A Roland Barthes lo recordamos por su vasta obra en el contexto de la semiología. De hecho, fue uno de sus mayores exponentes. Pero también hay que situarlo en el marco de los estudios literarios, de los estudios de la imagen y el cine, de los estudios de la comunicación, de las artes, de la música, además de la misma cultura. Por otro lado, tenía la tentación de adentrarse en los terrenos de la literatura, insinuando que quisiera escribir una novela. Afirmó, en este sentido: “Me apetece mucho escribir una novela, y cada vez que leo una novela que me gusta, tengo ganas de escribir una, pero me parece que hasta ahora me he resistido a ciertas operaciones supuestamente de la novela”. Una vez que él podía penetrar incisivamente al corazón del discurso de un texto cualquiera y más aún de una obra literaria, el paso de escribir una, tal como le sugerían sus amigos y seguidores, era una cuestión inminente. Por lo menos, este asunto lo había ventilado en 1978 en un encuentro, en el castillo de Cerisy, con Alain Robbe-Grillet dada su admiración por su trabajo y la corriente de la “nueva novela francesa” –noveau roman– que este escritor representaba.
Barthes por entonces ya era un encumbrado semiólogo, observador de los signos y símbolos de la cultura occidental, un ensayista y un singular crítico. Además, era reconocido por sus cátedras en la École Pratique des Hautes Études entre 1967 y 1976, hasta llegar al ansiado puesto de profesor de semiología en el prestigioso Collège de France en 1977. En todo este recorrido académico, él ya estaba experimentando con trascender la crítica y el ensayo semiológico –visto por algunos incluso como ensayo sociológico–, bordeando las huellas de la novela misma, la nueva novela, queriendo, a la par, trajinar por los nuevos senderos del posestructuralismo. Su última obra, dentro de lo que podría llamarse una semiótica de tercera generación, lejos de sus primeras exploraciones y propuestas de la década de 1950 como El grado cero de la escritura o Mitologías, fue La cámara lúcida: nota sobre la fotografía, publicada semanas antes de morir, tras un accidente de tránsito en 1980. Esta obra debe ser vista con otra mirada en el contexto que planteo.
En efecto, si La cámara lúcida: nota sobre la fotografía es una obra peculiar, es porque ciertamente tiene algo de novelesco. Quizá en ella confluye, insisto, un recorrido de décadas de preguntar sobre la naturaleza de la novela.
Un inicial paso interesante, aunque intrincado, fue el seminario para la École Pratique des Hautes Études con el título de Sarrasine de Balzac, entre los años 1967 y 1969 –recuperado luego en un libro de 2011–. Para los legos, lo que Barthes había dictado en dicho seminario lo presentó pronto en un libro en 1970, S/Z, alrededor de la novela corta de Honoré de Balzac, Sarrasine (1830). Este libro era un ejercicio metodológico donde Barthes demostraba cómo hallar las redes de significantes y significados que tejen una trama novelesca.
No contento con el anterior seminario y libro, Barthes siguió reflexionando sobre las posibilidades de la novela en otro también para la misma École Pratique des Hautes Études, entre 1973-1974. Dicho seminario, acerca de la forma de la novela y cómo puede ser posible que ella contribuya a la elaboración del sentido, cosa que más le interesaba, lo denominó “El léxico del autor”. Tal curso luego fue recuperado y compilado en 2010 en el volumen –aún no traducido al castellano–: Le Lexique de l’auteur. Séminaire à l’École pratique des hautes études, 1973-1974, suivi de Fragments inédits du Roland Barthes par Roland Barthes. Como se constata, el mismo seminario le llevó a escribir su Roland Barthes por Roland Barthes en 1975, que, si bien podía parecer una autobiografía, para el semiólogo francés, era más bien un “autorretrato [en el que hay una] ausencia de una narración continua, [siendo] la narración [otra, propuesta,] un despliegue lógico, [un] montaje o retoque de elementos bajo epígrafes que denominaremos provisionalmente ‘temas’”. Nótese que él enfatizaba el carácter de esta especie de novela-retrato articulado por montajes-temas.
Con los elementos ya explorados y expuestos, Barthes sentía que había avanzado en tratar de lograr al menos la idea de la nueva novela que podría tener una trama semiótico-conceptual. Es decir, sabía que la trama no era solo una red, sino asimismo un sistema abierto; y pensaba que, metiéndose al flujo del lenguaje, podía ir montando los fragmentos.
De este modo, su siguiente aproximación fue otro seminario acerca del discurso amoroso en la École Pratique des Hautes Études. El resultado de este seminario lo podemos ahora hallar en El discurso amoroso, seminario en la École des hautes études en sciences sociales 1974-1976, publicado en 2007. Como ya estaba acostumbrado, Barthes hizo la versión del seminario en 1977 en un libro, hoy memorable, complejo, un libro fragmentario articulado mediante términos y relatos-reflexiones-ensayos acerca del amor con el nombre de Fragmentos de un discurso amoroso.
Los hallazgos, hasta acá, fueron a su vez importantes. Tanto en S/Z, como en Fragmentos de un discurso amoroso, obligaba al lector a enredarse en los hilos de tejidos simbólicos y hallar los sentidos, quizá más personales que los del propio autor. De hecho, con estos seminarios y los libros resultantes de sus investigaciones, Barthes estaba intuyendo el funcionamiento, además, de lo que hoy sabemos son los hipertextos: es decir, parecía que estaba poniendo en evidencia lo que en el presente es internet como un complejo tejido semiótico donde el sentido se construye permanentemente gracias a la interacción del navegante en el espacio textual-virtual.
Se puede decir, con todo, que las intuiciones de Barthes sobre la posibilidad de una novela, considerando los anteriores seminarios y libros, pronto se condensaron en el mencionado encuentro con Grillet en Cerisy en 1978. Barthes así afirmaba finalmente: “Me pregunto si se podría hacer una novela mediante aforismos, con fragmentos”. Sus acercamientos, particularmente en S/Z y Fragmentos de un discurso amoroso, sin descontar Roland Barthes por Roland Barthes, parecían ser como sondeos a esta idea.
Pero aún no había escrito la novela definitiva. Pese a ello, Robbe-Grillet decía que leía ya a Barthes como si fuera un novelista. En el mismo encuentro de Cerisy, Robbe-Grillet expresaba: “Su texto y él forman una especie de pareja de torsión, lo cual me parece, al nivel de mi lectura, una característica del tipo de relación que yo mantengo no con un pensador sino con un novelista. En el ¿por qué me gusta Barthes?, Barthes adopta la figura de un novelista. Forma ese personaje muy próximo, para mí, por ejemplo, a Flaubert: no puedo separar la figura de Flaubert de sus textos. Consigo separar al autor de su texto cuando se trata de un pensador, es decir, de alguien cuya producción sería puramente conceptual, pero no cuando se trata de un novelista”. Para Robbe-Grillet, la conceptualización semiótica de Barthes en sus trabajos no le perturbaban, y eso era por su manejo del lenguaje, uno que más bien era expresamente poético. En este punto, invito a leer a Barthes, a revisitarlo, no con los presupuestos de la semiótica, para darnos cuenta de que en él hay un lenguaje poético, erótico –en términos semióticos– un estilo. Recordemos que En el grado cero de la escritura, él ya decía: “El estilo no es sino metáfora, es decir, ecuación entre la intención literaria y la estructura carnal del autor”. Barthes en su obra trataba de exponerse desde los sentidos.
Pero la cuestión sigue latente: ¿Cómo hacer la novela nueva, disruptiva, quizá, incluso, yendo más allá de la noveau roman? Sus cursos –compilados y luego publicados póstumamente–: Cómo vivir juntos: simulaciones novelescas de algunos espacios cotidianos (notas de cursos y seminarios en el Collège de France, 1976-1977); Lo neutro (notas de cursos y seminarios en el Collège de France, 1977-1978); La preparación de la novela (notas de cursos y seminarios en el Collège de France, 1978-1979 y 1979-1980), son intentos más ceñidos de respuesta.
En Cómo vivir juntos: simulaciones novelescas de algunos espacios cotidianos la pregunta es por el espacio novelesco, por la ficción de los lugares, de las compañías, por el conflicto de vivir y poner en conflicto ese vivir, incluso separados. ¿Una novela no es acaso el juego de ritmos distintos que entran, al modo de un sistema cósmico, en conjunción y en tensión? En definitiva, ¿el espacio representado no es también el problema de los distintos “ritmos” en juego?
En Lo neutro, Barthes hace una aproximación compleja a la misma noción de lo neutro, escindiéndose de los binarismos, de las oposiciones, para proponer un tercer lugar, una tercera entidad, un espacio otro, así como unas lecturas otras que nacerían impulsadas por ubicarse en dicha tercera posibilidad. El curso es también un repensar la semiótica: así propone más bien a esta como una “diaforología” o “ciencia de la escucha o visión de los matices”. Hay que considerar los matices, las diversas modalidades, las gamas, contra toda pretensión de uniformidad. Entonces, la escritura debe estar dentro de los matices, a sabiendas de lo neutro, sin arrogancia, combatiendo las escrituras o discursos arrogantes. Y pensemos, ¿contra la idea de personajes totales en una novela, hay también los diferenciales, los que impugnan al poder, al estatus, al mismo lector? ¿Una novela de matices no es mejor que una novela generalista y lineal? ¿Barthes se anticipaba a la diversidad de voces y, dentro de estas, las voces inestables e insignificantes de la literatura?
Y luego, en La preparación de la novela, el semiólogo francés pareciera cerrar sus tesis sobre el acto de escribir y querer afrontar, aunque con tensiones internas, la novela. Él mismo iniciaba el seminario –lo que se lee en el libro resultante– con la afirmación: “Voy a hacer como si fuera a escribir una novela”. El curso es una especie de simulación de querer escribir una ficción, poniendo en juego las tramas, las articulaciones, los temas, las neutralidades, los matices, los hipertextos…, no sin antes saber mirar, para luego saber transmitir esa mirada en las letras. Descubrimos que el deseo de querer escribir la novela implica previamente hacer notas, producto de una mirada. Pero no son las simples anotaciones que llevarían al escritor a luego elaborar tramas, sino anotaciones, notas cortas, breves, donde además estarían sentidos, significados, tramas jugueteando con ser enunciadas más libremente. Acá volvemos a esa afirmación de Barthes en Cerisy en 1978: “Me pregunto si se podría hacer una novela mediante aforismos, con fragmentos”. Quizá hay una pista inicial en un libro que nunca más se volvió a imprimir: Incidentes, aunque apareció póstumamente en 1987, está compuesto por anotaciones, por pensamientos que tratan de mostrar encuentros con lugares, personas y consigo mismo, borrador que Barthes hizo circular en 1969 entre sus amigos. Resalta de este libro “Noches de París” que, según los editores, es una suerte de relato de la rutina de antes de acostarse.
Dado el contexto anterior, pienso que La cámara lúcida: nota sobre la fotografía es, quizá, la gran nueva novela que Barthes por fin escribe. Está redactada en tono de un ensayo semiótico, pero también como una suerte de anotaciones personales –¿un diario?– sobre la fotografía. Sin embargo, podríamos decir, a la par, que esa obra trata de una ficción de lo que le sugería la fotografía misma, partiendo de la imagen de su madre, no solo plasmada en el papel fotográfico, sino también en el recuerdo personal. De hecho, la imagen de la madre late en el libro y, como si fuera una obra de misterio, se presiente hasta el final de las páginas, sin que nunca se mostrase. Barthes, en cierto sentido, trató de reconstruir la sociedad, la vida cotidiana de un tiempo ido, evocando a la madre, sobre todo a partir de los ojos de su madre que le parecían tristes.
En La preparación de la novela, Barthes escribía que la novela es un acto de amor. ¿No es acaso La cámara lúcida: nota sobre la fotografía, la demostración de ese acto de amor a la madre perdida y que solo ahora se le puede evocar a partir del acto de fotografiar, de coleccionar fotos, de leer sensiblemente las fotos? Un tema, por otro lado, gravitante también en este libro es la muerte. Y la descubrimos a partir de los matices, de las otredades, de las insignificancias escondidas en los planos fotográficos. Y el propio Barthes, con su voz poética, con su voz paciente, a la vez se erige en el personaje narrador de la novela-ensayo –tal como él lo preconizara en Roland Barthes por Roland Barthes: “Todo debe ser considerado como si lo hablara un personaje de novela”. Sus anotaciones son las de un observador y de un vivenciador de una trama compleja compuesta de detalles, de señas, de matices.
Si evocamos a Barthes, a sabiendas de que es el gran semiólogo de la modernidad, es porque además lo sentimos, como Robbe-Grillet insinuara de él: un novelista de los signos.
También lo revisitamos.
Este ensayo es a propósito de un próximo encuentro académico que organiza el Área de Comunicación de la Universidad Andina Simón Bolívar: el Seminario internacional “Revisitando a Roland Barthes”. Este se realizará los días 16 y 17 de noviembre. Dos días enteros con dos conferencias magistrales y varias mesas de ponencias con académicos nacionales e internacionales. Están invitados a inscribirse: bit.ly/3SqAB0y
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