En el mundo organizacional se encuentra una amplia diversidad de personas con distintas realidades, formaciones y convicciones. Aceptarlas, tolerarlas o simplemente enfocarse en una convivencia alineada en propósitos es lo que lleva a alcanzar resultados y objetivos. Como se dice “La unión hace la fuerza”. Suena ideal ¿sí o no? Ahora, ¿qué pasa cuando ese ideal es lastimado por la toxicidad en su cultura organizacional?
La Real Academia de la Lengua Española define toxicidad como grado de efectividad de una sustancia tóxica. Si se disgrega de esta definición y se profundiza en lo que se refiere a “sustancia tóxica”, se puede comprender uno de los significados de lo que es sustancia, como materia caracterizada por un conjunto específico y estable de propiedades; y tóxico o tóxica que contiene veneno o produce envenenamiento. Por ello, se considera a las personas tóxicas a aquellas que en su actuar se encargan de emponzoñar.
Se están realizando estudios sobre este tipo de personas: que sí pueden estar en cargos altos o en cualquier nivel jerárquico (operativo, intermedio o estratégico), donde desarrollan un tipo de carrera profesional denominada “carrera tóxica”; que si manipulan o son hábiles comunicadores; que si generan más beneficios para ellos sin buscar el beneficio para su equipo u organización.
Se podría considerar que la toxicidad se conecta al modelo de liderazgo del capataz, aquel que solo dirige y no escucha. Modelo que se impone sin importar el rango jerárquico, por lo que el nivel de toxicidad en las organizaciones se da si no se tienen políticas de trabajo interno. Es decir, de comportamiento, relaciones humanas, crecimiento, mediación y resolución de conflictos, ideación de oportunidades de mejora y una comunicación circular (que se suma a la ascendente y descendente). Además de mecanismos objetivos de gestión de desempeño que encaminan a los colaboradores a una evaluación real.
Esta toxicidad se puede catalogar como cultural. Cada país o región tiene sus normas tácitas que se transmiten en los ámbitos personales, laborales y familiares. Unos definen lo que es importante para el crecimiento de sus ciudadanos y otros, en cambio no lo tienen en cuenta, por lo que gestionar personas es todo un reto que, actualmente, enfrenta problemáticas ocasionadas por el confinamiento a causa del COVID-19. Si es complejo para las naciones, también lo es para los distintos tipos de organizaciones (privadas, públicas y de la sociedad civil).
Gestionar relaciones humanas es un desafío. La confianza y sinceridad son necesarias para alcanzar potenciales de desempeño. Por lo que se puede decir que el antídoto a lo tóxico es la búsqueda del bien común. Suena utópico, sin embargo, como lo menciona Jame Collins, en su libro “Empresas que perduran”, las organizaciones visionarias que crean un conjunto de valores y se mantienen fieles a ellos en todos los aspectos del negocios, sin importar las circunstancias, son las que se mantienen a flote. Estos valores son el motivo de su existencia, por lo que su ideología trasciende en el valor agregado que entregan a sus clientes y a sus colaboradores. Entonces está en cada uno ser antídoto y no sustancia tóxica, vivir sano en lo físico, mental y emocional en los distintos ámbitos de la vida.
Fuente:
RAE. https://dle.rae.es/toxicidad
Collins, J. (2007). Empresas que perduran
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