Mucho se ha hablado en estos días del papel que ocupa el aprendizaje presencial durante el tiempo de pandemia. Por una parte, están quienes sugieren que la mejor decisión es mantener a los estudiantes aislados para evitar contagios. Por otra, quienes defienden la importancia de habilitar las escuelas para retomar los procesos de enseñanza de forma más efectiva. Ambas posturas plantean argumentos sobradamente fundamentados, pero, ¿qué es lo más conveniente para la niñez y la juventud a estas alturas de la pandemia?
Como es de conocimiento general, varios miles de niños, niñas y jóvenes en todo el país han tenido que detener su trayectoria estudiantil producto del COVID-19 y, en el mejor de los casos, adaptarse a un sistema para el que pocos o nadie estaba preparado. En los primeros meses de la pandemia, sin contar con vacunas, tratando de entender esta rara enfermedad y lidiando con el temor que la misma producía, era evidente que a las últimas personas que queríamos poner en riesgo era a nuestros hijos. Sin embargo, en la medida en que hemos ido adaptándonos a esto que muchos llaman “la nueva realidad”, hemos reactivado comercios, lugares turísticos, centros recreativos, restaurantes, centros comerciales y demás. Lamentablemente con las escuelas se ha sido mucho más celoso. En Ecuador, cerca del 70% de las instituciones educativas estaban reiniciando sus actividades, hasta que, por la nueva ola de contagios por la variante Ómicron, se suspendió el retorno a esta modalidad.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) lamentó, que en el país se haya decidido detener la nueva fase de reapertura de escuelas. Unicef considera que el cierre “debe ser considerado como última medida” y recuerda que “la evidencia demuestra que las escuelas no son un foco de contagio si se siguen los protocolos de bioseguridad”. Además, un monitoreo del Fondo para la Infancia de la ONU indica que para el 70% de los hogares con niños, niñas y adolescentes que estuvieron en clases presenciales en Ecuador, la reapertura ha sido un proceso positivo o altamente positivo. Según ese estudio, en 9 de cada 10 hogares, los niños han mejorado su estado anímico con el retorno a clases, y en 8 de cada 10 familias, los escolares se sienten más motivados en su aprendizaje.
¿Cómo nos ha afectado esta decisión? La escuela para un gran número de estudiantes representa mucho más que un lugar para aprender un número de lecciones. Es además un espacio de socialización con el medio, un lugar en el que los estudiantes se encuentran con sus pares y con su entorno sociocultural, es un espacio de contención emocional, es el medio por el que acceden a los programas de alimentación escolar, es la puerta que los aleja del trabajo infantil y el escalón que les permite la movilidad social. Todo esto sin contar el impacto que tiene en la economía, por el aumento de la domesticación del trabajo y la tensión que esta tiene con la atención de las necesidades del hogar.
Todos los argumentos anteriormente mencionados tienen su propio peso. Sin embargo, se fortalecen con algunos lamentables datos que durante el tiempo de pandemia se han endurecido, como el relativo aumento de reportes de casos de abuso infantil; el crecimiento de la cifra de embarazos adolescentes; el número de reportes de violaciones en los meses más duro de la pandemia; o el aumento de la tasa de suicidio infantil, convirtiéndola a esta última en la segunda causa de muerte en niños, niñas y adolescentes en nuestro país; datos que están disponibles públicamente.
Es indiscutible. La reapertura de las escuelas es una necesidad imperante para el Ecuador y los varios países que mantienen esta medida. No podemos seguir sosteniendo la educación en las mismas condiciones que venimos llevándola hace ya más de dos años. Hemos llamado varias veces a los niños, niñas y jóvenes los silenciosos valientes de esta pandemia, pero su escolaridad no puede estar sujeta ni a las medidas que los restringen de continuar con su trayectoria estudiantil, ni a la imprudencia de los adultos que los rodean, que, al no tomar las medidas adecuadas de bioseguridad, ponen en jaque el sistema educativo.
Hoy es más riesgoso mantener las escuelas cerradas que reaperturarlas. Aún así, no podemos “dormirnos en los laureles”. Si bien se ha expuesto la importancia de la escuela, no significa que antes de la pandemia esta institución social se haya encontrado en las mejores condiciones. De hecho, el camino para conseguir una educación de calidad, con equidad, social y ambientalmente justa, es bastante largo aún. A esto es importante sumar que, si bien la pandemia ha tenido varios impactos negativos en la sociedad, también ha provocado cuestionamientos y aprendizajes acerca de la educación, que no podemos dejar de lado. En ese sentido, si queremos que la escuela ocupe el lugar que reclamamos, es necesario también exigirnos que la misma camine hacia una transformación que responda a las necesidades pedagógicas y sociales del mundo de hoy. Solo así podremos decir que hemos aprendido lo que la pandemia vino a enseñarnos, y que como sociedad habremos comprendido finalmente el invaluable lugar que ocupan la educación, la escuela y los maestros.
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