny es un nombre del padre. Los jóvenes solo cantan guturalmente con el reguetón, sin el deseo de decir algo. Una música que tiene la mínima estructura de melodía y ritmo. Antes la música partía de un concepto y te sentabas a escuchar. Ahora está en los playlist junto a la velocidad, la música pastiche, la amorfa o polimórfica. Ahora es un ruido de fondo. ¿Hay apreciación musical?
Eso es mejor que nada. Es una base. Y convive con un montón de formas musicales en el mundo. Es la civilización minimalista y plural. No todos la escuchan y después la cambian. También les gusta la música de DJ, que tiene su sofisticación. Se baila, donde el significante marca un ritmo.
Me resuena un antiguo tango que reinvento: “El mundo es un pastiche, ya lo sé…”.
Gracias por la conversación.
Publicado en: https://issuu.com/casagrande55/docs/vn21_f-n
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