Hacia el año 1630, un misionero jesuita llegó a Loja con “tercianas”, término que se empleaba en ese tiempo para definir a los procesos febriles acompañados de escalofríos, sudores y temblores, síntomas de lo que hoy conocemos como malaria o paludismo. Ante la ineficacia de los remedios que le estaban aplicando, el acompañante del misionero, originario de Malacatos (Loja), propuso traer al cacique de su comunidad para tratar el mal que le aquejaba. Ese cacique, conocedor de las plantas del lugar, se llamaba Pedro Leiva y es el primer relato documentado sobre el uso medicinal de la cascarilla o quinina para tratar la malaria. Los jesuitas, fascinados con aquel remedio, enviaron rápidamente muestras que cruzaron el Atlántico hasta llegar a la botica del Vaticano, donde confirmaron su eficacia. Pese a la aparición de antimaláricos sintéticos como la plasmoquina (1828), acriquina (1930) o la cloroquina (1947), hoy en día la quinina se sigue utilizando en casos severos o resistentes a medicamentos antimaláricos.
Según la revista Nature, la malaria ha podido ser responsable de la muerte de más de la mitad de las personas que vivieron alguna vez en el planeta. Quizás, hoy muchos de nosotros no estaríamos aquí de no haber ocurrido esta extraordinaria coincidencia que ha salvado la vida de millones de personas durante casi cuatro siglos. Además de ser esta historia un ejemplo de un descubrimiento científico que tiene origen en el conocimiento de las poblaciones locales, nos muestra el potencial que puede llegar a tener el descubrimiento de un nuevo producto, por recóndito que sea el lugar donde se encuentre, para transformar la realidad global.
Actualmente, existen muchos tratamientos curativos y paliativos para el cáncer que permiten erradicar las células tumorales. Entre ellos se encuentran la quimioterapia, la radioterapia, la inmunoterapia e incluso la terapia génica. Durante la quimioterapia, la aplicación de una serie de compuestos químicos, ya sean naturales o sintéticos, conducen a la inducción de la muerte celular o la detención del ciclo celular en las células tumorales. Estos compuestos químicos anticancerígenos se pueden usar solos o, más a menudo, en combinación con otros regímenes químicos o no químicos. Los metabolitos secundarios aislados de microorganismos, plantas y especies marinas, entre otros, han sido fuente importante de sustancias bioactivas con potenciales capacidades anticancerígenas.
Otra característica considerable es el conocimiento etnomédico de muchas comunidades indígenas de Ecuador. Este es un país plurinacional que alberga 14 nacionalidades y 18 pueblos indígenas diferentes. La gran diversidad botánica unida a la riqueza etnocultural del país se traduce en una herencia milenaria en torno al conocimiento y uso de una gran cantidad de plantas medicinales. La investigación etnomédica busca analizar compuestos bioactivos de las plantas medicinales utilizadas, principalmente, por poblaciones indígenas y rurales.
Para Juan Carlos Romero, coordinador del grupo de investigación Productos naturales: cáncer y parasitosis de la Universidad Técnica Particular de Loja – UTPL, el cual trabaja en comunidades indígenas pertenecientes al pueblo Saraguro, “cuando hacemos investigación etnomédica buscamos conocer cuál es la forma de aplicación que le da la comunidad a la planta o a la mezcla de ellas para tratar de simular eso en las condiciones de nuestro laboratorio”.
El marketing se ha encargado de poner la etiqueta de saludable a todos los productos de origen natural y eso no es del todo cierto, según explica Romero, “que sea natural no significa que no te pueda hacer daño. A veces, hay plantas que funcionan y matan células cancerosas, pero a la vez pueden ser tóxicas. La ingesta prolongada de estas plantas puede tener efectos secundarios graves que afecten al hígado o al riñón”, por ejemplo. Ante la evidencia de actividad antitumoral de una planta, el investigador considera imprescindible identificar las dosis recomendables y la duración adecuada del tratamiento para que su consumo sea efectivo y seguro.
Ecuador continental es la región con la tercera mayor densidad de especies vegetales endémicas a escala mundial, de las 20 000 especies vegetales que se estiman que hay en el país, alrededor del 20 % son endémicas. En comparación con otros países con una diversidad biológica similar como Indonesia, República Dominicana, Tailandia y Perú; en Ecuador se pueden encontrar las especies de plantas con mayor actividad citotóxica contra las células cancerosas humanas.
Esta circunstancia se puede explicar, en gran parte, por la combinación de dos factores como son: 1) la alta diversidad biológica como consecuencia de la variación altitudinal y la gran cantidad de ecosistemas presentes en el país; y 2) la elevada radiación solar derivada de su posición geográfica en la que incidencia de los rayos solares se produce de forma perpendicular, siendo mucho más agresiva que en otras latitudes, lo que provoca el aumento exponencial del índice de radiación ultravioleta B (UV-B). Este incremento de radiación causa un estrés adicional a las plantas, las cuales se ven obligadas a activar su sistema de defensa mediante la biosíntesis de varios metabolitos secundarios como alcaloides, terpenos, compuestos fenólicos y glicósidos, compuestos que son fuente de una gran cantidad de productos farmacéuticos y nutracéuticos ampliamente contrastados.
“Desde un inicio se pensaba que los metabolitos secundarios eran productos de desecho, pero ahora ya se sabe que son productos esenciales para la planta, que le sirven para su propia supervivencia”, añade. “Hasta ahora no hemos encontrado un producto natural que se equipare al impacto del plaquitaxel, que es el tratamiento de primera línea para algunos tipos de cáncer muy agresivos, aunque no nos desanimamos. La visión de la Universidad es hacer investigación de lo nuestro, validar el conocimiento ancestral mediante el uso de plantas medicinales, que participen nuestros estudiantes y que este conocimiento se revierta en la comunidad y el público en general”, concluye.
La horchata lojana es una bebida popular, elaborada a partir de la infusión de diferentes plantas medicinales y aromáticas, la cual se ha consumido a lo largo de los siglos como parte de la tradición cultural de los habitantes de la provincia de Loja, al sur de Ecuador.
Además de su sabor agradable, esta bebida tiene diferentes propiedades medicinales. Aunque su composición puede variar dependiendo de la época del año o la costumbre local, a modo general, alrededor del 66 % de plantas usadas en la horchata tiene propiedades medicinales antiinflamatorias y el 51 % analgésicas. Las sustancias antiinflamatorias pueden actuar para prevenir el desarrollo de ciertos tipos de cáncer, como el de cerebro, y también actuar como protector del ADN. Se la puede consumir como tónico cerebral, remedio antiinflamatorio, analgésico, diurético y para la prevención de trastornos neurodegenerativos.
Este contenido es parte de la revista ‘Perspectivas de investigación’
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