Con los últimos hechos registrados en el país, el abuso de recursos como el habeas corpus, entre otros, la Fiscal Diana Salazar, señaló que, si es que se normaliza la corrupción y la impunidad jamás se podrá salir de ese círculo vicioso de «terribles consecuencias». Carlos Tutivén, docente de la Universidad Casa Grande, analiza este tema
La corrupción es el resultado de un progresivo deterioro de la calidad del tejido social. Aunque es verdad que históricamente siempre ha habido corrupción en las sociedades modernas, también estaban operativas virtudes cívicas, intelectuales, éticas y morales que actuaban como “anticuerpos” contra ella. Hace pocas décadas los barrios, por ejemplo, gozaban de un clima comunitario orgánico donde se compartían las vivencias barriales, las historias familiares; habían espacios para la diversión, el juego de niños, el deporte callejero y los rituales propios de las culturas populares, sean fiestas religiosas, de la ciudad o nacionales. Hoy esas prácticas ya no existen ni en cantidad ni calidad. Ese tejido ha sido desgarrado por fuerzas más poderosas y el debilitamiento de las anteriores. Una vida social centrada solo en el comercio -con sus “valores” de competencia e individualismo consumidor- sin alternativas lúdicas, recreativas, y educativas, en un contexto de empobrecimiento creciente, es un caldo de cultivo para asimilar prácticas ilegales como el microtráfico, las pirámides de “inversión”, etc., que prometen enriquecerse rápido y sin relativos esfuerzos como los de viejas generaciones que veían en el ahorrar, tener un “buen trabajo”, disciplibarse, y prepararse educativamente como unos ideales normativos que orientaban la vida humana. La visibilidad de la corrupción en las instituciones, en jueces, en políticos, en autoridades, no son sino la punta del iceberg. El fondo del iceberg está sumergido en la vida cotidiana de una ciudadanía fallida, con poca o ninguna educación, pero sobre todo, acostumbrada a ver y saber que no hay mayores consecuencias por actos negativos, ilegales, in-solidarios. La clave está en la poca calidad ciudadana del vínculo social a favor del clientelismo, el aprovechamiento individual, la indiferencia, el arribismo, que quiere escalar hacia el “éxito” sin medir consecuencias ni morales, ni legales.
La injusticia social es un gran disparador de malestar y amargura. Se piensa que la corrupción surge no sólo de la impudicia, sino de la impunidad. Sin embargo, la pregunta que debemos hacernos es: ¿por qué permitimos que la injusticia social se instale, crezca y quede impune? ¿no será porque, a veces, también nos beneficiamos de ella cuando nos favorece? La cuestión de fondo es preguntarnos ¿por qué lo “público” no es concebido como el espacio socio-político que debemos cuidar porque nos pertenece a todos, y en cambio lo percibimos y concebimos como ”tierra de nadie”, sino del que pueda aprovecharse de él con retóricas demagógicas o intereses creados?
Aparte de la pérdida de legitimidad de las instituciones democráticas, tenemos la falta de fe y confianza en el futuro. Vemos a diarios que de poco sirve seguir y respetar las reglas cuando de estas no extraes beneficios compartidos, sino para unos cuantos que llegaron a enriquecerse a costa de los demás. No debe sorprendernos, entonces, que los jóvenes ecuatorianos lo primero que quieren es irse del país, migrar, cambiar de vida, pues acá esta vida está amenazada, es insegura, y sobre todo, sin proyecto. Los últimos gobiernos solo se han limitado a gestionar crisis, pero ninguno ha sabido llevar un proyecto transformador que no sea pura retórica populista.
La democracia está en crisis en toda la civilización occidental, y más aún en los países empobrecidos y con altos índices de corrupción y criminalidad. ¿Cuál es el objetivo ideal de una democracia? Por supuesto que no es el de ir a votar cada 4 o 5 años. La democracia debe ser un modo de vida instituida donde sus valores son practicados a diarios o al menos defendidos con vigor cuando estos están amenazados por ideas autoritarias, totalitarias, oligárquicas. Ser democráticos significa vivir y defender valores como la igualdad, legalidad, reflexividad, racionalidad, tolerancia religiosa y libertad de pensamiento y expresión. ¿Cuál de estos valores se viven plenamente en el Ecuador?
Son dos los caminos. El institucional (gobierno y asamblea) cuando estos actúan profesionalmente y no mafiosamente, y la sociedad civil, cuando esta se empodere a partir de una indignación que ve como los valores fundamentales de la convivencia ciudadana están siendo pisoteados por funcionarios inescrupulosos, cínicos, o negligentes. Los medios de comunicación están cumpliendo un rol importante a la hora de denunciar y “vigilar” la calidad de las instituciones, el avance del narcotráfico y la inseguridad. Pero estas denuncias no bastan y más bien angustian, sino están acompañadas de acciones concretas por parte de las autoridades honestas, la empresa privada responsable, y la academia crítica y deliberante.
Los principios liberales en abstracto de la separación de poderes quería garantizar un actuar libre y razonante sin influencias oscuras por parte de los poderes fácticos que gobiernan una sociedad. Entre los tres poderes de un orden constitucional, el judicial es clave para garantizar el equilibrio entre las leyes y sus violaciones para sostener un orden relativamente pacífico. Como lo representa el símbolo de la balanza que cuelga del brazo derecho de una diosa ciega, es decir ecuánime. Pero sabemos que eso es un mito. La justicia no deja de estar permeada por los intereses de los grandes grupos de interés, pero hace su esfuerzo, y en eso consiste su poder. Sin embargo, ¿Qué pasaría con una sociedad cuya justicia reclama autonomía e independencia, pero a la vez muestra estrepitosamente signos de corrupción, negligencia o impunidad a favor de los delincuentes? ¿Esa independencia no será percibida por la sociedad con impotencia y como un destino nefasto?
A parte de las escuelas, colegios y universidades, la educación ciudadana proviene de la sociabilidad, es decir, de las relaciones sociales, interpersonales, grupales, en definitiva del vínculo social. Este vínculo está marcado por solidaridades y por antagonismos. Eso es normal. Pero una ciudadanía que se ha educado bien, -desde la vida familiar hasta las que se adquiere en las escuela (si estas son buenas)- confirma esa educación en los modos que tiene de relacionarse con el otro ser humano. Si la experiencia cotidiana enseña que hay solidaridad, apoyo, verdad, honestidad, y no oportunismo, engaño, individualismo, asalto y agresión, ese vínculo estará sano. Por lo tanto, cada uno de nosotros es el portador y agente de un modo de comportarse en sociedad que sostenga las virtudes que queremos ver reflejadas en sus instituciones, y a la vez, las instituciones deben ser la caja de resonancia de esos modos de comportarse. Pero si somos indulgentes, indiferentes, apáticos, a-críticos, inactivos frente al incumplimiento de normas básicas de ética social, y no le reclamamos a los empresarios que mantengan la calidad de sus productos y servicios, a los partidos políticos por el tipo de candidatos que ponen en sus listas, a las autoridades cuando se muestran negligentes, a los asambleístas por sacar adelante más sus agendas electorales que los problemas nacionales, y a los jueces por sus impudicias jurídicas, lo que tendremos es una sociedad en decadencia , concentrada en consumir solo productos de masas triviales, mientras que la llamada “patria” arde en llamas.
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