Intervención en el conversatorio Convivium en la Universidad Casa Grande, sobre el tema “Amores juveniles”, el 25 de noviembre de 2021.
En todas las civilizaciones y culturas, incluso las de los pueblos étnicos, la gente se reunía para realizar banquetes con diferentes motivos y modalidades rituales, donde se articulaban las satisfacciones del degustar comidas y bebidas con la conversación.
El convivium es el nombre de los banquetes romanos que se realizaban en ocasiones especiales, incluyendo acontecimientos públicos, para disfrutar de la compañía entre los participantes y de la buena comida y bebida, y renovar los lazos entre los humanos y los dioses, hoy perdidos. Nos dice Cicerón que “lo más adecuado a los banquetes son los temas ligeros, agradables, sugestivos, que llenen el espíritu, y que no sean inquietantes ni tristes” (Ad fam. 9,26). El anfitrión es el convocante. El banquete comenzaba con la cenatio, dedicada a los agradecimientos. Luego, durante la gustatio, se servían los diferentes platos y al final el comissatio, que hoy llamaríamos sobremesa, donde se conversaba de manera divertida. Creemos que la metáfora del Convivium conviene muy bien a estos conversatorios. Nuestros invitados nos ofrecerán en el gustatio unos apetecibles manjares de plantemientos sobre el tema de la ocasión, los “Amores juveniles”, para luego pasar al comissatio de la conversación[1].
El título “Amores juveniles” de un equívoco: Por un lado, los amores son en plural, indicando que, en la época actual, la singularidad de lazo amoroso es lo fundamental, y por otro lado, el término juveniles puede indicar no solo amores de la juventud, sino que se puede preguntar si el amor puede ser juvenil a cualquier edad, o si el amor nada tiene que ver con lo juvenil. Por lo tanto, el tema invita a una serie de interrogantes.
Antiguamente, en las diversas culturas y civilizaciones, el amor estaba, por lo general, sometido a la rigidez de las alianzas de parentesco. Ya lo planteaba Shakespeare en Romeo y Julieta, sin ir más lejos.
En la época actual, nunca como antes se ha expandido la oferta de las industrias culturales de los dramas del amor en la música, en el cine y en la literatura. Las redes sociales han acelerado de tal manera los intercambios virtuales que las relaciones de amor se desdibujan. De hecho, el mercado exige que uno goce con los objetos de consumo dejando del lado el lazo social del amor, produciendo desorientación y desarreglos en los lazos amorosos. Las demandas de amor terminan vehiculizándose a través de las aplicaciones de internet, de la música comercial, las telenovelas y otros.
El neologismo de Jacques Lacan del odioenamoramiento, coloca en la balanza el mayor peso en el odio en las relaciones en cuerpo presente, mientras que las satisfacciones del amor se trasladan a las ofertas culturales del mercado. ¿No hay esa pasión por los dramas telenovelescos?
Sabemos que, en la época actual, la llamada adolescencia se prolonga considerablemente en el tiempo, hasta que el sujeto pueda ser responsable de su goce, sus dichos y sus actos. Lacan lo anticipa al referirse al caso de Hamlet de Shakespeare[2], y se puede añadir que el Jesús bíblico salió del desierto a predicar a los 30 años.
Zigmund Bauman nos habla del amor líquido de la época, como transitorio, inestable, inseguro, precario, marcado por la predominancia del individualismo y el goce solitario. Giles Lipovetsky señala que el amor romántico ha sido devastado por el individualismo de masas. Tales coordenadas abren paso a la angustia, tal como lo relata Mónica Ojeda en Mandíbula: “Un ataque de pánico es como ahogarse en el aire…. Es como quemarse en el agua, caerse hacia arriba, helarse en el fuego, caminar en contra de ti misma con la carne sólida y los huesos líquidos…”[3]
Pero esa angustia es una señal de peligro de un vacío que puede producir un objeto de amor nuevo y diferente.
En la pubertad esta angustia surge por la irrupción del goce sexual propio y del otro. Los fantasmas infantiles de los juegos de amor tambalean y vacilan ante este nuevo real extraño, enigmático, agujereando un saber hacer en el lazo social, introduciendo lo imposible de soportar del traumatismo fundamental de la fórmula de Lacan “no hay relación sexual”. Esto significa que no hay nada estricto entre los sexos, no hay complementariedad ni correspondencia. El sujeto, el cuerpo hablante, se ve confrontado a la decisión de inventarse un síntoma u otras formas de amor para velar esta no relación y hacer de lo insoportable algo vivible.
En el siglo XXI, el amor romántico se desencanta rápidamente. La ilusión que el amor puede encubrir la no relación sexual uniendo ilusoriamente a la pareja, cae cuando la relación termina. Para Freud, el amor es fundamentalmente narcisista, ya que se demanda con “yo, te quiero a ti. ¿Tú me quieres a mí?” Lacan sostiene que hay el amor imaginario, e ilusorio que busca completarse y ser recíproco. Más adelante, postula el amor simbólico con su fórmula “(…) dar lo que no se tiene (…) a un ser que no lo es”, o un intercambio de faltas. Como dicen las canciones “tú me haces falta”, y si es correspondido, el otro dirá lo mismo.
En su última enseñanza Lacan indagará la posibilidad de un amor diferente, que no esté casado con el narcisismo ni se rinda bajo el imperio del ideal y del amor al padre, un amor orientado a lo real, no todo, donde se consienta a un goce que no sea fálico, el propiamente femenino, que es indefinido e innombrable.
Un amor real que esté advertido que la falta nunca se puede cubrir y que el amor constituye una ficción para ser utilizada como velo de la relación que no hay por estructura, que se sepa que el amor tiene sus altibajos, ideas y venidas, fluctuaciones y zigzags, donde conviene ceder algo del goce propio para mantener el vínculo amoroso que vivifique al sujeto.
En el análisis, no se puede desprender del amor de transferencia sino al final, pero el analista no consiente a las demandas de amor de un paciente, sino que lo orienta para que el analizante ame un saber sobre su propio inconsciente, que lo ponga en una “me falta saber” sobre él, y realice, como decía Jacques Alain Miller[4], un esfuerzo de poesía para ir bordeando el trauma fundamental que nos mueve a ir más allá.
[1] El convivium romano. Ana Sánchez. https://arraonaromana.blogspot.com/2018/06/el-convivium-romano.html
[2] Lacan, Jacques. Seminario XI. El deseo y su interpretación
[3] Ojeda, Mónica (2019). Mandíbula. Editorial Candaya. Madrir. Pág. 98
[4] Miller, Jacques-Alain. (2016). Un esfuerzo de poesía. Ed. Paidós. Buenos Aires.
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